En nombre de la gente: el populismo

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Por Carlos Requena y Salvador Cárdenas Gutiérrez.

Pensando en el tema, a propósito del libro recientemente publicado por los autores del presente artículo, EL POPULISMO, UNA ESTRATEGIA DE MOVILIZACIÓN SOCIAL (Editorial LID, 2018), analicemos la tendencia general en el mundo que apunta hacia la reaparición del Estado protagónico, tras dos décadas de repliegue ante el triunfo -aparente- de la política global.

Desde la última década del siglo XX, es evidente ese repliegue, que no dejó de causar noriustalgias y decepciones, sobre todo, en ciertos grupos de izquierda, pues sus ausencias iban siendo cada vez más largas en la medida en que aumentaba el poder económico y regulador (mediante el soft law o normatividad producida por los centros internacionales de decisión económica como el Wolrd Economic Forum, por ejemplo) de las grandes compañías transnacionales, dueñas de los mercados y de las finanzas mundiales.

¿Cómo no extrañar su ausencia si el Estado ha sido, sin duda, la institución pública más “asistencialista” que ha conocido la historia? Desde que apareció en la historia moderna (siglo XIX) ha actuado como el héroe público que roba a los ricos para repartir a los pobres, era el gran expropiador por causas de utilidad pública, el encargado de la protección de los pobres y desamparados, el gran filántropo y provisor.

Pero como el tsunami, que primero produce una contraola que deja descubierta gran parte de la playa, para luego regresar con mayor fuerza e intensidad e inundar con sus aguas cuanto encuentra a su paso, así, el Estado en la segunda década del siglo XXI, tras haberse ausentado reaparece clamando por los espacios perdidos y con ánimo de recuperar el poder y la presencia que antes tuvo. Pero al coincidir su reaparición del estatismo con situaciones de caos normativo provocados por la regulación supranacional (sobre todo a nivel comercial) e incluso de situaciones de anomia a las que se conoce como “Estado fallido” (generada por la ausencia del gobierno efectivo sobre determinadas áreas del territorio), algunos líderes y partidos exaltan valores sociales y emociones reprimidas para capitalizarlas políticamente y ganar las elecciones para acceder al poder.

Se trata de los llamados “líderes populistas”, que se caracterizan por hablar un lenguaje de crisis que abre las puertas a una posible política de “estado de excepción”, no formalmente declarado, pero sí asumido en discursos y enfoques de políticas públicas.

“EL” líder populista se vale de cualquier vacío estatal, de cualquier ámbito en el que note la ausencia del Estado -debida o no a la globalización-. Ese líder recupera el discurso nacionalista de la “soberanía nacional”, que había desaparecido del lenguaje democrático liberal, y con esa bandera justifica o pretende legitimar sus acciones extralegales que, en ocasiones, derivan en actitudes dictatoriales, aun cuando aparentemente impere el “orden constitucional”.

Para saltar por encima de tal orden legal establecido, el líder populista tiene tres “armas” con las cuales puede y suele enfrentar los obstáculos que le presenten las instituciones autónomas dentro del Estado, especialmente; el Poder Legislativo, las organizaciones empresariales y movimientos sindicales. Otra arma es la transformación del “ciudadano” en “gente”. El primero es el votante, el representado, el elector, el electo, y todo aquel actor que sea legalmente identificable dentro del marco legal de partidos y de democracia indirecta; el segundo, no es un “sujeto” constreñido por las instituciones democráticas tradicionales, es todo y nada a la vez: por ejemplo, los grupos de presión formados por grandes contingentes, las multitudes, los manifestantes, “el movimiento”. La tercera arma es la consulta popular, también llamada “plebiscito”, cuyo peso es más simbólico que jurídico, pues si le favorece se convierte en la voluntad del pueblo, en forma directa, y el otro medio es “la calle”, donde puede encontrar un terreno propicio para representar la fuerza del apoyo social mediante marchas, alargadas, mítines, plantones y otro tipo de actos masivos que “le darán la razón”.

El populismo no es una ideología, ni un programa que cuente con un sustento filosófico determinado, es una estrategia de movilización para moverse con un “mínimo de violencia” en los entresijos de las instituciones (el establishment) y lograr cambios y hasta la “transformación” deseada de un país por medio de cambios estructurales y hasta constitucionales. Hay, por tanto, populismos de izquierda, basados generalmente en las tácticas propuestas por Maquiavelo en El Príncipe, e interpretadas por el filósofo contemporáneo Antonio Gramsci, que recomienda hacerse con el poder y, una vez que se tenga, iniciar la transformación social, empezando por la cultura y el lenguaje, por ser los eficientes aliados transformadores. Por ello, este tipo de populismos suelen contar con una estructura de propaganda y de ideologización bien estructurada. En cambio, los populismos de derecha suelen recurrir al discurso más romántico del nacionalismo proteccionista ani-inmigración y favorecedor de la economía nacional frente a la global o regional.

En sus diferentes variables, el populismo ha venido a recuperar enorme fuerza uniendo a grandes sectores de la sociedad en defensa de los posibles ataques de un enemigo común: el establishment, entendiendo por tal, según cada país y tendencia, la clase dominante formada por políticos profesionales-tradicionales aliados con grandes sectores empresariales, o las élites de gobierno supranacional como, por ejemplo, el parlamento europeo.

En cualquier caso, como en la novela de William Golding, El señor de las moscas, se exalta “la amenaza del monstruo que asecha y la necesidad urgente de unirse para hacerle frente, incitando a la movilización general”. Este discurso populista se mueve en el terreno de la premura, del peligro inminente y la urgente necesidad, lo cual le lleva a emplear muy eficazmente sus armas de legitimación popular (plebiscito y la calle) para tomar medidas extremas y actuar fuera de la ley, sobre todo, ante el hartazgo, la frustración y el desencanto generalizados -culpando al establishment-, pero siempre se mueve o actúa en nombre del La Gente.

 

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Franco Cattini De Paoli

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