Cuando numerosos analistas de la elección presidencial de Estados Unidos dejan de lado los datos económicos, los programas y la correlación de fuerzas políticas, y construyen escenarios si Trump fuera reelecto tomando más en cuenta la patológica personalidad del presidente, significa que consideran un debilitamiento grave de las instituciones del país.
Como han dicho quienes lo conocen, a Trump no hay que tratar de entenderlo por opiniones elaboradas y precisas, porque no las tiene, sino por su perfil psicológico paranoide, por el concepto que tiene de sí mismo, por su necesidad de ser el centro de atención, por su susceptibilidad a los elogios y a la furia que le provocan los desprecios.
Considerando la personalidad de Trump, John Bolton, por ejemplo, concluye que en un segundo periodo, el presidente estaría mucho menos constreñido por normas y estrategias políticas: se sentiría libre de ser él mismo para perseguir lo que le beneficie en lo personal, vincularía decisiones de gobierno a sus negocios, acentuaría su inclinación a protagonizar dramas para ganar popularidad, atacaría a quien no le agrade, “como Angela Merkel” (canciller alemana que desairó su invitación a una reunión cumbre del G7), y apoyaría a quien si le simpatiza, “como Kim Jong-un” (el dictador de Corea del Norte).
El escenario internacional se complicaría para los aliados de Estados Unidos y crecerían los niveles de confrontación con quienes no lo son; sin embargo, el mayor peligro de desestabilización que contemplan varios analistas es interno.
Aunque el presidente ha sido cuidadoso en no revelar cuánto paga de impuestos, dice Elizabeth Drew, no ha ocultado su deseo de acabar con el orden constitucional, si con ello gana ventajas políticas.
El problema es que Trump no reconoce límites; ha dicho públicamente que el artículo II de la Constitución “me da el derecho de hacer cualquier cosa que quiera hacer.” Y tiene el respaldo del fiscal general, William Barr.
Ante la elección de noviembre, el presidente se ha esforzado en desacreditar la votación anticipada por correo, la cual a causa de la pandemia se espera que sea mayor que nunca y a favor del candidato demócrata.
Hoy los seguidores de Joe Biden discuten un tema inimaginable hace poco tiempo para el orden institucional estadounidense: cómo contrarrestar la reacción republicana –seguidores y simpatizantes por millones– en caso de que Trump pierda la elección y se niegue a salir de la Casa Blanca.
Esa posibilidad es real; como dice George Soros, Trump es ahora un individuo muy peligroso “porque está luchando por su vida, y estará dispuesto a hacer prácticamente cualquier cosa para mantenerse en el poder porque ha infringido la Constitución de muchas maneras diferentes. Si pierde la presidencia, tendrá que rendir cuentas”.
En el ejercicio del poder, Trump ha explotado los defectos más profundos de Estados Unidos, atizando la polarización política y cultural entre sus seguidores, el 91% de los cuales son blancos, en su gran mayoría hombres, con bajo nivel educativo y están muy enojados, inseguros, temerosos y más pobres que hace 30 o 40 años.
En su debilidad claman por un salvador que les transmita convicciones simples y directas, que no les dejen dudas en sus propias creencias. Sienten que, por primera vez en su vida, tienen a un representante de ellos en la Casa Blanca y ahí lo quieren. Son el gobierno que tienen en Trump; veremos qué sucede si la elección favorece a Joe Biden.
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