Lo más relevante en relación con la estimación para la economía mexicana del Informe de Perspectivas de la Economía Mundial del Fondo Monetario Internacional, publicado el 13 de octubre, no es que mejore el pronóstico respecto a la actualización de junio, de -10.5 a -9% este año y de 3.3 a 3.5% el próximo. Mucho más valioso es, como recurso para ubicarnos, la comparación con 194 países. Lamentablemente, ahí quedamos muy mal.
En realidad, nadie sabe cuándo saldremos de la crisis de salud para tener alguna certeza sobre la salida de la crisis económica. En esas condiciones, el margen de error predictivo pasa de las décimas de los años normales a los puntos porcentuales de un año como éste, que el propio FMI califica como el de la peor crisis desde la Gran Depresión y de “un ascenso largo, desigual e incierto”. Es más útil revisar la posición relativa vs. los demás países. Sobre esa base, no únicamente ponderar la caída de este año y el repunte del próximo, sino en qué estado nos sorprendió la pandemia y cómo pinta el mediano y el largo plazos.
Si hacemos ese ejercicio, no sólo presentamos uno de los peores perfiles del ciclo recesión-recuperación entre economías grandes y emergentes, incluyendo a otras más atrasadas o de menor tamaño, pero significativas por población u otros factores de peso. Quitando a naciones que no están en el FMI o de las que no hay datos, como Cuba o Siria, así como a las que enfrentan calamidades como guerras o caos y penuria económica previos, podemos concluir que, contrario a lo que se nos dice desde las conferencias presidenciales mañaneras de que somos casi un ejemplo, estamos entre los tres países con peores datos, junto con Argentina y Ecuador.
De 195 economías, 38 presentan un pronóstico de caída de -9% o más, el 19%. De estos, 12 son países insulares, la mayoría dependientes casi completamente del turismo. Como Fiyi, que caería -21% este año, o Aruba. Unas seis naciones grandes enfrentan situaciones bélicas o de Estado fallido, como Libia, en guerra civil y que se desplomará 66% este año; Zimbabue, que ha tenido el menor Índice de Desarrollo Humano del planeta; o Venezuela y su tragedia: contracción de -35% en 2019 y -25% este año.
Si al grupo restante le sustraemos otros siete países pequeños que por circunstancias diversas han visto acentuada su recesión, desde el rico Macao hasta nuestro vecino Belice, quedarían 13 economías de más peso, ya sea por su tamaño o relevancia internacional, y a eso añadimos naciones hermanas. Las cito por orden de su PIB: India, Reino Unido, Francia, Italia, España, México, Argentina, Portugal, Perú, Grecia, Ecuador, Panamá y El Salvador.
De esos países, 11 tendrían contracciones superiores a la nuestra (la excepción es El Salvador, con -9%). Nuestro hándicap está en las otras dos variables: de dónde venimos y a dónde vamos. Resalta el caso de India: cae -10.3%, pero se recupera en cerca del 9% en 2021 y crecería casi al 8% en promedio anual en los próximos cinco años.
Hacia atrás, los únicos de ese grupo que llegaron al año del Covid-19 con números rojos somos nosotros y los argentinos: 0.3 y -2.1% en 2019, respectivamente. Ese año, sólo 17 de los 195 países experimentaron una contracción.
Hacia delante, los países de la selección que presentan los rebotes menos vigorosos en 2021, contraponiendo caída y repunte, somos, en orden ascendente, Argentina, Perú, Ecuador, España, México, Italia y Grecia. De ese año al 2025, con un promedio anual de 2.4%, nosotros tendríamos el rendimiento más bajo, sólo por encima de Italia y Ecuador.
Así, aunque Perú se precipita casi -14%, retomaría su dinámica de los últimos años con un crecimiento sólido de cerca del 5% hasta 2025. España, con el que tanto nos compara nuestro presidente, aparte de solicitarle una disculpa por la conquista de Tenochtitlan, se desplomaría casi -13%, pero después avanzaría casi al 4% anual. Estos países sí lograrían esa tasa que se nos prometió para superar el “crecimiento mediocre” del “periodo neoliberal”.
Claro, eso era antes de que oportunamente se adujera que los datos que importan no son los del PIB, sino los de la felicidad del alma. Como sea, con los del FMI, comparables para todo el mundo, quedaríamos entre los cinco países de cierto tamaño con un panorama económico menos favorable o más sombrío, según se quiera ver al vaso medio lleno o medio vacío.
Quizá por encima de Argentina y Ecuador, ambos con contracciones de -11%, aunque el primero tendría un crecimiento ligeramente mayor a mediano plazo y el segundo apenas se salvó de una recesión en 2019. Los otros dos serían Italia y Grecia. El primero cae casi -11% y presenta un panorama similar al nuestro hacia delante, pero es un miembro del G7; en cuanto a Grecia, quedaría cerca del -10% este año, pero luego crecería al 3.3% en promedio anual.
De cierta forma, para ubicarnos y, sobre todo, movilizarnos, bastaría con los datos de todos los países emergentes y en desarrollo: 3.7% en 2019, -3.3% en el año de la pandemia, 6% en el de la recuperación y 5.1% en los próximos cinco años. El doble que México en todo.
Si no hacemos más, el sexenio de la Cuarta Transformación acabaría con un saldo de franco estancamiento en términos de crecimiento: 0.13%. Muy por debajo del 2% de los últimos 20 años y tres sexenios. Claro, en ninguno enfrentamos una crisis global como ésta, aunque sí recesiones en 2001 y 2008.
Esa sería otro debate. Por ahora, desde la perspectiva económica convencional, si bien quizá no desde algún paquete de “otros datos” de “economía moral”, en este sexenio el PIB por habitante descendería más de 5%, para acabar como estábamos hace unos ocho años. En suma, con una economía más chica y más pobre. Hay alternativas: el propio FMI acaba de recomendarnos algunas, paradójicamente más alejadas del canon neoliberal que varias de las seguidas por nuestro gobierno. Hablemos más de realidades y soluciones: definitivamente es más productivo que la polémica sobre el penacho de Moctezuma o una consulta constitucional con una pregunta sin sentido.
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