La tarde del jueves 5 de noviembre, tres de las principales cadenas de televisión estadounidense interrumpieron su transmisión en vivo del discurso del presidente Donald Trump en el que hablaba de un presunto fraude electoral en su contra, por considerar que estaba diciendo flagrantes mentiras.
En México se despertaron las buenas conciencias y gritaron: ¡censura!, sobre todo en las redes sociales.
El escribidor ha sostenido y sostiene que no hubo tal censura. Que esas televisoras (empresas privadas como la mayoría de los medios de información en el mundo, que tienen propietarios y que producen información) tuvieron y tienen el derecho de transmitir lo que deseen y no difundir lo que no quieren. A eso se le llama línea editorial, en México y en el mundo.
No hubo, para ser considerada como censura, orden de ninguna autoridad federal, estatal o de cualquier dependencia gubernamental, para dejar de transmitir el discurso de Trump. De haberla habido, por mínima que fuera, hubiera sido censura. Tampoco se vulneró el derecho a la información de los televidentes, porque el sujeto obligado por esa garantía humana es el gobierno, no ningún particular. En todo caso, se trató de una descortesía, cuyos afectados seguramente dejarán de sintonizar esas cadenas y otros más se sumarán a su audiencia por el mismo motivo.
La censura sólo puede ser impuesta por la autoridad gubernamental, igual que los derechos humanos sólo pueden ser violados por las autoridades, al menos eso dicen los jurisconsultos, expertos en el derecho, en su aplicación y en su filosofía.
Pero, hay algunos empecinados que, entonces, hablan de “autocensura” de esas cadenas televisivas. Y pues, tampoco.
Luego de casi 50 años de ejercicio periodístico el escribidor cree que la “autocensura” es equivalente a la absurda expresión de “autosuicidio”. Y está absolutamente convencido de que cualquier medio de información tiene derecho a su línea editorial, producto de la decisión de sus propietarios, de sus ejecutivos y también de los periodistas que lo dirigen y por lo tanto decidir qué publican y qué no.
De creer en la “autocensura”, entonces el escribidor se habrá “autosuicidado” muchas veces. La decisión personal o colectiva en un medio, profesional y honesto, digámoslo, de no publicar una información o algún dato es producto de su línea editorial, no de “autocensura”.
Vayamos a algunas experiencias personales que no avergüenzan, sino al contrario:
En marzo de 1987, entrevisté para la revista Proceso a don Alejandro Gómez Arias, aquel líder estudiantil durante la lucha por la autonomía de la hoy UNAM en 1929 y desde entonces personaje importante para el país.
Don Julio Scherer García estaba exultante cuando le conté el contenido de la entrevista (el había sido quien realmente la consiguió) y en la plática surgió mi admiración por los cuadros originales de Frida Kahlo, entre otros autores, que había visto en la sala de la modesta casa de Gómez Arias. Don Julio, feliz.
De repente, sentí miedo. No por mí, sino por Gómez Arias y su esposa: dos ancianos solitarios, prácticamente sin familia, expuestos a la rapiña o al asalto delincuencial. Se lo comenté a Vicente Leñero, subdirector de la revista, quien me respondió con un “¿Y..?”. Pues, qué tal si al publicar las fotos de los cuadros les damos tips a los ladrones y se meten a la casa de Gómez Arias y no sólo le roban los cuadros, sino les hacen daño a él y su mujer.
Leñero no me dijo nada.
Al término de la junta editorial de aquel jueves sólo dijo: Ya, no te preocupes. Y el lunes apareció una fotografía de Gómez Arias, con sus cuadros atrás, pero que no alcanzaban a reconocerse. No me arrepiento, al contrario.
Luego, al inicio de octubre de 1989, el fotógrafo Juan Miranda (el mismo de las fotos de Gómez Arias) y el escribidor viajamos a Culiacán, Sinaloa, a cubrir la muerte de Manuel J. Clouthier en un accidente automovilístico, para la propia revista Proceso.
Mientras, el escribidor reporteaba la historia, Miranda reporteaba también y encontró a quien estuvo en el sitio del accidente prácticamente luego de haber ocurrido. Y le compró un rollo de fotografías en el que había gráficas del accidente, en que se mostraba a Clouthier dentro del auto accidentado, frente al tablero, muerto, pues. Una gran exclusiva, creíamos en serio.
Orgullosos de nuestro trabajo regresamos a la Redacción. Luego de la junta editorial, Leñero me llamó y me informó que las fotos que había conseguido Juan Miranda no se publicarían; le entregó las gráficas a la encargada del archivo fotográfico y le ordenó que no podía ni siquiera enseñárselas a nadie.
—Pero, Vicente –dije–, son exclusivas.
—Y qué, cabrón. ¿Aportan alguna información? ¿Qué información o es sólo el morbo de ver un cadáver?
Esas fotografías nunca se publicaron. Y sí, no aportaban ninguna información a lo que ya se conocía.
Muchos años después, en diciembre del 2009, en Excélsior, decidimos, sí en plural, no publicar la fotografía del cadáver del presunto narcotraficante Arturo Beltrán Leyva cubierto de billetes, luego de morir en un enfrentamiento con elementos de la Marina, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.
La fotografía ya estaba en los sitios de internet y en las incipientes redes sociales. En la junta editorial correspondiente (una docena de periodistas) se discutió la pertinencia de publicar esa fotografía. Fue un gran debate que creció: de repente en aquella sala de juntas había cerca de 40 periodistas opinando. Al final, se decidió no publicarla. Los asistentes acordaron respaldar la decisión colectiva más allá de las opiniones personales.
Al día siguiente las críticas (incluso algunas internas) se nos vinieron encima, luego de que la mayoría de los medios –realmente todos– publicaron la fotografía del cadáver del presunto narcotraficante cubierto de billetes. Fuimos los únicos que no entramos al banquete. Y apechugamos, sabedores que actuamos con honradez. Días después, las críticas se volvieron elogios cuando se supo de la matanza de cuatro familiares de un marino, muerto en el hecho, en venganza por haber participado en el ataque contra Beltrán Leyva.
En ninguno de los casos aquí narrados hubo censura o “autocensura”. Al escribidor le consta. Hubo decisiones periodísticas sostenidas por la línea editorial de esos medios, a la que todos lo medios del mundo tienen derecho, y que los periodistas y también sus lectores deben asumir.
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