Yucatán: Innecesarios ángulos de la ye (Y)

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Ni los campechanos son yucatecos de segunda ni los quintanarroenses de tercera. Todos son yucatanenses de primera. La división política de esa región es absurda, innecesaria y sólo justificada por afanes basados en el principio latino: dívide et ímpera.

 

El viajero encuentra a pesar de la fragmentación impuesta por la voluntad de dominación, una unidad de sentido en esa enorme península que llego a ser considerada en el S. XVI una Isla: Iucatane-Zipangris.

 

Mi bautizo a la yucataneidad tuvo lugar a mis pocos años, quizá 5 o 6. Llegué en avión de la Mexicana de Aviación, acompañado de una amiga de mi mamá con quien me había sobradamente encargado para hacer el viaje.  Un trayecto con escalas en Veracruz y Villahermosa que debió durar unas seis horas en total y que me mantuvo estampado a la ventanilla contemplando una nueva e insospechada inmensidad.

 

La ola de calor al abrirse la puerta cuando llegamos al pequeño aeropuerto meridano fue menor al poder de un perfume suave, limonado, redondo, tibio, suave pero intenso y penetrante, que me dio paz y que con el tiempo y la frecuentación he llegado a comparar en personalidad sólo con el olor de la maquia en la isla de Córcega.

 

Entonces, más que hoy, Mérida era una escarcha blanca en una quieta mar de verdor. Su figura se extendía entonces como una araña de patas largas sobre un territorio salpicado de veletas, esa forma hoy en vías de extinción que escuche mil veces, con sus desvencijados y oxidados mecanismos rechinar a ritmo de los cambios de orientación del viento para cumplir su función de extraer agua de los pozos artesianos.

 

Mamá grande, me recogió en el aeropuerto con chofer y el auto prestados por tía Lolita, su hermana mayor. Entre arrumacos y besos húmedos del sudor frío que extrañamente producía esa abuela buena, llegamos, en la esquina de la Avenida Colón e Itzáes a la casona de los tíos García-Bolio donde mi consentidora Mama grande solía vivir largas temporadas.

 

Las imágenes que guardo de ese tiempo están seguramente influidas de las muchas películas que he visto donde la colonia española se asemeja en todos los lugares, desde Buenos Aires a Cuba y de allí a Yucatán, pero veo aun cuando paso por esa inevitable esquina, aquella construcción rodeada entonces de un pretil con una reja bien forjada, jardines cuidados al frente y su cochera lateral, una terraza de recepción con el tallercito de costura de la tía Lolita, el despacho de recuerdos del tío Cuco y los amplísimos salones interiores.

 

Ame, (América), la vieja ama de llaves y gozne entre culturas, España y Mayab servidumbre y patrones de la casa, esperaba mi llegada para hacer cargar mi maleta hasta el cuarto dispuesto para nosotros en el remate superior de la escalinata principal y al que accedíamos recorriendo unos pisos pulcrísimos de mosaicos añosos y figuras que hoy pienso más portuguesas que españolas. Aquél mundo me parecía una especie de Downton Abbey, región 4 por supuesto.

 

Todo sigue siendo muy distinto a otras ciudades y regiones de México en esa ciudad capital del Estado de Yucatán hoy y que lo fue de toda da la península hasta 1862.  Las chinas (naranjas) de la mañana se presentaban raspadas con ese instrumento extraordinario que es el pela-chinas y que aún puede verse funcionar en muchas plazas y mercados de toda la península. Unas galletas de manteca y extraordinario gusto a la vez salado y dulce me hicieron durante años soñar con su sabor. Los panes de leche, la rosca brioche, la mantequilla buena, el chocolate de molinillo con leche, no con agua como lo disfrutaba “el servicio” que conocía de viejas y deliciosas costumbres, la cuchillería grabada, las grandes servilletas de lino, ejercían en el conjunto una armonía que musicalizaban los diálogos todos amorosos y finos con que me prodigaba ese ambiente.

 

En aquella casa podía escuchar tanto el rumor de la lengua maya proveniente de la inaccesible cocina interior, (porque había también una exterior con hornos de pan y hogueras para preparar otras delicias) como el castellano acentuado al estilo yucateco, con sus singulares emes que suplantan enes, sus particulares íes que sustituyen a las dobles eles, y las dz que hay que aprender a pronunciar. Es difícil encontrar imitadores de ese acento que suele decantarse por años antes de alcanzarse con soltura.

 

Siguieron infinitos viajes a esa que, atendiendo la recomendación de  mi amigo JG, llamo Tierra Santa. Allí descubrí el humor de las feromonas asociadas a las mariposas en la panza. Allí con grandes fiebres soñé con gigantes malos, allí disfruté de bañadas exquisitas en estanques (piscinas) fantásticos, de matas de tamarindo, de suculentas y corrosivas guayas, los taquitos de pavo en el mercado, los de cochinita en San Fernando, las tortas de lechón en Progreso, los mejores helados de coco del planeta, las marquesitas de queso en el malecón, el ritual en casa del bisabuelo, de la comida que se ingiere por razones de salud en días precisos baste el ejemplo del frijol con puerco de los lunes y del puchero los sábados.

 

En haciendas decrépitas recorrí a caballo desbocado infinitos Sac bés, y tropecé con las vías desvencijadas de trucks henequeneros en abandono y desde entonces disfruto en seguridad de vientre materno del nado en los innumerables cenotes.

 

Campeche lo conocí más tarde y se hizo indispensable por su sabor marino. No vivo sin mi ligero sombrero de Becal, tejido en cuevas húmedas con palma jipi de cinco hilos. En Carmen, el desastre primero y la civilizatoria llegada de los booms y las crisis petroleras posteriormente. En los mercados de la capital amurallada, me gusta escuchar el oficio de sabios vendedores de especias y variadísimos y exóticos,  productos y chilmoles, recaudos blancos amarillos, rojos y negros (mi favorito), chiles dulces como el xkatic o ardientes como el habanero o el casi imposible cubano, las limas y naranjas agrias, xnipec, sikil-pac, tikinchic, box khol, nombres comunes y recurridos del cotidiano culinario de Yucatán.

 

Las haciendas Campechanas son parte del continuum yucatanense y no se diferencian en gran medida de las propiedades más orientales de la península.  Nuevas rutas se trazan hoy sobre viejos caminos del mayab para comunicar a Campeche con el oriente en la costa caribe y pronto el circuito maya no reclamará sino su conectividad con Guatemala, Honduras y El Salvador.

 

La Costa caribe de la península, hoy Quintana Roo, fue la primera en conquistar a los españoles, recuérdese que Gonzalo Guerrero “el renegado” es quien, aculturado por los mayas de la región cercana a Bacalar, logró mantener alejado durante un tiempo hasta 1531 en que muere, a los españoles a quienes hábilmente engañó con astucias como aquella en que informa a Dávila y al propio Francisco de Montejo, el adelantado, respectivamente de la muerte de cada uno, disuadiéndoles así de atacar algunas poblaciones.

 

La lucha contra el español prosperó hasta quedar liberada de éstos la península, hacia finales de 1534. Montejo el adelantado, como lo señala Laura Elena Rosado, en su excelente trabajo “llévanos en tu zabucán” (2015) abandonó la península durante 12 años, siendo su hijo, El Mozo y su sobrino, quienes reanudaron en 1540 el proceso de conquista.

 

Mérida, fue fundada en 1542, sobre los vestigios de la antigua T’Ho, y desde mi primera visita en 1959 hasta hoy, la ciudad pasó de unos 170 mil a cerca del millón de habitantes en 2016 y me parece que sigue siendo hasta hoy la ciudad más importante de la península en número de habitantes, seguida desde luego por Cancún.

 

Conocí Cancún antes que existiera, me fue referido por los viejos tíos que tenían propiedades en Isla Mujeres en la costa del mar abierto, donde revienta un oleaje fuerte. Allí, cerca del hotel Zazil há, anduve caminos señalados de enormes caracolas que hoy ya sólo se encuentras en las boutiques marinas. Allí la mar me revelo sus voces nocturnas, enfermé alguna vez y tuve sueños terribles, presencié tormentas, sentí el viento, miré millones de estrellas, tuve frío y amores también.

 

Chetumal y su comercio internacional, Bacalar y su ecosistema singular, Calakmul que remata la ruta rio bec y cuenta en sus estelas las luchas constantes con Tikal, terminan dando sentido a esa unidad más necesaria que sospechada donde Campeche reclama lo quintanarroense y este lo guatemalteco.

 

Por todas estas razones, no acepto los ángulos de la Y que me gusta sólo en el punto Put, donde convergen los tres estados, cerca de Santa Rosa y de Ticul, en el Municipio de Morelos, cerca de Chichankanab, (pequeño mar). No acepto un Yucatán separado políticamente de Campeche y de Quintana Roo porque hay una unidad de sentido, de cultura, territorial, histórica en el espacio de toda la península.

En 1902 después de la revuelta de chan Santa Cruz, don Porfirio, demasiado ocupado con la vocación de reclamar derechos sobre Belice y ante la beligerancia de los mayas del oriente decide decretar territorio, al hoy Estado de Quintana Roo, que fue constitucionalmente declarado como tal por iniciativa del Presidente Echeverría en 1974.

 

Entiendo que mi clamor es absolutamente individual, pero asumir la política desde esta perspectiva me hace sentido.  Quintana Roo, Campeche y Yucatán son una unidad de valor y su desarrollo económico es complementario. La federación debe atender este espacio, con políticas comunes. Los gobernadores deben mantenerse en diálogo permanente y el pacto con la federación debe hacerse pasar por el tamiz de los intereses regionales.  Energía, Turismo, Educación, Pesquerías, Cultura, Industria, Identidad. Qué otra se puede pedir. La oferta regional es amplia y el retorno de nación escaso.

 

Por Gastón T. Melo-Medina

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