Hay enseñanzas que toman un instante y otros la vida entera.
Aristóteles en su Poética, definió a la “anagnórisis” como el punto de la “revelación” en que la ignorancia da paso al conocimiento. Darse cuenta, entender, comprender; hay tantos términos para tratar de definir y describir el momento del destello, ése en que las piezas encajan, en que finalmente la verdad aparece frente a nosotros con todo su peso y fuerza. No se trata de un saber técnico o profesional, ni tampoco de una cognición biológica, matemática o humanista; es mucho más profundo que eso, se trata del descubrimiento primordial: encontrarle sentido a la propia existencia.
Muchas veces las diversas contingencias y urgencias que debemos enfrentar en nuestro respectivo día a día nos impiden dar cuenta de lo que en verdad nos importa, de lo que nos es, no sólo necesario, sino que, fundamental. Trabajo, reconocimiento, justicia, familia, trascendencia, poder, dinero, dignidad, comunidad, salud, utopías y, desde luego, el amor; cada persona tiene su propia escala de prioridades.
Un año se cierra y otro se abre frente a nosotros. Pero ¿qué es una fecha sino un punto en la línea imaginaria con la que cada uno intenta atrapar un momento?
No la tenemos fácil los seres humanos, somos capaces de transformar nuestro entorno material; hacemos ciencia; pintamos, esculpimos, componemos y escribimos; de tanto en tanto le torcemos la mano a la naturaleza, creemos domesticarla y entonces ella se encarga de hacernos volver a tomar consciencia de nuestras limitaciones. Luego, volvemos a la carga y damos un nuevo paso que expande nuestra mirada, nuestro saber y vamos por más, siempre por más. No la tenemos fácil los seres humanos, cargamos siempre con nuestra consciencia de muerte y aunque tratamos de no pensar en ello, maquillando con fe e ideologías nuestra temporalidad y, sobre todo, la inevitable pérdida de todo lo que amamos, sabemos, en el fondo, que todos somos siempre perdedores. Y es por eso mismo que no nos rendimos. Nunca lo hemos hecho y ahora al cierre de este 2020 tan áspero, tan duro, nos prometemos que seguiremos adelante, que nada nos detendrá.
Éste es un año que muchos quieren olvidar, que esperan se cierre y termine pronto y que el próximo nos sea más leve. Pero por ahora, el camino aún se ve cuesta arriba; tenemos vacunas y esperanzas que nos hacen creer en un cambio de ciclo, perdió Donald Trump, la democracia tiene nuevas oportunidades en diversos lugares del mundo; hay algunos destellos en lo que parece ser el final del túnel, pero todos sabemos que nos falta un buen trecho por caminar.
Entonces, ¿valdrá la pena todo esto, tendrá un sentido?, ¿seremos mejores cuando todo haya pasado? Quien sabe, pero una cosa es cierta, el “héroe” u “heroína” que vive en cada uno de nosotros aparecerá cuando la revelación ocurra, cuando la anagnórisis nos ponga frente a nuestro propio “espejo”, con toda nuestra humanidad, dolores y contradicciones. Y allí, desde ese lugar, podremos elegir nuevas rutas y perspectivas para seguir adelante y seguir apostando a vivir, vivir como el sol, y no perder nunca los colores.
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