“Rojo”: “Los bocetos del ocaso”

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En este país, la pintura es algo alejado, extraño. El número de personas que asisten a un museo para apreciar a Picasso, Rembrandt o  Pollock realmente es bajo frente a la afluencia en  otras disciplinas. Tal vez una de las principales carencias de México es la falta de opciones: de vida, trabajo, entretenimiento y educación; no tener contacto con ciertas experiencias vuelve nuestra mente y espíritu chatos.

Ofrecer más opciones no sólo implica ponerlas sobre la mesa a la luz de todos; la gente necesita recursos y herramientas para acceder a ellas. ¿De qué sirve poner un Picasso si alguien no puede saber cómo descifrarlo, sentirlo en una lectura más profunda? En la cotidianidad mexicana hablar de pintura es hablar japonés y ver una obra que hable de pintura es usar una lengua muerta.

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Por eso me sorprende (y da esperanza) que Juan Torres y Guillermo Wiechers produzcan el reestreno de “Rojo” en el Teatro Rafael Solana, una obra que habla de la etapa madura de uno de los principales pintores cobijado por la cultura estadounidense: Mark Rothko. Este montaje fue un éxito en Broadway y Londres; el texto tiene mucho sentido en estas ciudades porque el mundo de la pintura está más a la mano.

Aquí el público paga por ver una representación de la vida de Rothko porque está en el ADN de su cultura; hay filias, tradición y disposición hacia lo avant-garde. ¿En México “Rojo” puede hablarle a la gente? ¿Puede moverla al hablar del conflicto existencial de una de las mentes más brillantes del siglo XX?

John Logan, el escritor, cuenta la historia de un pintor en el punto más alto de su carrera artística e, irónicamente, retrata el desgaste de su propuesta, el fin de una era donde los temas y la técnica que usaba se ha agotado. Logan ve a Rothko como un héroe sin fuerzas para seguir adelante, sin ningún motivo para experimentar y continuar en una búsqueda expresiva.

Rothko vive en una zona de confort donde el dinero y la fama están de su lado. Para el mundo, es un vaca sagrada que no necesita hacer más. Rothko, en medio de su ego desmedido, vaticina su muerte artística sin mover un dedo para cambiar este destino trágico. Pero la llegada de su nuevo asistente lo confrontará ante el miedo y su sentido de supervivencia, no sólo laboral, también humana.

Logan es hábil para que el público pueda empatizar con el mundo de la pintura mediante la idea del ocaso y la inutilidad. Rothko representa una derrota anunciada frente a la vida y, Ken, este asistente advenedizo, la posibilidad de arriesgar sin importar el pasado, los triunfos y las derrotas.

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El color rojo es un símbolo del peligro y la reinvención; de las transformaciones mediante el abandonar las experiencias conocidas y aventurarse a las extrañas. La estructura dramática se asemeja a un juego dialéctico entre el profesor y el alumno, el padre y el hijo, el mentor y el seguidor. Es una obra difícil en cuanto al ritmo y las referencias; el público necesita estar ahí todo el tiempo para ser testigo de la catarsis de cada uno de los personajes.

Cuando el recorrido llega a su fin, el texto de Logan cobra su relevancia en un sentido mucho más personal que discursivo. Los diálogos complicados y las construcciones filosóficas de la historia tienen sentido ante la idea de la vida y el abandonarse. La dirección de Lorena Maza es impecable porque no sólo pone el acento en lograr actuaciones complejas, sino también en adentrarnos al oficio del pintor mediante cadenas de movimientos y transiciones musicales.

La escenografía de Jorge Ballina es una de las mejores de la temporada porque logra un acercamiento al mundo visual de Rothko con la atmósfera, la iluminación y las texturas adecuadas. El contraste entre las luces cálidas y frías simbolizan  la esperanza y desesperanza de cada uno de los personajes con una extrema efectividad. Todo el despliegue técnico es de aplaudir por la precisión y sincronía con el movimiento escénico.

Las actuaciones de Víctor Trujillo, como Rothko, y Alfonso Dosal, Ken, logran el ritmo y el tempo adecuados. Es sobresaliente el alto trabajo energético para dar vida a  los diálogos rebuscados en fondo y forma. Hay organicidad en las tareas escénicas y un flujo emotivo justo para representar qué sienten los personajes ante la idea de la vida y la muerte.

En este país, la pintura es algo alejado, extraño. Con “Rojo” se vuelve cercana, reconocible en la vida cotidiana. Es una obra que necesita de un público activo todo el tiempo, porque las contradicciones que tienen los personajes se lanzan a las butacas para que cada quien saque sus propias conclusiones y, tal vez, puedan pintar con rojo el pensamiento y la emoción.

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“Rojo”

De: John Logan

Dirección: Lorena Maza

Teatro Rafael Solana (Miguel Ángel de Quevedo 687, colonia Coyoacán)

Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.

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