El encuadre cerrado sólo permite ver algunas de las losas del piso. Nada más. Los pájaros cantan y un perro ladra a lo lejos. Unos pasos prenuncian el gesto que sigue: el estrépito de una llave que se abre para llenar una cubeta de metal. De pronto, el sonido del agua explota en el recinto. Se apodera del primer plano sónico-narrativo para expandirse por el suelo y revelar el reflejo del cielo siendo recortado por un avión. Esta pequeña ventana que se abre mágicamente en el piso del patio también permite entrever la larga escalera de metal que conduce a la azotea de la casa. Los sonidos de las turbinas y del líquido se entrelazan poéticamente para desaparecer en un largo y ruidoso remolino que escurre por la coladera.
Así inicia la película Roma (2018), del director mexicano Alfonso Cuarón. El diseño y edición de audio de su más reciente creación encierran un trabajo preciosista y virtuoso, el cual tiene la capacidad de ubicar al público, a través del sonido, en el interior mismo de sus distintas escenas. Esta sensación es lograda de manera magistral por el equipo integrado por Sergio Díaz, Skip Vievsay y Graig Henighan, quienes con el sistema envolvente Dolby Atmos, consiguen generar una inmersión sónica tridimensional en las salas de exhibición cinematográficas. En la película podemos apreciar diferentes objetos sonoros moviéndose de manera independiente y con intensidades disímiles por el espacio acústico. Gritos, explosiones, disparos, susurros y los más variados eventos sonoros fluyen al derredor de la audiencia de una manera casi real, asemejándose a una experiencia sensorial palpable que a la vez expande y sobrepasa la bidimensionalidad de la imagen proyectada en la pantalla.
Juegos sónicos que inducen a una sensación acústica de fondo y superficie, con desplazamientos hipnóticos de casi 360 grados, permiten resaltar los pequeños detalles en la manufactura del audio en esta obra. La protagonista y su novio asisten a una película en el antiguo Cine Metropólitan y sorpresivamente el espectador de Roma logra “escuchar” el ruido del proyector de la época al fondo de la sala como si acompañara a los personajes en la función. En los diálogos familiares, las voces de los niños cruzan la sala del cine, reproduciendo sus desplazamientos dentro de su hogar. Las olas del mar ejecutan un crescendo furioso que acompaña a la protagonista en su irrumpir en aguas agitadas durante el clímax de la tensión dramática del filme. Detalles como estos, entre muchos otros, convierten a los asistentes en testigos espaciales de la narrativa fílmica, al mismo tiempo que fungen como metáforas de los eventos sónicos plasmados en la obra del director mexicano.
En la película no se recurre al tradicional music score. En su lugar, la banda sonora de Roma está conformada exclusivamente por sonidos diegéticos. Estos sonidos, los cuales son generados dentro del espacio fílmico narrativo, tienen una estrecha relación con las memorias de la infancia de Cuarón, pasada en la Ciudad de México, durante los años 70. Los recuerdos vividos en la casa estilo art decó de la colonia Roma se mezclan con el canto de canarios, voces de pericos, ladridos de perros, grillos en la noche, gritos de niños, la radio de pilas que reproduce los éxitos del pop de la época, la canción de cuna en idioma mixteco y el claxon del Ford Galaxy de su padre. Cada evento sonoro es desnudado en su más intimo detalle. El agua al ser servido en un vaso, brotando de la regadera, escurriendo en el fregadero, la lluvia, el granizo al caer y el crepitar de las llamaradas de un incendio. Todo es ampliado macroscópicamente y espacializado para revelar meticulosamente el desarrollo espectromorfológico de cada uno de estos objetos sonoros.
Otra dimensión del campo sónico que de manera indiscutible se convierte en uno de los grandes protagonistas de Roma, es el paisaje sonoro de la Ciudad de México de la década del 70. En su obra autobiográfica, Cuarón hace uso de sus propias reminiscencias sónicas para crear la “banda sonora” de su película, la cual enmarca de manera especial en la calle de Tepeji. A lo largo de la historia, cada vez que se abre el portón de la casa familiar hacia el espacio público, pueden vislumbrarse marcas sonoras eminentemente mexicanas. Algunas son representadas por los pregones de vendedores que vocalizan líneas melódicas peculiares con contenido semántico directo como: “Mieeeeeel de colmenaaaaaa”, “Periódicos, fierro viejoooo”. Otras tienen la complejidad de códigos específicos dirigidos a la comunidad local que los puede interpretar de manera inequívoca, como la campana del camión de la basura, el silbido del carrito del vendedor de camotes, la flauta cromática del afilador o la campana de la iglesia. Finalmente, otras marcas sonoras son reminiscencias de prácticas musicales que han perdurado hasta el día de hoy, como el trompetista de la calle y los tocadores de organillo manual portátil, o explicitan un momento histórico específico del país, como la anacrónica banda de guerra de alguna escuela secundaria cercana.
De manera abrumadora, el elemento del paisaje sonoro que permea casi la totalidad de las escenas es el tráfico capitalino. El sonido de coches, camiones, tranvías, ambulancias, silbatos, cláxones, sirenas, motores y rechinidos de frenos van y vienen en un dinámico movimiento contrapuntístico entablado con la narrativa fílmica. En este contexto, la Ciudad de México de los 70 se traduce en un entramado sonoro textural que pulsa lleno de vida a través del territorio citadino. El diseño de audio de Roma logra proyectar rasgos sónicos capaces de definir la identidad cultural mexicana del tiempo y espacio de los que habla. Esta reproducción del paisaje sonoro de la Ciudad de México de aquella época permite inferir información sobre el entorno, sus habitantes y las complejas formas de interacción entabladas entre ellos y el periodo histórico que les tocó vivir.
En la medida en que los efectos de la industrialización en las grandes ciudades tienden a neutralizar de manera progresiva los sonidos tradicionales de determinados espacios urbanos, se desvanecen con ello, de manera análoga, los ecosistemas sonoros característicos de un pueblo. El paisaje sonoro actual de la Ciudad de México seguramente difiere mucho del retratado en la película. En un homenaje al entorno sonoro de su infancia, Cuarón nos regala en la conclusión de Roma un popurrí nostálgico de las marcas sonoras de aquel entonces. Volvemos a encontrarnos al final con las escaleras de metal que conducen a la azotea y con el cielo, que una vez más es recortado por un avión y por el ruido de sus turbinas. Mientras corren los créditos se escuchan a la distancia pregoneros, músicos callejeros, niños, campanas, pájaros y perros. Y el bordón del tránsito que arrulla incesantemente a la ciudad.
Pequeña corrección es sistema Dolby Atmos con l. ¡Gracias!
El artículo es muy bueno y describe lo que en la película hace del ambiente una experiencia maravillosa
Seguramente ganará el Oscar por el sonido
Muchas Gracias Iracema
Me encantó!!!
Felicidades por el artículo! Es increíble como la música en el cine es escencial para narrar una historia tan importante como la propia actuación. De hecho es el sazón principal de cualquier filmación.