Turismo interno en semana morazánica 

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Esta semana, comprendida del 1 al 5 de octubre, empleados públicos hondureños han dispuesto de un feriado en el contexto de la denominada “Semana Morazánica”; entretanto, trabajadores del sector privado han hecho uso de éste desde el mediodía del miércoles 3 de octubre. Esta disposición ha sido impulsada desde el gobierno central como una apuesta para el impulso a la llamada “industria sin chimeneas”, en un país que resiente una emigración masiva de personas hacia Norteamérica debido a dos factores determinantes: inseguridad ciudadana y el galopante desempleo de grandes segmentos poblacionales (desde el campo a la ciudad). Este asueto tiene su origen en una iniciativa legislativa introducida en 2014 por la congresista Doris Gutiérrez, de manera tal, que este año cumple su cuarto año de vigencia. Esta disposición está enmarcada en el tributo hecho al extinto líder independentista hondureño Francisco Morazán Quezada.

En primera instancia, la promoción de estas actividades festivas puede interpretarse como una decisión política para “rescatar” el amor patrio, en una nación en donde hay un gusto exacerbado por el consumo cultural de industrias extraterritoriales, debido a una latente falta de identidad, propiciada desde sus orígenes en la falta de acuerdos nacionales, tendientes a fomentar y “premiar” las iniciativas individuales o colectivas que sirvan a los intereses socioculturales del país. Pienso que otro valor contracultural que ha afectado el cariño patrio ha sido la excesiva tolerancia a la impunidad enraizada en todos los circuitos sociales de la población hondureña, además de la falta de oportunidades para desarrollar capacidades y actitudes.

Bajo mi punto de vista, para que haya “turismo interno” debe haber un acceso a fuentes dignas y lícitas de trabajo por parte de los nacionales. No obstante, en recientes informes como el de “La seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”, presentado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), indica que Honduras ocupa el cuarto lugar entre los cinco países con más hambre en Latinoamérica, reflejando con ello la necesidad de reorientar las políticas productivo-consumistas, haciendo énfasis en la necesidad de acompañar y subsidiar al campesino, a fin de contribuir a la exploración de nuevas actividades cultivables, pues se observa que los efectos del llamado “cambio climático” han calado fuerte en amplios sectores rurales que han dependido históricamente de lo que producen en el campo.

sitio arqueológico
Ruinas mayas de Copán, Honduras (Foto: Paisajes de Honduras plhn.blogspot.com).

Por otra parte, pienso que el reciente feriado morazánico debe servir como un escenario propicio para conocer las bondades del territorio hondureño, su belleza natural y reflexionar en la necesidad de impulsar medidas regionalizadas (conforme los códigos culturales de las comunidades) para fortalecer la flora y fauna de los más de 112,492 kilómetros cuadrados, en momentos en donde la naturaleza claramente ha sufrido en los últimos años los embates de destrucción de sendos bosques de pino a raíz, por ejemplo, del daño qua ha causado el fenómeno del “gorgojo descortezador del pino”, llamado científicamente Dendroctonus frontalis, que, de acuerdo a datos oficiales, ha afectado a más del 35% de estos árboles (más de medio millón de hectáreas)

Creo que estas experiencias deben servir como registros históricos a fin de plantear la necesidad de poseer las herramientas técnico-científicas para contener fenómenos como estos en sus etapas iniciales y así evitar el desproporcional daño a la madre naturaleza (en momentos en que la deforestación indiscriminada convierte a las comunidades en terrenos fértiles que resienten todo el rigor de fenómenos como las inundaciones y las sequías, entre otros).

En definitiva, el reembellecimiento del verdor y la belleza natural de países como Honduras pasa por el involucramiento de todos sus ciudadanos en la prevención y protección de aquellos sistemas ecológicos que dan frescura y posibilitan mitigar los efectos globales de la descomposición natural, producto de la omisión (consciente e inconsciente) de los seres humanos, al no sojuzgar la naturaleza de una manera responsable y respetuosa.

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