Rufino Tamayo: El encuentro con el color

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En el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México se exhibe Rufino Tamayo. El éxtasis del color, muestra que reúne alrededor de una treintena de obras del pintor oaxaqueño como una manera de recordar su ausencia, pero también su constante presencia como una de las figuras emblemáticas de la abstracción pictórica en México.

Fallecido hace 26 años, Rufino Tamayo (1899-1991) se configura como un personaje relevante en la vida artística del país por su obra y por las características que manifestó durante su trayectoria profesional. Su desarrollo coincidió con el movimiento muralista mexicano. Contemporáneo a Rivera, Orozco y Siqueiros y en medio del influjo del movimiento de recuperación de lo considerado nacional en esos momentos –su obra temprana refleja esa influencia–, el artista oaxaqueño optó por la abstracción y el color como ejes de su lenguaje.

Cartel de Rufino Tamayo
“Cartel de la exposición Rufino Tamayo. El éxtasis del dolor”. Museo de Arte Moderno. INBA.

Como era común en la mayoría de los artistas de inicios del siglo XX, Tamayo inició sus estudios en una escuela de arte (en este caso, la Escuela Nacional de Bellas Artes –Antigua Academia de San Carlos hacia 1915–), pero pronto la abandonó. Para 1926 realizó su primera exposición individual, a la par de desempeñarse como funcionario en la Secretaría de Educación Pública en áreas dedicadas a las artes plásticas. Sus obras “Paisaje con rocas” (1925) y “Pareja” (1929) reflejan una búsqueda que, sin duda, iría más allá de lo que era la representación de lo nacional. La influencia de Cézanne y los cubistas serían determinantes para la conformación de su obra.

En 1938 recibiría una invitación que no podía rechazar (máxime que cuatro años antes se había casado con Olga Flores, compañera que tendría hasta el final de sus días): la prestigiosa Dalton School of Art de Nueva York le extendería un contrato para fungir como profesor y Tamayo decidió aceptar la propuesta.

“Frutero azul” (1939) sería la despedida tanto de su tierra como de su lenguaje para esos momentos. Sería testigo de la irrupción de la Segunda Guerra Mundial y del ascenso de Nueva York como la capital del arte contemporáneo, en virtud de las consecuencias bélicas suscitadas en París –la cuna del arte hasta ese momento–. A partir de su participación en la XXV Bienal de Valencia, en 1949, adquirió fama internacional. Su lenguaje va a derivar en la abstracción de la mano de un cromatismo brillante.

En el uso de su paleta –sea oscura o clara–, el color en Tamayo nos sorprende de repente.  Una pincelada azul, una gran mancha de color rojo o incluso la combinación atrevida de rosas, verdes, azules, rojos, amarillos, con gruesos trazos negros como en el caso de “Hombre radiante de alegría” (1968), obra seleccionada para el cartel de la exposición, que nos envuelve en el goce estético o incluso nos hace esbozar una sonrisa.

Tamayo residió fuera por más de 20 años, pero siempre en contacto con el mundo artístico nacional. En los inicios de la década de 1950, estaría trabajando en dos obras fundamentales: “Nacimiento de nuestra nacionalidad” (1952) y “Homenaje a la raza india” (1953), ambos óleos de grandes dimensiones. El primero para el Palacio de Bellas Artes y el segundo para Arte mexicano de la época prehispánica a nuestros días, magna exposición preparada por el gobierno mexicano para el Musée d’Art Moderne de París, la Liljevashe Kunst-Hall de Estocolomo y la Tate Gallery de Londres.

En la década de 1960, Tamayo regresa a México donde comenzará la etapa más productiva de su obra. Con el reconocimiento internacional y nacional, trabaja de forma constante hasta su muerte. Al mismo tiempo que desarrolla lo principal de su producción plástica, se dedica a coleccionar numerosas obras de artistas contemporáneos que luego serán fuente de su principal legado: el Museo de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo.

Amante de otras manifestaciones artísticas, la música fue también una de sus predilectas, gusto que también va a reflejar en sus obras: “Mujeres cantando” (1940) y “Músicas dormidas” (1950) son ejemplo de ello.

¿Por qué ir al museo y apreciar la obra de Tamayo? Para recordar que, así como Warhol experimentó con nuevas formas haciendo uso formas publicitarias y del consumismo, Tamayo toma otro camino, más complejo, la irrupción de las formas abstractas; pero no por ello, menos valioso. En México necesitábamos, antes de la llegada de la Generación de la Ruptura en 1960, una opción que nos vinculara con lo que sucedía más allá de nuestras fronteras. Y eso fue Tamayo para la primera mitad del siglo XX.

En palabras de Octavio Paz, en un poema que dedicó a su obra: “Nunca la luz se repartió en tantas luces…”.

Son las últimas semanas de la exposición Rufino Tamayo. El éxtasis del color. Oportunidad de admirar una de las exposiciones más completas que se han montado sobre el autor en los últimos años. Cabe señalar que todas las obras mencionadas (excepto la del Palacio de Bellas Artes), están expuestas en la exposición.

Les recomendamos descargar la infografía y escuchar el primer movimiento, Allegro molto moderato, de la Sinfonía núm. 5 también conocida como Sinfonía para cuerdas del compositor mexicano Carlos Chávez (1899-1978), amigo de Tamayo e impulsor de su obra. Chávez fue fundador y primer director del Instituto Nacional de Bellas Artes y emprendió una extensa obra de difusión de la cultura en México y el mundo, junto con una prolija obra musical. Compuesta en 1953, mismo año que el “Homenaje a la raza india”, son reflejo de un carácter local pero también una búsqueda de un lenguaje de búsqueda que nos vincule con el quehacer universal. Escuchémosla en una espléndida versión dirigida por el mexicano Eduardo Mata (1942-1995) con la London Symphony Orchestra:

Rufino Tamayo. El éxtasis del color se presenta hasta el 27 de agosto en el Museo de Arte Moderno. Paseo de la Reforma y Gandhi en el Bosque de Chapultepec, Ciudad de México. De martes a domingo, de 10:15 a 17:30 hrs. Con credencial de estudiante, maestro y adultos mayores, entrada libre. Entrada general $60. Domingos, entrada libre.

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