Sobre lo aprendido y lo que falta por conocer

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En la parte escénica, el 2012 fue año un contrastante para la escena en México. En primer lugar, se montaron textos de grandes vacas sagradas como Arthur Miller, Ánton Chéjov y William Shakespeare con una gran dignidad. Los equipos actorales fueron, en la mayoría de los casos, sólidos en su entrenamiento y experiencia para cargar consigo obras de una gran dificultad técnica.

 Historias contemporáneas, con gran éxito en el extranjero, llegaron a la cartelera mexicana para enriquecer la oferta y exigir a los productores un altísimo compromiso creativo de sus compañías. De nuevo, los actores no se hicieron menos frente a los retos y desplegaron sus mejores recursos para divertir al público.

En ambos casos, con los textos consagrados o los importados, los trabajos de dirección fueron tibios, sin una propuesta de ruptura capaz de explorar otros caminos del teatro mexicano. Si pudiéramos revisar todas las reseñas de esta colaboración, veremos cómo en una gran incidencia los directores se apegaron a formatos probados sin ningún tipo de riesgo.

En esta idea de competencia mediática (porque, insisto, el teatro compite con todos los medios que tienen a su alcance las audiencias) el teatro tuvo pocas oportunidades de hacerse un lugar preferente; su ventaja más grande sobre otras formas de diversión es la experiencia en vivo y muy pocos directores la supieron aprovechar al máximo.

 Aquéllos osados que buscaron nuevas formas, recursos alternativos, experiencias más vivas para el público tuvieron dos destinos: lograban obras  poco claras, confusas y, por momentos, molestas o se rebasaban los límites de la disciplina teatral para caer en  espectáculos de otra naturaleza.  Los autores superestrella o consagrados no pudieron encontrar en nuestros directores lecturas más interesantes, atrevidas y modernas de su trabajo.

Entonces, sin estas apuestas escénicas, el teatro queda atrapado en la pieza de museo, en el gusto exquisito de personas triplemente exquisitas. Aunque ya hay destellos de un cambio cercano con el uso de espacios alternativos o textos más arriesgados en su narrativa, el grueso de la cartelera es muy tibia para volverse mucho más atractiva a los espectadores.

 Un aspecto muy preocupante para el medio teatral es el poco reconocimiento a los textos mexicanos contemporáneos. En el 2012, se ha demostrado cómo las compañías tienen el nivel técnico y poético para interpretar a autores extranjeros pero todavía no hemos conocido qué necesitamos para hacer frente a la dramaturgia mexicana.

En la cartelera, no hay un equilibrio entre la fuerza de los títulos de otros países y los mexicanos. La grandes productoras se gastan millones de dólares (es importante recalcar millones de dólares) para comprar los derechos de obras extranjeras pero son totalmente ajenas a los autores de nuestro país. Es necesario importar pero igual de necesario es crear un teatro desde nuestro lugar para mirar al mundo.

Y con esto no estoy tratando de hacer una campaña de conmiseración para el teatro en México, ni mucho menos invitar al público a comprar un boleto de una obra nacional como un acto de lástima. Al contrario, hablo de una apertura a las voces mexicanas y, por supuesto, de un rigor por parte del público para acceder a ellas. Lo que importan son las historias y necesitamos más historias donde se hable de quiénes somos, nuestra idiosincrasia, nuestras formas de vida.

 Este año también se acabó el gran mito donde una estrella puede ser capaz de vender boletos con su solo poder de estrella sin importar la historia, los compañeros en escena, la dirección, en fin, sin considerar el montaje. Hubieron obras que fracasaron a pesar de ser interpretadas por estrellas; la gente iba al principio a ver a su ídolo pero su fuerza no era la necesaria para sostener una temporada de un mes.

 El teatro es trabajo en equipo, su guía es la historia que cuenta. Ella, mediante el esfuerzo de la compañía, conmueve, deleita. El verdadero poder se da entre el público y el montaje; todos los elementos son importantes para lograr tal efecto. Nadie sobresale.

 El 2012 dejó grandes aprendizajes para las personas que se dedican al teatro. Hoy las oportunidades están al alcance de la mano y el crecimiento se hace necesario. Los telones se abren para gozar de historias. Algunas incógnitas siguen sin contestar; esperemos mejores respuestas para convertir al teatro un verdadero hogar para quienes deseen estar en él.

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