Hasta los días más oscuros tiene haces de luz; cómo no.
La esmerada combinación entre ciencia, tecnología, por un lado, e imaginación, constancia y atrevimiento, por otro, arrojan, en la hora actual, esperanza al planeta.
Azotado el mundo por una pandemia de alcance nunca antes visto, un punto brillante asoma en ese horizonte aciago con el advenimiento de las vacunas contra el COVID.
A mirar con los ojos de la imaginación, invitaba hace poco el gran escritor indio bengalí Amitav Ghosh, como una forma de resistir la fuerza casi arrolladora con que la realidad, la hiperrealidad, de los azotes del mundo ataca por doquier.
2021 será quizá el año en que comience a construirse el camino que lleve a lo humano a un tiempo posterior al azote que ha representado este 2020 que termina.
Si ese futuro comienza a edificarse, si el tiempo se abre como propicio, si las vacunas son la primera señal y hemos comenzado a colocar las primeras piedras del edificio del nuevo tiempo, es aún incierto.
De lo que no cabe la menor duda, empero, es que 2021 será como tal vez ningún año antes, camino en el que frente a lo sombrío salga al rescate la imaginación.
La imaginación individual como energía vital de los sujetos; la imaginación pública, como prueba obligada de la capacidad para gobernar; la imaginación colectiva, como espacio de creación de las sociedades en colaboración.
Pensamiento analítico y de innovación. Aprendizaje activo y estratégico. Resolución de problemas complejos.
He ahí las tres principales competencias que aun antes de la pandemia se habían abierto paso entre las de mayor valoración social.
Las tres habilidades guardan entre sí, por otra parte, una relación de deuda, si puede llamarse así, con un elemento que les es común: la imaginación.
Bajo el título de “La imaginación nos salvará”, como parte de su recuento de lo que ha sido este 2020, la científica neerlandesa Rosanne Hertzberger, colocaba hace unos días, en una colaboración periodística, la capacidad de imaginar como el detonante central de lo que seremos capaces de edificar como futuro.
Escribe Hertzberger: “el punto brillante en estos días oscuros proviene de la tecnología y la ciencia: las vacunas. Los mecanismos biológicos en los que se basan estas vacunas son cualquier cosa menos imaginarios. Por el contrario, son evidencia física. Y sin embargo, las vacunas existen sólo gracias a una enorme dosis de imaginación humana”.
Microbióloga reputada, Hertzberger tira una cuerda larga, pero no difícil de seguir, dice: “un denominador común en las historias de los premios Nobel es que fueron regularmente ridiculizados, ridiculizados o simplemente ignorados… a menudo, la ciencia también comienza con castillos en el aire, una conjetura, una hipótesis, una visión, una ilusión, un experimento”.
Detrás las palabras de Hertzberger, aparece pronto, la historia de otra mujer brillante de este tiempo aciago: Katalin Karikó, bioquímica, húngara, y hoy por hoy una de las personalidades que mayor atención suscita.
Hace apenas un par de años Karikó tomó la decisión de marcharse de la Universidad de Pensilvania para aceptar una oferta de trabajo en los laboratorios alemanes de la empresa BioNTech.
Durante tres décadas la científico húngara había trabajado en lo que al principio parecía una idea descabellada: producir vacunas para distintos padecimientos a partir de conseguir que las propias células produjeran proteínas.
El trabajo de Karikó enfrentó durante todo ese tiempo el escepticismo de sus colegas de la Universidad, quienes consideraron por mucho tiempo, difícil que la bioquímica pudiera tener éxito al experimentar con las moléculas ARM, que son las que trasladan la información del ADN a la parte de las células encargadas de producir proteínas.
El resultado de las indagaciones de Karikó no podía haber llegado en mejor momento. Hoy, las vacunas ARM, que es justo el tipo de vacuna que son tanto Pfizer/BioNTech como Moderna, son aquellas que cuentan con los mayores registros de eficacia contra el COVID.
En una entrevista reciente concedida al diario holandés Volkskrant, la científica húngara explica por qué fue tan complicado el comienzo de sus investigaciones.
“La molécula de ARNm fue descubierta ya en 1961. En aquel entonces, la idea era que no habría muchas aplicaciones terapéuticas porque es tan inestable: después de que se transfiere la información del ADN, desaparece de nuevo. Vi oportunidades en eso, pero fue extremadamente frustrante por otra razón: el ARNm externo es atacado por el sistema inmunitario, causando reacciones inflamatorias, desechándolo demasiado rápido”, cuenta Kairó.
Más adelante, entre avances, retrocesos, dudas, perseverancia y fortuna, la investigadora húngara encontró el camino para descifrar el enigma.
La imaginación, individual, pública y colectiva da a la luz hoy la vacuna que ideó Kairó, a la luz de su capacidad para idear soluciones desde lo no pensado, para trazar rutas desde lo no andado, para ser capaz de mirar en lo invisible, lo que sigue.
Lo hizo, ciertamente, con cierta dosis de fortuna, porque no hay a quien habiéndose atrevido a imaginar, el destino no le recompense con dosis de fortuna.
Se retira 2020, asoma 2021. Entre las lecciones que se atisban, una: sólo a quien sea capaz de imaginar, le vendrá por añadidura fortuna.
Sólo.
También te puede interesar: Si te centras en lo que dejas atrás, no podrás ver lo que tienes delante.