La marcha programada para el próximo domingo 8 de marzo –proclamado como Día Internacional de la Mujer– y el paro nacional al siguiente día, han dividido a la opinión pública nacional. Basta echar un vistazo a las redes sociales y los tradicionales medios de comunicación para comprobarlo. Comentarios de toda índole marcan, por una parte, la adhesión al llamado paro nacional, atribuido al grupo veracruzano autollamado Las Brujas del Mar y, por la otra, el rechazo a éste, por un sinnúmero de mujeres.
Ambos bandos libran esta batalla que dejará huella en la lucha por terminar con las muertes de miles de mujeres asesinadas en México, dentro de la espiral de violencia que hoy nos envuelve. Los pros y los contra, las controversias entre defensores y opositores, los choques entre posicionamientos institucionales y posturas de grupos y organizaciones sociales, constituyen el campo de batalla sobre estos hechos que han conmocionado parcialmente la conciencia social del país.
Estos asesinatos dolorosos infieren lesiones colectivas que nos llevan a reflexionar sobre su gravedad. Nadie puede negar el derecho de las mujeres a exigir el cese de los crímenes de que son objeto y menos aquellos reclamos sobre la igualdad y el respeto que merecen como seres humanos. Esta lucha tiene profundas raíces históricas, religiosas, económicas, sociales, ideológicas y éticas. A través de los siglos la mujer ha sido humillada, sometida y avasallada en su dignidad y en sus derechos. Desde ser considerada en comunidades de la Antigüedad como una servidora incondicional del hombre –la misma Biblia así lo establece en el libro del Génesis, y el Corán no se queda atrás–, hasta impedirles en muchas naciones a disfrutar una vida conforme a su condición, porque basta valorar que con su incansable trabajo cotidiano han contribuido al avance de la civilización y culturización de la humanidad.
La agudización del problema en México deviene en altos índices de feminicidios. Se consideran 10 asesinatos al día, sin contar aquellos de los que no se tiene noticia ni denuncia alguna, primordialmente entre las comunidades indígenas y en el amplio segmento social en que priva la extrema pobreza. Dos casos paradigmáticos, el de la joven Ingrid y la niña Fátima, equiparables a los de los 43 jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero, es el combustible que ha prendido la chispa de un movimiento que se inscribe en un mundo convulsionado por la irrupción del máximo empoderamiento femenil que, junto al cambio climático y el exiguo crecimiento económico de los países, dominan la escena de las dos primeras décadas del presente siglo.
Sin embargo, también existe un lado oscuro en las iniciativas de la marcha y el paro nacional, que son voces predominantes en el escenario nacional, al señalar que algunos partidos políticos, entre ellos Acción Nacional –especie política en extinción para muchos–, se han colgado del movimiento y lo aprovechan para llevar agua a sus molinos al apoyarlo. También destaca la injerencia del partido México Libre, pendiente de registro, del expresidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala, excandidata a la Presidencia de la República, que contrario a sus criterios sobre temas como el aborto que ambos repudian, y el caso de los 49 niños muertos en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora, que solaparon abiertamente, ahora muestran una actitud hipócrita e incoherente con los principios que han esgrimido tenazmente.
El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha expresado su respeto irrestricto a los derechos de las mujeres, pero no deja de advertir que existen infiltraciones de la ultraderecha, a los que generalmente gusta llamar “conservadores”, que pueden desvirtuar los propósitos esenciales del llamado paro nacional, bautizado como: Un Día Sin Mujeres.
Los resultados de ambas acciones, orientarán los caminos a seguir en el futuro en la permanente y necesaria lucha por dar el sitio que les corresponde a todas las mujeres mexicanas.
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