Somos presa de la aspiración de confort y progreso

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¿Qué es la mente humana si no un intento
consciente y constante de búsqueda del confort?
Sri Chinmoy.

Desde el inicio de nuestra existencia circulamos en el deseo de comodidad y placer; simplemente queremos tener mecanismos que nos permitan no sólo vivir lo mejor posible sino muy bien. No me refiero únicamente a lo material, también a lo emocional.

Queremos gozar de buena salud, contar con bienes, ser felices. Pero, precisamente esa intención que puede ser sana, nos lleva a ser presa del deseo de confort y progreso, en primera instancia por instinto y luego de manera racional.

No conozco a nadie que no quiera vivir cómodo; querer estar o vivir confortables es una situación et omnis populus (de todas las personas); incluso hay quienes buscan vivir a placer tendido sin importar nada más.

Cabe aclarar que, los conceptos –aun sinónimos– no significan lo mismo; ejemplo: comodidad, abundancia, bienestar. Comodidad y abundancia no es igual a riqueza material. Tampoco contar con éstos implica tener salud y ser felices. Y, aunque los tres conceptos sí pueden permitir ambas cosas –salud y felicidad– no necesariamente es de esa manera. En muchos casos la comodidad física sólo queda en una reducción humana que es el tener.

confort y progreso
Ilustración: Dribbble.

En términos socio-económicos-políticos es una razón por la que hay tantos desencuentros, porque la mayoría se prende del tener bienes cuando hay factores sustanciales para trascender más que el tener por tener. Así, sin desearlo, somos rehenes del progreso.

Recuerdo que hace muchos años atrás en mi pueblo no había agua potable, tomábamos agua de un pozo; no había electricidad, nos alumbrábamos con un quinqué; no había teléfonos residenciales, había uno para el pueblo y telegramas; no había calles, había caminos de terracería; no había gas, mi abuela y madre cocinaban con leña.

Pero vivíamos felices; estábamos sanos, de hecho, teníamos más que mucha gente porque teníamos casa, una mesa para comer, teníamos cama… De alguna manera teníamos comodidad.

Después, poco a poco empezó a llegar el progreso. Tuvimos calles, agua potable, la electricidad, con ella la luz. Y llegó la estufa de combustible, la televisión en blanco y negro, la refrigeradora.  

Luego emigramos a la ciudad. Todo era diferente. Nos asombramos, teníamos más cosas, juegos de sala, televisión a color, teléfono.

Cuando empecé a relacionarme con mis nuevos compañeros de escuela, e iba a sus casas ya fuera por tareas o sólo por ir a jugar con ellos, me di cuenta que vivián más cómodos que nosotros.

ciudad y progreso
Ilustración: Giordiano Poloni.

Eran casas de varias recámaras, nosotros teníamos sólo una que se dividía con una sábana colgada. De un lado mis padres, y del otro los cinco hermanos dormíamos en un mismo colchón. Cuando crecimos mi hermano y yo nos mandaron a dormir a la sala en un catre. Nos sentimos más cómodos que estando con las tres hermanas más apretados.

La sala era también comedor y cocina. En las noches subíamos las sillas sobre el comedor para tener espacio y poder tender el catre. La sala era al mismo tiempo comedor y cocina, todo en el mismo espacio.

Pero éramos felices, y si bien queríamos, necesitábamos, también de otras cosas, teníamos más que otros. Nos merecíamos más aunque nuestros padres con regularidad nos recordaban que vivíamos mejor que muchos en el campo.

Pronto tuvimos menos espacio porque llegó la televisión que empezó a invadirnos la intimidad y a vulnerar la comunicación. Se metió en lo más recóndito de nosotros. Nos penetró casi hasta violarnos, aunque sentíamos que era un gran logro del esfuerzo de mis padres.

Y así también llegó el teléfono. ¡Qué maravilla! Empezamos a ver todo lo que había afuera. Subió el marco de referencia; las películas, las telenovelas, las noticias, que nos decían qué había más allá de donde vivíamos.

La televisión y el teléfono nos permitieron acortar las distancias. Asimismo, proliferaron los chismes. La información llegaba más rápido y en todos los medios empezaron a decirnos qué hacer. Nos gustara o no así era, no nos perdían permiso para influirnos.

confort y progreso
Ilustración: García.

Es como hoy, ya de plano no había intimidad, no hay secretos, tampoco hay respeto ni valores. Somos víctimas voluntarias de los dispositivos de comunicación e información; lo patenta la tecnología que nos ha servido para informarnos, aprender, investigar, conocer, acercarnos a los demás al grado de sentirnos en otra parte o sentir que los demás están muy cerca de nosotros.

La tecnología de la comunicación e información, así como es positiva también es negativa. Mi experiencia con el celular fue un trauma que aún no supero de todo. Primero porque cuando salieron yo decía que no los necesitaba. Luego porque lo sentía complicado. Hasta que no hubo de otra.

El celular nos ha permitido estar presentes en vivo y directo en lugares donde nunca hemos estado, y compartir con gente que nunca hemos conocido personalmente. No podemos escondernos de nada ni de nadie.

Todo indica que “antes que el gallo cante tres veces” estaremos a un tris de que nos implanten un microchip. Si no a nosotros, sí a nuestros hijos o nietos.

Ya no podemos ocultarnos. Se va a saber, sin que nos pregunten ni lo digamos, cuando vayamos al trabajo, al banco, de recreación, de compras, de viaje, a comer, a la cama, al baño. Ahora todo se sabe en este mundo de dominio y control.

Pero queríamos vivir cada vez más cómodos, y esa comodidad nos ha hecho presas (esclavos) de la aspiración del confort y el progreso. ¿Les suena?


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