Marzo está a la vuelta de la esquina y, en menos de quince días, se conmemorará un año de una de las manifestaciones más concurridas, estridentes y estremecedoras de las que México ha sabido: el estruendo de la calle seguida por el más sonoro de los silencios que provoca la ausencia de cientos de miles de mujeres que han muerto o desaparecido como consecuencia de una creciente violencia en su contra y que, lamentablemente, parece ser incontenible.
Cada año, el 8 de marzo, es una fecha en la que las tribunas públicas, las redes sociales y, en general, cualquier medio de comunicación, se colman con palabras y frases relacionadas con el tema de la violencia de género. Muchas groseramente condescendientes; otras denuncias vehementes aparejadas con cifras alarmantes de incrementos tanto en violencia como en cantidad, en tanto que pseudo dirigentes políticos —en grado de oportunistas— pretenden abanderar grupos y colectivos que legítimamente han dedicado vida y alma en erradicar ese terrible mal. En tanto que las instancias las gubernamentales dejan “para después” la articulación y ejecución de políticas públicas eficaces para prevenirlas, vigilar y sancionarlas, quedan en el olvido o —en el mejor de los casos— relegadas para un momento posterior.
Desgraciadamente, a cada minuto que pasa, una mujer es violentada en el seno de su hogar; es agredida física, económica o psicológicamente por su pareja; degradada por sus padres, hermanos o primos; invadida en su espacio en el transporte público; vilipendiada por compañeros; prejuzgada por sus familiares y conocidos pero, lo más lamentable, abandonada por la sociedad, bajo el manto de la indiferencia y la comodidad de la justificación en convencionalismos y costumbres sin orígenes ni justificaciones definidas, pero intensamente arraigados, casi como dogmas, pese a lo absurdo, injustificado e irracional que estos sean.
Hoy las cifras que nos arroja el Sistema Nacional de Seguridad Pública precisan que en 2020 tuvieron lugar 940 feminicidios, que es la expresión máxima de la violencia contra la mujer. En tanto que las denuncias de violencia doméstica aumentaron en un 3.4% para hacer un promedio de 20 mil denuncias promedio al mes, lo que significa que, aproximadamente, 664 hogares por día, es decir, 28 familias por hora, denunciaron un episodio de esta naturaleza, en donde la mayoría de las víctimas fueron mujeres.
Estamos en la puerta de una nueva oleada de denuncias, cifras y discursos en los que se ensalzará el papel de la mujer, la indignación por la violencia y la referencia a las cifras. Se prometerá acabar con ella y se le exigirá al gobierno atender el problema como si se resolviera por decreto; mientras eso ocurre, varias mujeres serán asesinadas y desaparecidas por el hecho de serlo, otras serán violentadas por sus parejas y familiares; acosadas por sus jefes —muchos protegidos por la impunidad y el influyentismo— agredidas, vilipendiadas y abandonadas por todo y todos.
Hoy, más que discursos, se requieren acciones contundentes que manden un mensaje efectivo de proscripción de la violencia de género. Ser implacable con quienes la promuevan y la ejerzan. Excluir de la representación popular a quienes sean acusados de ejercerla; pero, sobre todo, incrustar en la sociedad la conciencia que cualquier tipo de violencia es la exclusión de la razón y, consecuentemente, de nuestra propia humanidad.
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