Juego de Ojos

El buen pastor

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A principios de 1923, un periodista gringo que era director del News and Observer de Raleigh, Carolina del Norte, veterano político demócrata, vicepresidente de la Liga Antiimperialista y puntual observador de las relaciones yanquis con el agitado vecino del sur que llevaba a cuestas el nombre bíblico de Josephus Daniels, denunció en una editorial:

“Este país ha esperado demasiado para reconocer a México. Obregón es el mejor presidente que México ha tenido. Si no fuera por el petróleo, hace mucho que México hubiera sido reconocido”.

Cuando tiempo después Washington decidió normalizar las relaciones diplomáticas con el vecino del sur, escribió:

“La poderosa República del norte debiera estar lista para ayudar al débil vecino del sur, que ha llegado a su actual situación a través de difíciles circunstancias”.

Que un liberal jeffersoniano abierto al panamericanismo y poco amigo de los grandes trusts petroleros se expresara así no era de llamar la atención. Pero Daniels no era un periodista o político cualquiera. Como secretario de la Armada en el gobierno de Woodrow Wilson en 1914 había firmado las órdenes para el bombardeo de Veracruz y la ocupación de la plaza, formalmente en represalia por un “incidente” entre marinos gringos y federales mexicanos en Tampico, pero en realidad un episodio más de la disputa por el petróleo mexicano.

Josephus Daniels
Josephus Daniels, ex Secretario de la Armada de los Estados Unidos (Imagen: NavyMil.)

Su segundo de a bordo en la Armada en aquellos años, Franklin Delano Roosevelt, llegaría a ser el trigésimo segundo presidente de Estados Unidos, de 1933 a 1945, y tendría que pilotar a su país por la Segunda Guerra Mundial y sortear uno de los momentos más espinosos en la relación siempre delicada con México: la expropiación petrolera de 1938.

En su discurso inaugural el 4 de marzo de 1933, Roosevelt explicó así el sentido de su política exterior:

“En lo que toca a la política mundial, empeñaré a esta nación en la política del buen vecino: el buen vecino que por sobre todo se respeta a sí mismo y, porque lo hace, respeta los derechos de los demás. El vecino que respeta sus obligaciones y respeta la inviolabilidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos”.

Realmente no hay en esta declaración una definición política, sino más bien la vaga expresión de un buen propósito. ¿Qué se entiende por “una relación de buenos vecinos”? Con su vecino, durante cien años, México había librado una guerra desigual, perdido la tercera parte de su territorio y suscrito, con el cañón de una pistola amartillada apuntándole a la nuca, el Tratado de Guadalupe Hidalgo, “vergüenza y deshonra de los mexicanos”, entre otros episodios de abusos del fuerte hacia el débil.

Roosevelt asumió la presidencia en tiempos difíciles, a caballo entre la crisis económica de 1929 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Su biografía no era precisamente la de un pacifista y panamericanista. Pero era un hombre inteligente y un político experimentado que pulsaba la necesidad de enmendar y elevar el nivel de las relaciones con América Latina, particularmente con un México que se reconstruía después de una dolorosa revolución.

Para esa tarea se sirvió de su antiguo jefe, a quien nombró embajador extraordinario y plenipotenciario ante los Estados Unidos Mexicanos el 13 de marzo, diez días después de instalarse en la Casa Blanca.

Con un país resquebrajado, un Congreso en campaña contra el vecino del sur y un conflicto europeo que amenazaba mundializarse, Roosevelt mandó a la embajada en el Valle de Anáhuac a un representante personal, alguien en quien confiaba y no a un diplomático de carrera convencido de la inevitabilidad del “destino manifiesto”.

Franklin-D-Roosevelt
Franklin D. Roosevelt, 32° presidente de los Estados Unidos (Imagen: Britannica).

Esta decisión surgió de una profunda desconfianza hacia el personal del Departamento de Estado. Consideraba que muchos de los hombres que ocupaban puestos políticos eran aristócratas, productos de escuelas exclusivas de una sociedad snob, o bien, imitadores de las clases acomodadas.

La cercanía con Roosevelt permitió a Daniels una poco común capacidad de maniobra y en más de una ocasión desestimó instrucciones directas para presionar al gobierno de México. En el Departamento de Estado se resignaron a que el jefe de la representación en México no fuera un empleado al que se le pudiera exigir el mecánico cumplimiento de instrucciones. Se quejaban de que en México debían lidiar con un gobierno respondón “y con nuestro embajador”.

El 7 de marzo de 1933 Washington informó al gobierno de México de su intención de nombrar a Daniels. El 8, el secretario de Relaciones Exteriores, Dr. José María Puig Casauranc, notificó el consentimiento: 24 horas para otorgar el plácet, velocidad inusitada para un gobierno resentido con el gran vecino y que apenas unos meses antes había negado el permiso a un agregado naval a la embajada de Estados Unidos porque había sido uno de los oficiales de las fuerzas invasoras en Veracruz.

La diplomacia mexicana se vio atrapada entre ofender al presidente del poderoso país del norte y la posibilidad, por remota que pareciera, de que la “política del buen vecino” se instrumentara para sanear una relación herida entre las dos naciones.

Hay indicios de que el presidente Abelardo Rodríguez aceptó de mala gana. El 29 de marzo confió a un amigo que “México se había visto obligado en contra de su voluntad a aceptar el nombramiento de Daniels”.

La reacción de la prensa mexicana, como era de esperarse, no fue de cordial bienvenida. El pueblo tampoco recibió con agrado la noticia. El 24 de marzo la Embajada en la Ciudad de México fue apedreada y hubo manifestaciones de estudiantes. En Monterrey se dieron movilizaciones. Incluso la comunidad empresarial gringa en México recibió con desagrado el nombramiento.

Franklin D Roosevelt y Josephus Daniels
De izquierda a derecha: Franklin D Roosevelt y Josephus Daniels (Imagen: Southern Spaces).

El semanario Omega de la capital de la República reflejó el sentir del momento: “El Embajador Daniels lleva sobre los hombros el peso de la ocupación de Veracruz. La memoria de ese inicuo atentado contra nuestra soberanía ocasionará que el nuevo enviado encuentre una helada atmósfera entre nosotros”.

En realidad, si bien Daniels no era un experto en asuntos de México (y no hablaba español), tampoco era ajeno a la situación del país en donde representaría durante nueve años a su gobierno.

En este contexto asumió la embajada de su país. Pese a los desfavorables augurios iniciales en torno a su nombramiento, logró, al cabo de nueve años, distinguirse como el mejor Embajador de Estados Unidos en México.

Los vientos de guerra que azotaban el mundo contribuyeron al éxito de la expropiación y minaron los intentos de las empresas por aniquilar al gobierno cardenista, aunque el conflicto avivó la belicosidad de un Departamento de Estado amamantado en la doctrina del gran garrote parida en 1902 por el presidente Theodore “Teddy” Roosevelt.

Pero la cordura y el buen juicio prevalecieron. Según el embajador Daniels, en esta guerra de nervios instigada desde las oficinas de las petroleras en Londres y Nueva York, “dos funcionarios públicos conservaron la cabeza mientras muchos otros la perdían a su alrededor: Franklin Roosevelt en la Casa Blanca, autor de la doctrina del buen vecino, y Josephus Daniels, el delegado de esa doctrina en la República Mexicana”.

Este periodista y diplomático cuyo paso por México haríamos bien en recordar, describió en sus memorias el impacto que le causó la movilización popular desatada por la expropiación. En un pasaje de Diplomático en mangas de camisa en donde no oculta su admiración por el cardenismo, Daniels apunta: “fue como si hubiera llegado el día de la liberación”.

Juego de ojos.

Lecciones de El Cuento

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Edmundo Valadés, el genial autor de La muerte tiene permiso, sostuvo que en un cuento, la única posibilidad que el escritor tiene de ser reconocido pasa necesariamente por el estilo.

“Es la marca de fábrica, la manera personal de contar la historia, de tender a su estructura, de perfilar personajes, de manejar el idioma, de tramar un cuento que resulte inolvidable, como también lo será él mismo”, expresó el creador de la revista El Cuento, la hoy desaparecida publicación que en su día fue la referencia del género en el mundo de habla hispana.

El estilo es la personalidad. Es todo aquello que caracteriza a un ser humano y que refleja en su entorno más inmediato. En literatura el estilo es parte de la personalidad del escritor, aunque en el proceso creativo el estilo se refiere a la manera en que un autor se vale de ciertas leyes, normas y técnicas, para expresarse.

El estilo es consustancial a la literatura. Puede ser bueno, malo, excelente o regular, pero cuando está ausente, cuando del texto se deduce el parentesco con el idioma sólo por la presencia de las palabras, puede haber escritura, mas no literatura.

Hay estilos que se ensanchan y se universalizan en ciertas épocas, convirtiéndose en el sello de una generación –independientemente de las particularidades de cada uno de los integrantes de esa generación. Por ejemplo, pocos lectores acuciosos dejarían de reconocer un estilo en la cuentística francesa del siglo XIX y otro en la cuentística estadounidense de principios del pasado.

lectores asiduos
Imagen: Pinterest.

Es indudable que en los últimos años el género cuento ha repuntado en el interés de los lectores mexicanos. La cultura audiovisual en que vivimos, con su carga de mensajes digeridos, pudiera explicar cierta predilección por lo breve entre quienes siguen creyendo en los libros. Lauro Zavala cree advertir que esta “cultura del fragmento” ha llevado a los escritores más sensibles a utilizar no sólo la palabra cotidiana, sino “muy especialmente el tono periodístico y hasta testimonial propios de la crónica, de tal manera que en muchos casos es difícil distinguir entre periodismo y creación literaria, entre testimonio y ficción”.

Respecto al creciente interés en el género, el mismo estudioso supone que una de las razones pudiera ser la explosión numérica de la universidad de masas, con el consiguiente aumento del número de lectores (y, por lo mismo, de autores y editores) de narrativa breve, acompañados por la multiplicación de los premios, becas, encuentros y talleres literarios en todo el país, y la relativamente reciente costumbre de organizar presentaciones de libros.

Me gustaría proponer que otro factor que impulsa la lectura son los medios masivos, la radio y la televisión y en particular el Internet. Es una propuesta controversial, pues a los medios electrónicos se les ha señalado como responsables de los altos índices de no lectura. Sin embargo, me parece que el asunto no ha sido bien estudiado y que podríamos encontrarnos ante un cliché o un mito.

En un encuentro convocado para definir políticas culturales, el sociólogo francés Alain Touraine me dijo: “Quisiera no ser paradójico, pero francamente no veo de dónde viene este pesimismo que se escucha en el mundo entero: «Los libros nadie los lee».” Mucha gente lee libros, mucho más que antes. «Lo escrito desaparece frente a la imagen». Y atribuye esto en parte a la proliferación de los adminículos electrónicos.

Definir lo que es un cuento puede resultar una tarea tan peligrosa como intentar una definición de “belleza” que satisfaga a todo el mundo. Sin embargo, hay puntos en los que están de acuerdo la mayoría de los autores contemporáneos: extensión inferior a la de la novela, tensión constante y desenlace inesperado.

A partir de estos y otros puntos se ha intentado formular leyes, que como no atañen a fenómenos comprobables y medibles como la fuerza de gravedad o la curvatura de la luz en las proximidades de los astros, pueden dar a teóricos y críticos un placer semejante al que obtenían los padres de la Iglesia al discutir sobre el sexo de los ángeles, pero de poca utilidad al proceso creativo en sí.

proceso creativo del cuento
Imagen: Tumblr.

William Faulkner dijo en alguna entrevista que, si el escritor está interesado en la técnica, más le valdría dedicarse a la cirugía o a la colocación de ladrillos. Opinión extrema, sin duda, pero tiene lo suyo.

Edmundo Valadés, en contra, fue capaz de revisar brillantemente todos los aspectos teóricos del cuento y concluir con una sencilla confesión: “… al término de especulaciones, el cuento tiene leyes secretas, misteriosas, y lo único que sé es que sólo el cuentista es quien puede intuirlas”.

Entre aquel tajante rechazo a la técnica, y este azoro frente a los misterios de la creación literaria hay, digamos, un canal de navegación por el que es posible transitar muy provechosamente.

¿Qué es, pues, “un cuento” en literatura? Julio Cortázar dice que el cuento “parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede de las veinte cuartillas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha”.

Otras aproximaciones o intentos de definición:

Ernesto Sábato: “El cuento tiene que dar en pocas palabras una idea toral y poética”.

Robert Stanton: “El autor de un cuento debe crear y poblar su mundo, y simultáneamente zambullirse en la acción”.

Mario A. Lancelotti: “El tour de force del cuentista consiste en convertir el acontecimiento en un lenguaje; el cuento no es una forma estática”.

Silvina Bullrich: “El cuento puede darse todos los lujos menos el de ser incompleto; el cuento es un hecho consumado, una íntima parcela de vida completa en medio de los años que abarcan el pasado de un hombre sobre la tierra”.

Alberto Moravia: “El cuento debe sujetar en su silla al lector”.

mar de cuentos
Imagen: Pinterest.

H. H. Murena: “El cuento es algo así como una gota de agua vista con una lupa, y por lo tanto en ella está el universo entero”.

A mediados del siglo antepasado Edgar Allan Poe –sin duda punto de referencia para la cuentística contemporánea- publicó su famoso análisis sobre el cuento o historia corta:

Un hábil artista literario ha construido una narración. Si prudente, no ha modelado sus ideas para conciliarlas con su trama; pero habiendo concebido, cuidadosa y deliberadamente, cierto efecto único a lograr, entonces pergeña tales incidentes, y combina tales hechos como mejor le sirvan para lograr ese efecto preconcebido. Si desde la misma primera línea no se tiende al logro de ese efecto, entonces habrá fracasado en el primer paso. A lo largo de toda la extensión de la obra no incluirá una sola palabra cuya tendencia, directa o indirecta, no sea hacia la consecución de ese diseño preestablecido.

En 1925, otro par de la República de las Letras, el uruguayo Horacio Quiroga, publicó su Manual del perfecto cuentista en cuyo punto V aconseja: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas”.

Cuarenta y cinco años después Cortázar diría: “Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas”.

Y de nuevo Edmundo Valadés: “Un cuento debe estar conformado como un círculo trazado de principio a fin, sin que sea válido salirse de él. Hay que sujetarse a la redondez que exige, a la continuidad de la historia preestablecida, que debe desenvolverse sin rodeos o divagaciones innecesarias o excluyentes, hasta alcanzar el punto que la cierre”.

Un cuento debe dejarnos la sensación de que los hechos descritos –trátese de situaciones extraordinarias en que se involucran seres ordinarios o de seres extraordinarios atrapados por asuntos ordinarios–, no sólo son posibles sino que incluso nos pudieron haber pasado a nosotros mismos.

Juego de ojos.

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Lawrence Durrell

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En memoria de José Antonio Meyer
y Vidal Elías, amigos, compañeros, hombres de bien.

El 27 de febrero conmemoramos 109 años del nacimiento de Lawrence Durrell, autor consagrado en un lugar privilegiado de la literatura universal con una vasta obra en donde esplende el Cuarteto de Alejandría.

Aunque a Durrell se le ha considerado un escritor inglés, en realidad nació en la India, hijo de padres ingleses (como su contemporáneo, George Orwell). Recientemente supe que nunca tuvo la ciudadanía británica y, un dato no confirmado, se resistió a ser súbdito de la pérfida Albión.

A lo largo de su vida publicó diez y seis novelas, varios volúmenes de poesía, tres obras de teatro, seis libros de viajes, tres de humor, cuatro de cartas y ensayos, muchos prólogos y varios guiones de cine. Además tuvo un modesto éxito como pintor anónimo en Francia. Fue desde luego candidato al Premio Nobel.

Tuvo una vida fascinante y controvertida, nos dice Gordon Bowker. “Fue un complejo enigma, un oscuro laberinto […] Se casó cuatro veces, una de ellas con una mujer 25 años más joven, y después de su muerte fue acusado de haber sostenido una relación incestuosa con su hija, quien se suicidó en 1985.

Lawrence y Nancy Durrell
Lawrence y Nancy Durrell en los primeros días de su matrimonio, años 30. (Imagen: Patrimonio de Gerald Durrell).

“Al explorar los oscuros territorios de su espíritu, buscó en las filosofías orientales y en la moderna psicología, la manera de enlazar su fijación sexual con un poderoso impulso creativo”.

Y nos dejó esta inquietante sentencia: “Escribo de la misma manera en que otras personas hacen el amor: como un vicio”.

Las novelas Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960) que forman la tetralogía de Durrell, son una fiesta de fuegos artificiales en cuanto a recursos lingüísticos, manejo de personajes y atmósferas, al mismo tiempo que una obra de excelente y propositiva factura formal.

“Como la literatura no nos ofrece unidades, me he vuelto hacia la ciencia, para realizar una novela como un navío de cuatro puentes cuya forma se basa en el principio de la relatividad”, explicó Durrell para definir su aspiración de representar el espacio-tiempo en esta obra.

Confieso que después de leer en dos ocasiones el Cuarteto, nada se agregó a mi conocimiento de la teoría de la relatividad, que es muy escaso… por no decir nulo. En cambio, mi entusiasmo por la obra de Durrell creció exponencialmente.

Las cuatro novelas narran, desde la perspectiva de otros tantos personajes, prácticamente el mismo periodo y los mismos acontecimientos. Sólo en Clea hay un desarrollo de la trama que abarca un periodo más largo que las otras novelas.

obras

La pluma creativa de Durrell hace que cada una resulte diferente, como si fuese una historia distinta la que se cuenta. La voz narrativa de los personajes, cargada de una espectacular riqueza interior, se funde imperceptiblemente con los recursos literarios formales y da al lector la impresión de acercarse, en cada volumen, a una historia nueva con los mismos protagonistas.

En diversos análisis de este cuarteto de novelas se ha señalado la viveza que logra Durrell en la descripción de la ciudad de Alejandría –lugar donde se desarrolla la trama– hasta convertirla en una protagonista más: sitio escurridizo y misterioso que no se deja atrapar.

La relación entre el narrador-escritor de la primera novela, Darley, con Justine, la protagonista, parece ser una analogía de la mirada occidental de aquél frente a los enigmas de la cultura árabe: “lo que me hechizaba era la ilusión de que tal vez podría llegar a saber cómo era de verdad”, dice el narrador de su amante, y al igual que Justine, parece que la ciudad se resiste a ser descifrada por los ojos extranjeros de Darley, visto que muchas de sus percepciones quedan exhibidas como simples, incompletas o ajenas si se confrontan con la capacidad natural de Clea o Balthazar para escudriñar su esencia misteriosa.

Esta naturaleza huidiza proviene en parte de su complejidad, semejante a la de Justine, descrita por Darley como “una hija auténtica de Alejandría, es decir, ni griega, ni siria, ni egipcia, sino un híbrido, una ensambladura”.

Sin duda las relecturas de este conjunto maravilloso son siempre aleccionadoras y sorprendentes. Cuánta razón les asiste a los críticos cuando aseguran que Durrell ofreció a sus lectores cinco libros: cada una de las novelas, que pueden no depender una de otra, y las cuatro que, en conjunto, son una obra aparte.

La primera lectura me impactó con el trabajo formal del género, la meticulosidad con que se desarrollan las cuatro historias y los abundantes recursos que puso de manifiesto Durrell para hacer cuatro libros diferentes a partir del mismo argumento.

En El libro negro, la biografía publicada por Gordon Bowker en 1966, este escritor nos describe, con una espléndida metáfora, lo que cree fue el secreto del oficio de Durrell: “Un ataque, con los puños desnudos, a la literatura”.

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Imagen: Newsweek.

En una segunda lectura del Cuarteto, después de haber dejado reposar los libros unos diez años, mi interés se centró en los personajes y cómo en cada libro se agregan pinceladas que no modifican el retrato original sino sólo lo hacen más complejo.

Protagonistas como Melissa, la prostituta griega enamorada de Darley y quien mejor describe la relación amorosa del escritor con Justine. Clea, enigmática y sabia. Balthazar, más enterado que un narrador omnipresente. Nessim, poderoso y débil al mismo tiempo. Incluso personajes secundarios como el barbero Mnemjian, el sirviente Hamid, Pombal, Leila, Scobie, Naruz y Capodistria, tienen un encanto irresistible.

Balthazar es mi preferida, por la enorme riqueza del lenguaje con que Durrell dotó a su personaje, lo cual es, me queda claro, una afirmación osada. Pero siempre me pareció que Balthazar, el personaje que da nombre a la segunda novela, más que médico –que tal es su oficio en la historia– es más semejante a los druidas galos, poseedor de una sabiduría casi mágica que le permite ser condescendiente con los actos más siniestros o más sublimes de los humanos y dueño también de una serenidad que trasciende las emociones que insuflan vida a los actores con los que convive y que, sin embargo, forman parte irremplazable de su propia vida, emociones que él explica puntualmente: “la etiología del amor y la locura son idénticas, sólo es cuestión de grado”. Porque, al final, parece flotar siempre sobre los personajes la ambición febril por explicar intelectual o emotivamente el amor.

Espero poder robarle tiempo al tiempo para concluir una sosegada tercera lectura del Cuarteto, como un tributo al ya más que centenario escritor, porque cada lectura es, como decía Henry Miller, contemporáneo y amigo de Durrell, la historia del lector y no la del escritor, pues ellos ya han hecho su parte y no esperan ser juzgados.

Juego de ojos.


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En defensa del periodismo

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En memoria de José Antonio Meyer.
Notable académico. Amigo entrañable.

Nada hay tan poderoso como una idea cuyo tiempo ha llegado, dice la sentencia que nos legó el gran Víctor Hugo. En un memorable ensayo de 1938, Archibald MacLeish habla de cómo la poesía y la revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante. En 1949, Peter Hinzen inició su ensayo sobre el rearme moral con la reflexión de que “el mundo nunca conoció un ritmo tan acelerado como el actual. Y este ritmo se vuelve cada año más veloz. No conseguimos mantenernos al tanto. A menudo queremos escapar del exceso de publicaciones que continuamente nos causan impacto, pero no es posible. Tampoco logramos protegernos de las contradicciones del mundo moderno. Todo esto nos hace sentirnos inseguros y amenazados”.

Ante el cambio, espíritu abierto. Las líneas Maginot (mentales) del statu quo, las murallas chinas (mentales) del establishment y los muros de Berlín (mentales) del no se vale, sólo tranquilizan a la clase política que tan bien caracterizó Jesús Hernández Toyo. Entiéndase por “clase política” a la que tiene un grado de representación: la empresarial, la eclesial, la sindical, la electoral y la burocrática.

Uno de los “muros” edificados por esa clase tiene que ver con el rol de los medios de comunicación. Culpar al mensajero es un cómodo ejercicio. Preocupa registrar que en el discurso público cotidiano hay un lavamanos de fallas propias y un traslado de responsabilidad a los medios que no ayudan, que no están con los buenos.

“Si lo que publico es información de la carpa es porque el circo, con pésimos actores, está ahí en la realidad”, dice un personaje de Gore Vidal en Los años dorados. A fines de los treinta, el semanario Rotofoto publicó en portada una imagen de Vicente Lombardo Toledano (el demócrata) con el brazo derecho extendido, la palma hacia la cámara, y la leyenda: “El licenciado Lombardo Toledano intenta detener la circulación de Rotofoto”. Unos días después, huestes de la CTM, en legítima defensa de la clase trabajadora, destruyeron el taller en donde se imprimía la revista.

periodismo rotofoto
Imagen: Arizona-edu.

La mano extendida de Lombardo es hoy una metáfora que aplica a la relación entre [casi todos] los medios y el Estado mexicano, aunque no es privativa de la atribulada nación. En Rusia –antigua URSS– la prensa y la televisión son chivos expiatorios. En Estados Unidos la clase política cree que no ha logrado instaurar la felicidad universal a causa de las injustas críticas impresas y radiadas. John F. Kennedy (el demócrata) exigió a una convención de editores en 1961 una mayor “dosis de patriotismo” a la hora de ir a prensas.

Hace 300 años el Parlamento inglés prohibió a los gacetilleros transcribir sus sesiones. A mediados del siglo XVIII, en la naciente república del norte, las tensiones entre la política y la prensa eran de tal magnitud que Benjamín Franklin publicó en The Pennsylvania Gazette el 27 de mayo de 1731, An Apology for Printers (En defensa de los impresores –hoy periodistas–), proclama que por su ejemplaridad y vigencia a continuación reproduzco en sus partes centrales:


“Por ser frecuentemente censurado y condenado por diferentes personas al publicar cosas que según ellos no deben ser difundidas, he considerado en algunas ocasiones ofrecer una defensa y publicarla una vez al año para que se lea en todas esas ocasiones. […] Les pido a todos los que están enojados conmigo por las publicaciones que no les agradan, que consideren detenidamente estos detalles:

Las opiniones de los hombres son tan variadas como sus rostros; una observación bastante general como para ser un proverbio: hay tantos hombres como ideas.
El negocio del periodista tiene que ver sobre todo con la opinión de los hombres; la mayoría de las publicaciones tienden a promover a algunos y oponerse a otros.
He ahí la peculiar desdicha de este negocio. Los editores apenas pueden ganarse la vida con una actividad que probablemente no ofenda a algunos o quizás ofenda a muchos, mientras que el herrero, el zapatero, el carpintero, o el hombre de cualquier otro oficio puede trabajar de modo indiferente para personas de cualquier religión sin provocar ofensa alguna: el comerciante puede comprar y vender a los judíos, a los turcos, a los herejes e infieles de todo tipo y obtener dinero de ellos, sin ofender de modo alguno al más ortodoxo, o sufrir censuras u hostilidades.
Es tan ilógico para cualquier hombre o grupo de hombres, esperar sentirse satisfecho con todo lo que se publica, como pensar que nadie debe sentirse satisfecho sino el que lo imprime.
Los editores son formados en la creencia que cuando los hombres difieren en sus opiniones, ambas partes deben tener la misma oportunidad de ser escuchados, y que cuando la verdad y el error están en igualdad de condiciones, la primera es siempre superior al segundo […].
No es razonable pensar que los editores deban aprobar cada cosa que publican, y por lo tanto censurarlos por cualquiera de esas cosas […] Del mismo modo es ilógico lo que algunas personas afirman, que los editores sólo deberían publicar lo que ellos aprueban, ya que si se tomara tal resolución, y se pusiera en práctica, sería el fin de la libertad de escribir y el mundo no tendría nada que leer, salvo la opinión del editor […].

defensa del periodismo
Imagen: Medium.

[Sin embargo] los editores continuamente rechazan buen número de cosas malas […]. Yo mismo me he negado a publicar lo que justifique el vicio o promueva la inmoralidad, aunque dando satisfacción al gusto corrupto de la mayoría, pude haber ganado mucho dinero.

También me he negado a publicar algo que pueda causar daño real a cualquier persona, sin importar cuánto me hayan tentado con ofertas de buena paga, y sin importar cuánta enemistad me he ganado con aquellos que me hubieran podido contratar.

Muchos hoy me ven con resentimiento por haberme negado a publicar sus reflexiones personales o partidistas. En este asunto he hecho muchos enemigos, y la fatiga constante de negarme a sus peticiones es casi insoportable. Sin embargo, el público que no está al tanto de todo esto, cuando el pobre editor llega a hacer algo, ya sea por  ignorancia o persuasión, que amerite ser culpado, no lo recibe con solidaridad o aceptación, como si no hubiera mérito alguno en su trabajo.

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Imagen: Douglas Jones.

Concluyo con una fábula: Un hombre justo y su hijo viajaban al mercado de la ciudad para vender un asno. El camino estaba en malas condiciones, por lo que el señor iba montado en el asno pero su hijo marchaba a pie. El primer viajero que encontraron en el camino le preguntó al señor si no se avergonzaba de ir cabalgando y hacer sufrir al pobre chico caminando en el lodo; esto lo hizo subir al chico en la montura con él. No habían andado mucho cuando se encontraron con otro viajero que les dijo que eran dos tontos malagradecidos por montarse sobre aquel pobre asno en un camino tan malo. Después de esto el señor se bajó y dejó a su hijo cabalgar solo. El siguiente viajero que encontraron le dijo al chico que era un desvergonzado ventajoso por cabalgar de ese modo, y dejar a su padre andar a pie, y dijo además que el señor era un tonto por permitirlo. Entonces el señor le pidió a su hijo que se bajara y que caminaran juntos, y así continuaron hasta que encontraron a otro viajero que los llamó imbéciles por ir los dos caminando en un camino tan malo cuando llevaban con ellos un asno que podían montar. El señor ya no pudo más y le dijo a su hijo: ‘Hijo, siento mucho que no podamos complacer a todas estas personas. Lanzaremos al asno por el próximo puente y ya no nos causará más problemas.’

Si el señor hubiera llevado a cabo su decisión, probablemente lo hubieran llamado tonto por molestarse con las diferentes opiniones de aquellos que alegremente lo criticaban. Por tanto, aunque creo tener un carácter tan amable como el suyo, no pretendo imitarlo. Si bien respeto la variedad de temperamentos entre los hombres, y lejos estoy de tener la esperanza de complacer a todo mundo, aún así no dejaré de publicar. Continuaré mi negocio. No quemaré mi imprenta ni fundiré mis tipos”.

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Una vida maravillosa

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Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre impar, que se me antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro… pero eso sí, El libro, el Corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!

He aquí una estrella rutilante en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público y construyó en Noruega una cabaña aislada para vivir en total seclusión.

Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una de las familias más acaudaladas del Imperio Austro-Húngaro. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.

Wittgenstein de niño
Ludwig de niño en el campo.

Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto.

Curioso currículum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”. Al repasar su vida, pienso que Ludwig no era de este mundo. Por lo menos no permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de prácticamente todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo que para él era trascendente.

Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Ludwig fue atormentado durante su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en la fe romana y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.

familia Wittgenstein
La familia Wittgenstein.

Hubo en su vida, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia que hoy apreciamos en su permanente fascinación con todo lo religioso, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos.

Se oponía a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían las ceremonias y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, el ceremonial religioso traduce una disposición, una postura ante el más allá.

Los Wittgenstein eran una numerosa y acaudalada familia. Karl Wittgenstein fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro y su casa atraía a personalidades de la cultura, en particular a músicos, entre ellos el compositor Johannes Brahms, quien era amigo de la familia.

familia Wittgenstein
La familia Wittgenstein en Viena en 1917 (Fotografía: Hyperbole).

Ludwig estudió ingeniería en Berlín y en Manchester. Su interés en la ingeniería lo llevó a las matemáticas, lo cual a su vez lo llevó a reflexionar sobre los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos. El filósofo y matemático Gottlob Frege le recomendó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge, en cuyas aulas deslumbró tanto a Russell como a G. E. Moore

En 1929 comenzó a enseñar en el Trinity College, y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su obra, gran parte de la cual culminó en Irlanda, pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo. Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas.

Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.

El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso.

Wittgenstein dijo que en filosofía el ganador es el que llega al último. Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.

“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. Éste no es un papel deslumbrante, sino difícil e importante.”

Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.

Bertrand Russell recuerda un pasaje de su encuentro con Wittgenstein: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’

“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.

“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”

Juego de ojos.

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Tras la huella del Mahatma

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En estas semanas recordamos el 125 aniversario del nacimiento y el cincuentenario de la muerte de Louis Fischer, el periodista que dio a la profesión uno de sus momentos esplendentes el siglo pasado.

Quienes son aficionados al cine sin duda identificarán el nombre con la extraordinaria película de Richard Attenborough, Gandhi (1982), basada en el libro homónimo de este hijo de un vendedor de pescado y fruta nacido el 29 de febrero del bisiesto 1896 en Filadelfia, Estados Unidos.

No deja de tener un toque irónico que el actor que interpretó al diminuto paladín que arrancó de la corona de la pérfida Albión la joya conocida como “Raj Británico”, con sus 362 millones de almas, haya sido un gigantón inglés nacido en un villorio de 800 habitantes en el corazón del imperio, Ben Kingsley.

Aquel patriarca semidesnudo consumó, armado con una idea cuyo tiempo había llegado, un evangelio de paz y un puño de sal, lo que ni la Gran Armada de Felipe II o la de Napoleón lograron: doblegar al arrogante imperio en donde nunca se ponía el sol.

La poderosa sombra del Mahatma obnubiló a gigantes de su tiempo. El caso emblemático por incoherente y casi esquizofrénico, fue el de Winston Churchill, un titán ante Hitler y un déspota frente a Gandhi, a quien tildó de “fanático, subversivo, maligno… abogado sedicioso […] usurpador de un ejemplar de fakir muy popular en Oriente para trepar medio desnudo y a zancadas la escalinata del palacio virreinal”.

Gandhi y churchill
Mahatma Gandhi y Winston Churchill.

 Esa sombra fue luz para otros. Martin Luther King encontró guía y aliento en la resistencia pacífica y en 1930 la revista Time comparó “la Marcha de la sal” de Gandhi con el episodio del “Motín del té” de Boston, que desembocó en la independencia de Estados Unidos.

También a Richard Attenborough imbuyó el resplandor de la idea gandhiana… gracias a Louis Fischer. Era un productor y actor próspero, que “llevaba una existencia cómoda. Tenía mucho trabajo en el cine. Mi dinero estaba bien invertido. Pero entonces Motilal Kothari me regaló la biografía de Gandhi… y me cambió la vida. Fue como un rayo. Desde ese día no pensé en otra cosa. Todo lo que hice, además de  viajar casi 40 veces a la India, estuvo encaminado a filmar esta película”.

En una era de gigantes del periodismo y la literatura, Fischer fue una cumbre. Al igual que Jack Reed, Arthur Koestler y George Orwell –por mencionar a tres– fue arrastrado por la ola de entusiasmo que la revolución soviética levantó en el mundo. Y como muchos de sus contemporáneos, un día abrió los ojos al terror del padrecito Stalin y puso distancia con el paraíso de los trabajadores. Este alejamiento lo puso en la mira de la nomenklatura. Desde el comunismo gringo, Max Eastman lo criticó en su libro Artistas en uniforme. León Trotsky lo declaró “mercader de mentiras” además de “agente literario al servicio de Stalin”.

Su desencanto se vertió en uno de los capítulos de El Dios que fracasó, en donde André Gide, Ignazio Silone, Stephen Spender, Richard Wright y Arthur Koestler, también plasmaron sus reflexiones sobre el eclipse del sueño socialista.

Fischer, hasta su muerte, se vio a sí mismo como “un liberal de centro-izquierda, antiimperialista y promotor del cambio social”.

La suya fue una compleja personalidad. Hiperactivo, con pinta de niño malcriado y pasión por el trabajo, fue al mismo tiempo un hombre generoso que regaló los derechos cinematográficos de su obra e intervino a favor de Eisenstein en la disputa con Upton Sinclair sobre el costo de Tormenta sobre México, que el cineasta ruso filmó en 1933.

Mahatma Gandhi y Louis Fischer
Mahatma Gandhi y Louis Fischer, periodista judío-americano (Imagen: Catawiki).

A lo largo de su vida escribió más de 20 libros –entre ellos La vida de Lenin, galardonado en 1965 con el Premio Nacional de Historia y Biografía– y fue un reportero incansable que se involucró en las corrientes que estaban modelando la historia del mundo. Sus cartas ocupan 68 archiveros en la Universidad de Princeton, donde impartió cátedra al final de su vida.

Principalmente en inglés, pero también en alemán, ruso, hebreo y francés, las cartas dan cuenta del abanico de intereses que tuvo y la influencia que ejerció a lo largo de su carrera. Josip Broz Tito, Sukarno, Robert Oppenheimer, Eleanor Roosevelt, Robert Kennedy, Jawaharlal Nehru, Gandhi, Georgy Chicherin, Franklin Roosevelt, John F. Kennedy, Dwight D. Eisenhower, Dag Hammarskjöld, Henri Spaak y Anthony Eden, entre muchos otros políticos y estadistas, compartieron con Fischer su visión del mundo.

Gran parte de su correspondencia se refiere a la India, país que visitó en 1942. De sus encuentros con el padre de la patria indostaní habría de escribir Una semana con Gandhi y La vida de Mahatma Gandhi, el deslumbrante volumen que en lo particular considero lo mejor que se ha escrito sobre esa gran figura.

En él Fischer despliega, desde el párrafo inicial y a lo largo de 50 capítulos y más de 500 páginas, el estilo sobrio y directo que logran muy pocos de quienes se dedican a este oficio: “A las cuatro y media de la tarde, Abha se presentó con la última comida que habría de tomar: leche de cabra, verduras crudas y cocidas, naranjas y una infusión de jengibre, limón agrio, mantequilla y jugo de áloe. Sentado en el piso de su cuarto en la parte posterior de Birla House en Nueva Delhi, Gandhi comió mientras conversaba con Sardar Vallabhbhai, primer ministro adjunto del nuevo gobierno de la India independiente”.

Como Arthur Koestler, Fischer fue un errante que buscó encontrarse y conciliarse con sus herencia semita. Después de estudiar pedagogía y dar clases, se enlistó como voluntario en la Legión Judía y estuvo en Palestina entre 1919 y 1920. Luego vivió en la URSS y sirvió al PCUS. En 1936 viajó a España como corresponsal de guerra y participó en las Brigadas Internacionales, en donde, supongo, habrá conocido a Orwell, a Hemingway y quizá a nuestro Siqueiros.

Louis Fischer murió de un infarto en Hackensack, Nueva Jersey, el 16 de enero de 1970. La noticia de su muerte ocupó pequeños espacios en las páginas interiores de los grandes diarios que antes se disputaron sus crónicas.

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El filósofo y empresario francés Christophe Clavé publicó un texto que a la luz de los recientes acontecimientos en la Banana Republic al norte del Bravo me parece interesante compartir con los lectores.

Francamente, analizar los dislates de Trump es tarea semejante a la disección de una rana: a nadie le gusta y a nadie le importa. Pero si esto es así, ¿de dónde diablos los ríos de tinta, los bosques de papel y los millones de locuciones que la comentocracia y la(s) clase(s) política(s) derramaron por doquier en el fallido intento por explicar(se) al 45º presidente gringo que hoy gruñe con la cola entre las patas en Mar-a-Lago?

La reflexión de Clavé sugiere lo que pudiera ser parte de la explicación.

Todas las evidencias apuntan a que Donald John Trump es un gargantúa sociópata-egomaniaco que representa a la mitad de los gringos. Creo que a un llamado suyo batallones de Proud Boys, Pledge Keepers y de los ridículos –si no fueran tan peligrosos– QAnoners se abalanzarían sobre México para limpiarnos de comunistas, violadores, ladrones y demás fauna nociva para la democracia.

democracia
Imagen: Tasto Kastopolis.

QAnon es una piara de gringos adoradores de Satán que postula la existencia de un Estado profundo gobernado por una camarilla de políticos pedófilos e infanticidas que extraen de los órganos de las criaturas sustancias para prolongarse la vida. Para los QAnonitas, Donald Trump es el Mesías puesto en el mundo para terminar con esa conjura.

Los seguidores de QAnon sostienen que Hillary Clinton, Barack Obama, George Soros, Oprah Winfrey, Tom Hanks, Ellen DeGeneres, el papa Francisco y el Dalai Lama, entre una lista más larga que la Cuaresma, lideran el Estado profundo. A la fecha no han aparecido nombres de mexicanos, aunque imagino a varios candidatos de entre los conservadores de nuestro pasado reaccionario.

Según estos donaldzombies, los conjurados celebraban sus cónclaves en el sótano de una pizzería cercana al Capitolio en Washington. Atormentado por el peligro a los niños y la amenaza al American way of life, un mentecato llamado Edgar Maddison Welch se armó con pistolas y rifles y asaltó la pizzería para fusilar a los conspiradores. Ya en el establecimiento, se dio cuenta de que el negocio no tiene sótano. Se entregó a la policía.

¡Hágame usted el refavor carbón!

Y mientras esa caterva de patriotas se organizaba para la segunda guerra civil y llevar al cadalso y al garrote a cuanto demócrata cruzara su camino, Donald se la pasó hipnotizado por Fox News, The Hustler y USA Today. Hoy me queda claro que al formular su acertada y profunda tesis, Jesús Hernández Toyo no tenía en mente sólo a los políticos mexicanos: “La política apendeja a los inteligentes y enloquece a los pendejos”.

politica trump
Imagen: NBC News.

Esta sentencia orgullosamente mexicana es la herramienta analítica para entender la estrepitosa caída de la Casa Trump.

Así, la reflexión de Clavé hace más sentido. Por favor, en donde el filósofo se refiere al mundo, piense en Estados Unidos. Yo inserto mis propios comentarios.

“El coeficiente intelectual medio de la población mundial, que desde la posguerra hasta finales de los años 90 siempre había aumentado, ha ido disminuyendo en las dos últimas décadas…

“Esto es una inversión del efecto Flynn. Parece que el nivel de inteligencia medido por pruebas está disminuyendo en los países más desarrollados. Puede haber muchas causas de este fenómeno. Uno de ellos podría ser el empobrecimiento del lenguaje [analicemos los discursos de Donald]. De hecho, diversos estudios demuestran la disminución del conocimiento léxico y el empobrecimiento del idioma: no sólo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo. La desaparición gradual de los tiempos (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio del pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre en tiempo presente, limitado al momento: incapaz de proyecciones en el tiempo [hay que escuchar las conversaciones de los rufianes en el interior del Capitolio]. La simplificación de los tutoriales, la desaparición de las mayúsculas y la puntuación son ejemplos de “golpes fatales” a la precisión y variedad de la expresión. Sólo un ejemplo: eliminar la palabra “señorita” (ya obsoleta) no sólo significa renunciar a la estética de una palabra, sino también promover sin querer la idea de que no hay etapas intermedias entre una chica y una mujer [nueve de cada diez entre la turba no terminó la secundaria].

toma de capitolio
Imagen: E. Marlac.

“Menos palabras y menos verbos conjugados implican menos capacidad de expresar emociones y menos capacidad de procesar el pensamiento. Los estudios han demostrado cómo parte de la violencia en las esferas públicas y privadas proviene directamente de la incapacidad de describir las propias emociones a través de palabras. Sin palabras para construir el razonamiento, el pensamiento complejo se hace imposible [de nuevo los discursos de Trump y las consignas de su muchedumbre]. Cuanto más pobre es el lenguaje, más desaparece el pensamiento. La historia está llena de ejemplos y muchos libros (George Orwell1984; Ray BradburyFahrenheit 451) han contado cómo todos los regímenes totalitarios siempre han obstaculizado el pensamiento, a través de la reducción del número y el significado de las palabras [toda alusión a Fox News no es coincidencia]. Si no hay pensamientos, no hay pensamientos críticos. Y no hay pensamiento sin palabras.

¿Cómo se puede construir un pensamiento hipotético-deductivo sin el condicional? ¿Cómo es posible considerar el futuro sin una conjugación de tiempo futuro? ¿Cómo es posible capturar una temporalidad, una sucesión de elementos en el tiempo, ya sean pasados o futuros, y su duración relativa, sin un lenguaje que distinga entre lo que podría haber sido, lo que ha sido, lo que es, lo que podría ser, y lo que será después de que lo que podría haber sucedido, haya sucedido realmente?”

Good riddance, loser!

Juego de ojos.

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La primera televisora mexicana

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El primer mexicano en operar un sistema de televisión en México fue Francisco Javier Stávoli, en 1935, bajo los auspicios del Partido Nacional Revolucionario… sí, el abuelito de nuestro actual y disminuido PRI, ex partidazo cuyo actual grupo senatorial cabe cómodamente en una selfie.

Esto no resta méritos a Guillermo González Camarena, el jalisciense que inventó la televisión a colores y fabricó televisores mexicanos que fueron exportados a Estados Unidos a principio de los cincuenta. Se trata de enriquecer una vieja discusión historiográfica sobre este medio que tanta influencia ha ejercido en la sociedad mexicana.

 En los treinta, con la radio firmemente establecida entre nosotros, la pantalla chica daba sus primeros pasos, aunque su principio motor no era tan joven. En 1884 Paul Nipkow había desarrollado un sistema electromecánico de transmisión de imágenes que en los veinte perfeccionó John Logie Baird. El potencial movilizador del nuevo medio fue reconocido de inmediato.

Goebbels, la bestia nazi de la propaganda, edificó un estudio de televisión en Berlín y organizó la más extendida red de transmisión de su tiempo, vía cable, que estuvo en operación hasta mediados de los cuarenta.

Joseph Goebbels
Joseph Goebbels, propagandista de la Alemania nazi (Imagen: Wikimedia).

Evangelizar a la masa con epístolas audiovisuales en una pantalla de tamaño casero fue consecuencia lógica del uso del cine y de la radio para los mismos fines. En un discurso pronunciado el 18 de agosto de 1933, el ministro del III Reich puntualizó:

“La radio será para el siglo XX lo que fue la prensa para el XIX […]. Su descubrimiento y aplicación tienen un significado verdaderamente revolucionario para la vida comunitaria contemporánea. Las generaciones futuras pueden concluir que la radio tuvo un impacto intelectual y espiritual en las masas tan grande como la imprenta antes del comienzo de la Reforma”.

Debemos a Francisco Hernández Lomelí, investigador del Departamento de Estudios de la Comunicación Social de la Universidad de Guadalajara, la recuperación del episodio de la primera televisora mexicana. A continuación porciones de su trabajo:

  “Las referencias históricas señalan precisamente al PNR como la primera institución mexicana que adquirió [en 1929], un sistema de televisión. El equipo se compró a la compañía Western Corporation de Chicago y constaba de dos cámaras, un transmisor, varios receptores y aparatos auxiliares. La instalación del equipo quedó a cargo del ingeniero mexicano Francisco Javier Stávoli, quien a su vez fue auxiliado por Manuel Cerrillo Valdivia y Walter C. Buchanan. Este último llegó a ser titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes de México en el período de 1959-1964.

En 1931 se instaló la antena transmisora que consistía en una torre compuesta por dos pirámides unidas por sus bases, que se apoyaba sobre un aislador por medio de tirantes. […]

En ese año, el ingeniero Stávoli provisto de una cámara portátil realizaba pruebas de campo, logrando recibir en la ciudad de Cuernavaca la señal de video generada en la ciudad de México. La primera imagen que se transmitió en aquel entonces fue una fotografía de Amalia Fonseca, esposa del ingeniero Stávoli. El proyecto avanzaba y como parte complementaria se instaló un sistema de circuito cerrado.

camarena con television
Guillermo González Camarena, científico, investigador, ingeniero e inventor mexicano (Imagen: Invdes).

Pero fue hasta principios de 1935 cuando el senador Ángel Posada, a su vez titular de la Secretaría de Prensa y Propaganda del PNR, anunció una reestructuración de las estaciones radiofónicas XEO y XEFO, ésta ultima en control directo del PNR. Los cambios comprendían la puesta en marcha del nuevo equipo de transmisión y recepción de señales electromagnéticas, con el único fin de ‘ampliar los servicios sociales que, como organización de opinión clasista, presenta el Instituto Político de la Revolución a las masas trabajadoras’. La Secretaría de Prensa y Propaganda quería ‘dotar a la nación, pero sobre todo a la opinión pública revolucionaria del país, de un medio de difusión de ideas amplísimo y perfecto’.

La primera demostración pública de este sistema de televisión en México fue el 16 de mayo de 1935 y tuvo lugar en un local del edificio que ocupó la sede del PNR en la capital de la república. […] La primera imagen que se transmitió fue una fotografía del primer mandatario de la nación general Lázaro Cárdenas. Los asistentes a la demostración salieron ‘complacidos de la efectividad, seguridad y precisión’ [reportó El Nacional] del novedoso aparato. 

La dirigencia del PNR tenía planes muy concretos para su sistema de televisión recién instalado, no solo tendría funciones de mera recreación, didácticos y esparcimiento, sino que sería un vehículo que contribuiría poderosamente a difundir los principios ideológicos del partido.

Se trataba de un programa completo del PNR para cubrir todo el territorio nacional, a través de una moderna red de medios de comunicación que incluían la XEFO, el diario El Nacional, el Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda y la naciente estación de televisión. Según el senador Posada, la reorganización de la XEO y la XEFO fue pensada para dar a la radio ‘su verdadera función: la educativa’. Y la introducción de la televisión en México venía a ‘ensanchar poderosamente el alcance, ya de suyo amplio, de las actividades de la Secretaría de Prensa y Propaganda del PNR’.

A pesar de los planes y la inversión realizada, el equipo de televisión adquirido por el PNR nunca llegó a transmitir regularmente. […] Una posible causa es de estricto orden técnico, ya que el mencionado equipo de televisión funcionaba con base en un sistema electromecánico que aplicaba los principios de los científicos P. G. Nipkow y J. L. Baird. […] El sistema electromecánico transmitía la señal generada en onda corta y la calidad de recepción era deficiente pero, aunque primitivo, era el único que se encontraba en el mercado […].

television en mexico
Imagen: El Universal.

La otra causa de desaliento para la televisión en México fue de orden absolutamente político. Sólo había trascurrido un mes de la primera exhibición pública de la televisión cuando ocurre la peor crisis política del México posrevolucionario. El presidente Lázaro Cárdenas decidió terminar con el ‘Maximato’ y, el 15 de junio de 1935 el gabinete en pleno renunció a petición de Cárdenas. […] La dirigencia del PNR fue también sustituida y, para diciembre de ese año, Cárdenas había purgado de callistas los niveles medios y bajos del partido y del gobierno. Con la eliminación de Calles, el PNR dejó de ser un instrumento limitador de la fuerza del presidente para convertirse en su gran apoyo. Los promotores de la televisión, el general Matías Ramos y el senador Ángel Posada fueron destituidos de sus funciones partidistas y el proyecto de televisión suspendido.

La posibilidad de contar con una estación de televisión fue retomada por el gobierno cardenista, pero a diferencia del proyecto anterior, fue a iniciativa y bajo la dirección de la Secretaría de Comunicaciones. Con toda la intención de alejar al PNR. Se canceló la inminente televisión ‘de partido’ en favor de la posibilidad de una televisión ‘de Estado’.

Consecuente con esta nueva política, el presidente Cárdenas apoyó los experimentos que venía realizado en televisión Guillermo González Camarena. [Se sostiene] que desde 1934 González Camarena había construido una cámara de televisión ‘con material de desecho’, pero esta información se puede poner en duda si se considera que el joven técnico tenía en esa fecha tan sólo 17 años. Lo que sí es altamente probable es que González Camarena haya conocido y mejorado el sistema electromecánico adquirido por el PNR. Ya que […] el presidente Cárdenas dispuso que se facilitaran al técnico mexicano los estudios de la radiodifusora XEFO del PNR para que trabajase en ellos.

Juego de ojos.

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