Al parecer Donald Trump –quien se encuentra bajo presión de juicio político– ya se cansó de ver a través de los telenoticiarios, reportajes periodísticos e informes de sus súbditos de Seguridad Interior el agolpamiento de la desesperanza encarnada en masas migrantes excluidas que se han venido “moviendo” en amplios márgenes de su frontera sur con el propósito de entrar. Es así que se ha puesto de moda en estas últimas semanas el tema “tercer país seguro”, con el cual indudablemente se busca expandir la posibilidad de contacto entre solicitantes de asilo y los gestores de dichas solicitudes, congregándolos en una especie de gueto a miles de kilómetros de la tierra del “tío Sam”, y para ello se trabaja con los gobiernos de Guatemala, El Salvador y Honduras; entre tanto, a México ya lo han convertido de facto en un tercer país seguro muchedumbres de estos países del triángulo norte decidieron cerrar una historia de precariedad en sus naciones con la mirada puesta en un nuevo horizonte.
Para empezar me parece necesario reflexionar sobre la comprensión de los derechos humanos, los cuales a mi parecer son reinterpretados constantemente debido a los intereses ideológicos que permean la posibilidad de encontrar soluciones pragmáticas y duraderas a fenómenos como el migratorio, en donde el otro en condiciones de exclusión se lanza a una aventura incierta y de la cual solamente “la providencia divina” puede salvarle. Como ejemplo se puede observar el caso de la hondureña Jacqueline Irías –y que lo informan diversos medios como Univisión–, quien “ha vuelto a la vida”, pues se ha reencontrado en territorio sur mexicano con su hermana Joaquina Irías –ambas de la aldea Guatemalita, en la municipalidad de Orica en territorio hondureño–, a casi quince años de haberse separado de su familia, en los albores del siglo XXI, en la búsqueda del sueño americano.
En mi opinión –y varias veces lo he comentado– , creo que esta idea de tercer país seguro está destinada al fracaso debido a que los países propuestos adolecen de la infraestructura adecuada para dar la atención apropiada a los solicitantes de este mecanismo y es menos fructífera pues de lo que se trata es de buscar soluciones estructurales a desigualdades abismales en estos países. Considero que cuando los procesos no son previamente planificados se extravían en gruesas capas de oscuridad, a raíz de la falta de compromisos reales, tanto de los dirigentes de países expulsores, como los de tránsito, y finalmente los de destino.
En definitiva, los medios de comunicación que han venido informando –ya sea por agenda propia o por el interés que reviste el tema– así como la “agresividad” social que entrañan las imágenes que se mediatizan en Latinoamérica y el mundo, permiten lo que yo llamaría una suerte de honestidad en la comunicación mediática con la conciencia humana. En este proceso puede percibirse entonces un binomio interés-desinterés en la gestión del bienestar en las localidades de origen de los migrantes quienes a falta de oportunidades –con una brutal desigualdad en el acceso a las relaciones sociales y los procesos de acercamiento al empleador–deciden emprender la travesía que paso a paso les confronta con escenarios hostiles, debido a su indigencia cultural, económica, política y social.
P. D. La historia registra que la idea de “tercer país seguro” tiene sus orígenes con la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados firmado en Ginebra en 1951.