El 8 de septiembre de 2003 murió Leni Riefenstahl a los 101 años de edad. “Su corazón simplemente se detuvo”, dijo su compañero Horst Kettner a la revista alemana Bunte.
Se apagó así la luz de una poderosa artífice del documental cinematográfico de propaganda, cuyas producciones modularon el género y se erigieron en referente del séptimo arte. En muchas de las grandes obras del cine contemporáneo podemos detectar la influencia de El triunfo de la voluntad y de Olympia, las obras que inmortalizaron el congreso nacionalsocialista de Núremberg en 1934 y la apertura de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Riefenstahl fue una innovadora actriz que se adelantó a su tiempo y marcó caminos.
Cineasta oficial de Hitler y la “única mujer amiga” del dictador, al término de la guerra fue encarcelada por su relación con los nazis, pero se determinó que sólo había sido “simpatizante” sin ninguna responsabilidad en las atrocidades del Tercer Reich. Pasó el resto de sus días negando que hubiera apoyado al régimen, que hubiera sido una militante nazi o que hubiera conocido a Hitler. “El 90% de lo que se dice sobre mí es mentira”, aseguró al presentar un libro sobre su vida.
El País del 9 de septiembre de 2003 recuperó declaraciones de la cineasta:
“Hice El triunfo de la voluntad mucho antes de la guerra, y recibí por ese documental todos los premios imaginables y a ningún periódico se le ocurrió decir que era una película de propaganda nazi. Después de la guerra, todos los periódicos empezaron a decir que sí lo era, porque perdimos la guerra y porque se hicieron muchas cosas horribles en nombre del pueblo alemán y había que buscar un chivo expiatorio, y me escogieron a mí porque había hecho la mejor película de la época”.
Pero documentos ubicados en el curso de una pesquisa académica me permiten retar la autoabsolución de Helena Amalia Bertha Riefenstahl y proponer que sí fue una entusiasta militante nazi, una ferviente admiradora de Hitler y un sostén intelectual y artístico del más brutal sistema dictatorial del siglo pasado, sólo igualado por el estalinismo en la URSS.
El miércoles 25 de abril de 1934, Riefenstahl llegó a Inglaterra para impartir una serie de tres conferencias sobre técnica cinematográfica en las universidades de Oxford, Cambridge y Londres, invitada por asociaciones de estudiantes. Su primera charla, el mismo día de su arribo, fue ante el Club Alemán Universitario de Oxford en Rhodes House. La segunda tuvo lugar el 26 de abril en Londres en el Buró Académico Anglo Germano y el viernes 27 ante la Asociación Anglo Alemana de Cambridge, en donde como parte del evento pudo ver por primera vez la película de Serguéi Eisenstein ¡Que viva México!
Entrevistada por el Daily Express, expresó que para ella, Hitler era “el más grande de todos los hombres”.
Esta declaración podría parecer políticamente correcta para una personalidad pública alemana de visita en el extranjero en aquellos tiempos, pero dos días después el diario publicó una entrevista de su corresponsal en Berlín, Pembroke Stephens, que la describe como “una nazi entusiasta, antigua militante del partido y amiga de Adolf Hitler”.
Riefenstahl confió al periodista que hasta 1931, no había tenido ningún interés en la política, dedicada como estaba a su arte. Pero en un viaje a los Dolomitas para dirigir y actuar en La luz azul, en la estación de tren de Berlín compró un ejemplar de Mi lucha para leer en el trayecto.
“El libro me hizo una tremenda impresión. Me convertí al nacionalsocialismo después de leer la primera página. Sentí que el hombre capaz de escribir un libro así, sin duda alguna estaría al frente de Alemania y me sentí feliz de que tal hombre hubiese llegado”.
De regreso a Berlín, acudió por primera vez en su vida a una concentración política para escuchar a Hitler, y las palabras del dirigente, dijo a Stephens, fueron “la más poderosa experiencia de mi vida”.
Decidida a conocer personalmente al Führer, no descansó hasta lograr una entrevista con él, misma que tuvo lugar el día anterior a su partida a Groenlandia para filmar S.O.S. Iceberg. En esa reunión hablaron de política, de Alemania y su futuro, de la sociedad aria y del mundo. Le emocionó que Hitler conociera sus películas.
Al regreso de Groenlandia se incorporó al círculo íntimo del estado mayor nazi, en donde la amistad y los “grandes ideales” de los dirigentes “la hicieron crecer”, según dijo a Stephens. Poco después, Hitler le pidió “con cuatro días de anticipación”, que hiciera una película del encuentro del partido en Núremberg en septiembre de 1933. La pieza se tituló Victoria de la fe y fue el mapa de ruta para la posterior El triunfo de la voluntad.
En mayo de 1935, Angus Quell publicó en el Royal Screen Pictorial su recuerdo de Leni a su arribo al aeropuerto de Croydon en el vuelo de Luft-Hansa (sic): “Una llamativa y enérgica mujer de pelo negro, ataviada en la sencilla pero vigorosa moda femenina de la Alemania nazi”.
Cuando la afamada estrella es entrevistada en la terminal, Quell reporta con abierta admiración que una poderosa fascinación por Hitler timbra en la voz de la mujer cuando se refiere al Führer:
“Para mi es el más grande hombre que haya vivido. Es realmente sin defectos, sencillo pero a la vez infuso de poder varonil. No desea nada, nada para sí mismo. Sabe que nunca verá la Alemania con la que sueña, pero está satisfecho con seguir bregando por su pueblo, sin desviarse, sin dar tregua a su misión. Es bello, es sabio. De él emana un resplandor. Todos los grandes alemanes, Frederick, Nietzsche, Bismarck… todos han tenido defectos. Los seguidores de Hitler no están sin mancha, pero sólo él es puro…”.
En reseñas del 26 y 27 de mayo, el Oxford Mail consignó el entusiasmo con que fueron recibidas las pláticas de Riefenstahl sobre su experiencia como directora y actriz de películas de montaña. Y en entrevistas posteriores la cineasta confirmó que la industria cinematográfica alemana gozaba de importantes subsidios, pese a lo cual, “nuestro cine no es utilizado con propósitos de propaganda, a diferencia del soviético”. También comparó el cine inglés con el de su país. “Ambos intentan expresar la vida humana y ambos difieren del cine soviético en que no son vehículos de propaganda”.
El Daily Telegraph del 27 de mayo la citó expresando que el subsidio al cine alemán era una buena cosa puesto que permitía ofrecer a los auditorios buenas películas y no sólo éxitos de taquilla, además, negó terminantemente que las películas teutonas fueran sólo de tendencia propagandística: “El objeto primario del cine alemán es el mismo que en Inglaterra: el entretenimiento”. Tales declaraciones fueron refutadas ácidamente por The Star y To-day’s Cinema, que cabecearon sus informaciones con el título “Propaganda nazi”. El redactor de To-day’s Cinema escribió sarcásticamente que si las películas nazis no eran de propaganda, “¿por qué no las hacen entretenidas?” y se preguntó qué le pasaría a “Miss Riefenstahl ¡si intentara producir una película que no le gustara a Herr Goebbels!”
¿El que Leni Riefenstahl fuera una nazi militante y convencida le resta algo a su arte? No, al contrario: le da un marco de referencia necesario. Que desde 1945 y hasta el día de su muerte haya puesto distancia con su convicción fascista y negara su cercanía y fascinación por Hitler, habla de sus debilidades de carácter. Su obra permanece como un referente. Es interesante, por citar sólo un ejemplo, las escenas de Ben-Hur que calcan pasajes de El triunfo de la voluntad.
Como otros seres humanos en épocas de turbulencia y cambio político, Leni fue seducida por una poderosa personalidad y cerró los ojos a la realidad. Cuando su mundo se derrumbó no tuvo el valor, como sí fue el caso de Günter Grass, de confesar su debilidad.
Hoy ya sabemos quién fue y esto nos permitirá entender mejor su arte.
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