Estamos en la época navideña en la cual se rememora el nacimiento de Jesucristo en el pesebre judío de Belén, y la Iglesia Metodista de Claremont en California no ha querido pasar desapercibida a través de un mensaje con alto grado de simbolismo, al instalar el fin de semana pasado, un “belén estadounidense” en su centro de culto; la peculiaridad del pesebre es que los integrantes de la Sagrada Familia estaban separados en jaulas individuales, a manera de denuncia contra la separación parental ejecutada en la era Trump. Desde la institución religiosa no obstante, afirman que esta representación “no lo vemos como algo político; lo vemos como un caso teológico”.
En un principio, creo que esta genuina y creativa iniciativa retrata de forma icónica la situación a la que se han venido enfrentando los indocumentados del sur de la frontera estadounidense, pero a la vez es una forma de denuncia que, pienso, tiene sus raíces en la falta de empatía con el dolor de “el otro” (pero sobre todo con aquel que generalmente no dispone de los recursos materiales para buscar otras alternativas de entrada al territorio norteamericano). Es tan importante este debate en todos los niveles de los estamentos sociales, que la Fundación para el Español Urgente (Fundéu) declaró en 2017 la aporofobia: “miedo al pobre” –término acuñado por la filósofa Adela Cortina–, como la palabra del año.
Esto resulta innegable ante las acciones presentadas, como el denominado “tercer país seguro”, impulsado por Estados Unidos en las naciones del triángulo norte centroamericano, que se muestra como un claro ejemplo de que los sistemas de vida a los que hemos estado acostumbrados, han colapsado para algunos sectores humanos debido a factores tan diversos como la explosión demográfica, la violencia, el cambio climático y del “secuestro” de los estados de origen de los inmigrantes por parte de grupos corruptos, etcétera.
Pero también, es un indicativo de que la actual administración Trumpista ha mostrado una indeleble intolerancia hacia el fenómeno, pues desde sus comienzos en la Casa Blanca, se ha promovido la aplicación de diversas medidas para paliar la inmigración indocumentada, lo cual me da pautas para pensar en una suerte de lógica capitalista de prevalencia en la “selección” de los recursos humanos por sobre el derecho al trabajo –incrementado exponencialmente en la época de la generación millennial–.
Y que esto se agrava aún más debido a la evolutiva sustitución de las actividades y relaciones humanas afectivas por instrumentos tecnológicos, competencias profesionales para entrar al mercado de trabajo y la entronización actual de la Inteligencia Artificial, lo cual profundiza la brecha de los migrantes para acceder a dignas condiciones en su existencia.
En mi opinión, el fenómeno migratorio siempre ha existido debido a la imposibilidad humana de incrustar la equidad como una máxima de convivencia para prevenir el desarraigo. De manera tal que, a falta de esta, la necesidad de desplazamiento se convierte en un imperativo de supervivencia.
Considero por otra parte, que esta campaña que se gesta desde un recinto religioso debe dar pie a la comprensión intercultural sin distinción de ninguna naturaleza, lo cual tiene que ver con los derechos humanos, mismos que yo condensaría en dos de las “cuatro libertades” pronunciadas por el expresidente Franklin Roosevelt en 1941: “libertad de vivir sin penuria y libertad de vivir sin miedo”.
En conclusión, me atrevo a decir que esta situación sólo puede combatirse con la “apertura” de espacios geográficos alternativos que potencien el trabajo contra la desigualdad (en el caso hondureño por ejemplo, se acaba de implementar un programa gubernamental bilateral que permite contrataciones documentadas de trabajadores), pero también la idea de que el miedo genera exclusión y marginación como se ha podido observar con esta iniciativa de la iglesia norteamericana.
P.D. En la su columna de opinión del 4 de enero de 2018 para El País, Milagros Pérez Oliva deja entrever que “para que el miedo se convierta en rechazo es preciso un proceso mental que anule la compasión y la empatía. Ese proceso lo proporciona la ideología y se activa cuando señala a los pobres como culpables de su pobreza”. De acuerdo a datos de la instancia cristiana, en los últimos tres años ha habido “mas de 5,500 niños separados de sus padres”.