Una espada atravesó corazones

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Corría la mañana del pasado miércoles 6 de febrero en Ibagué, Colombia. Una madre se movía en compañía de su hijo May Nicolás Ceballos Moreno de 10 años, en dirección al puente La Variante en esa región. Lo imprevisible se cernía en el horizonte. Jessy Paola Moreno Cruz, había tomado una determinación fatal, arrastraba al pequeño a un destino terrible, no comprensible por su vástago, que observaba con desesperación cómo su mama se acercaba peligrosamente al vacío y adoptaba una decisión escrita con letras negras en la historia. Tirarse y arrastrar con ella a su criatura a una muerte desafortunada (cimbrando a la humanidad) ante la mirada espantada, enloquecida e impotente de personal policial, de socorro, psicólogos y familiares que le suplicaban desistir de hacerlo. Los dos cuerpos caían desde 100 metros de altura. Las palabras del niño “mama, no te tires” aún resuenan en el cerebro de los presentes.

Para empezar, este hecho es en sí mismo un reflejo lamentable de nuestra realidad y es un suceso lamentable que debe hacernos reaccionar respecto a qué está pasando en nuestra región latinoamericana. Una situación como tal es difícil (casi imposible de digerir). De acuerdo con datos preliminares, la joven podría haber tomado la desventurada decisión a raíz de una situación socioeconómica adversa, por lo cual habría recurrido a solicitar un crédito “gota a gota” con elevados intereses, para afrontar la adversa situación.

Bajo mi punto de vista, si así fuese hay una complicidad por omisión, absurda y criminal de los aparatos de control de estas instancias crediticias que exprimen a nuestras sociedades con sus altos intereses y que afectan a amplias capas sociales sin que se tomen medidas de contención al respecto. Indudablemente que todo aquél que ha visto estas virales imágenes a escala global ha sido “conmovido en sus entrañas”. Una decisión irracional cegó dos vidas de la patria del independentista Simón Bolívar.

Creo que deben sentarse las bases para revolucionar “conciencias enfermas y adormecidas” por el lucro particular de seres humanos que buscan atesorar riquezas a costa del sufrimiento ajeno, cerrando con ello espacios para que las personas puedan tener accesos en condiciones de igualdad a los aparatos productivos y tener con ello horizontes claros para explotar capacidades “sedadas” por regímenes “ciegos” como los nuestros. En el informe “Panorama Social de América Latina 2018”, hecho público por medios de comunicación, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) alerta de que un aproximado de 246 millones de personas en nuestra región se encuentran en el “oscuro” tránsito de la pobreza a la pobreza extrema (cuatro de cada 10 personas).

En ese escenario, cabe preguntarse si seguiremos siendo indiferentes con “el otro”, y siendo acomodados cuando nuestro prójimo sufre las “inclemencias” de un sistema que subyuga cuerpos y nos vuelve insensibles. Yo honestamente espero que no. Pero mientras haya situaciones tan radicales (como en el caso del vecino país de Venezuela, debido a la exacerbada tiranía entre dos facciones políticas) y no se logren consensos, lastimosamente la situación tiende a empeorar pues es un “tiempo perdido”, debido por ejemplo a que el plan de país que promueve el autoproclamado presidente opositor Juan Guaidó, no logra encontrar “asilo” en el pensamiento “chavista” que encarna Nicolás Maduro, el veterano “discípulo amado” del extinto Hugo Chávez.

De manera tal que aquí se trata de hacer una reingeniería de pensamiento y “entender” que la promoción de un crecimiento económico “democrático” puede atajar situaciones desesperantes y penosas como la expuesta.

Sin duda alguna la situación es desalentadora cuando desde el extremo norte hispanohablante hasta el sur de la región se observa una polarización sociopolítica “preocupante” que “distrae” y divide.

En conclusión, el pesar social debido a este hecho creo que ha tomado proporciones “apocalípticas”, pudo haberse evitado con solidaridad, investigación y castigo al abuso en los procesos de cesión y cobro de créditos en donde predomina la usura; pero sobre todo, con la activación de una “revolución” de amor, comprensión y tolerancia con el prójimo.

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