cáñamo textil

Taller de la Rosa: cáñamo para vestir con consciencia

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Su padre buscaba fibras para fabricar calcetines y medias de mejor calidad. Ella estaba cerca de él y lo acompañó en estos procesos, pero jamás imaginó dedicarse a algo similar, en esos años, las preocupaciones de su vida estaban en la danza, la cual estudió hasta los 18 años. Lo que le interesaba era hacer arte, no vestir personas, por eso se fue a estudiar Artes Plásticas en The Royal Academy of Arts de Londres. Sin embargo, años después, Jessica de la Rosa descubriría que la creatividad no estaba peleada con la ropa, ni tampoco con el cuidado del medio ambiente.

Taller de la Rosa nació como un proyecto alterno, un trabajo extra para poder sostenerse mientras se dedicaba a sus obras, pero terminó por absorberla en una serie de eventos que ni ella pudo prever. “Se me hizo que podía mantener los dos mundos, seguir creando piezas, seguir estando en la parte artística y generar un negocio pequeño donde tuviera diseño y vendiera algo de ropa”, explica en entrevista con El Semanario. “Lo empecé a desarrollar de una manera que para mí era totalmente natural, que era como si desarrollara una pieza de arte y no una empresa”.

Todo cambió cuando descubrió el cáñamo, al cual se aproximó por primera vez a finales de 2017, mientras realizaba una pieza que involucraba plantas y semillas. “Se me hizo súper interesante que de una sola planta pudiéramos sacar tantos beneficios”, asegura. El cáñamo, sin embargo, sale de un tipo de planta de cannabis, cuyo cultivo es ilegal en México y en muchos otros países, pues a pesar de que tiene diversos usos, sus efectos psicotrópicos han hecho que se criminalice desde hace décadas. La situación va cambiando poco a poco, el uso médico es legal en México desde 2017 y este año el Senado aprobó el uso lúdico, aunque todavía no existe una regularización oficial de ninguno de esos dos aspectos.

Pero la marihuana es algo más que una droga recreativa y un medicamento, es también uno de los tejidos más resistentes y ecológicos del planeta, capaz de crear prendas que duren por siglos y de cultivarse con mucha menos agua que el algodón. “El cáñamo es una planta muy, muy noble”, dice Jessica. El llamado “cáñamo industrial”, sólo se puede cultivar en ciertas partes del mundo como Europa del Este y China, explica Jessica, sitios donde se usa para hacer cuerdas para fines marítimos, en industrias automotrices y de construcción, entre otras.

Su resistencia es legendaria, por ejemplo, en China, donde los emperadores hacían sus trajes de cáñamo, por su impresionante capacidad de duración. “Es como un símbolo que representa legados”, asegura Jessica. En Europa del Este, existe la tradición de que al casarse los novios deben recolectar tallos de cáñamo para fabricar su traje, en “símbolo de que nunca se va a deshacer ese matrimonio”, cuenta la artista convertida en diseñadora de ropa. Por si fuera poco, las prendas de este material pueden proteger contra los rayos UV y son térmicas.

Cáñamo
Foto: Taller de la Rosa

Cambiar la industria

Pero su afición por el cáñamo no viene simplemente de las bondades del material. Su panorama se abrió cuando descubrió que no sólo muchas de las técnicas de reciclaje y sustentabilidad no funcionaban, sino que la industria textil escondía un trasfondo perjudicial. “Me di cuenta de lo mucho que contamina y toda la catástrofe que está alrededor de la industria textil”, explica. “Desde los maltratos en las fábricas, el mal pago, la explotación de niños, etc; y también toda la explotación a los campos. Para obtener tanto algodón o tantas fibras que se utilizan en la industria textil, al ritmo en el que el mundo crece, pues tiene que haber una sobreexplotación del campo. No se podría mantener con un ciclo normal de los campos la industria”.

Existen tantos humanos que necesitan vestirse, que ni siquiera usar ropa de segunda mano, como ella solía hacer, ayuda al problema. “En realidad somos tantos en el mundo que comprar ropa y después regalarla, no va a desaparecer el problema. La ropa sigue estando ahí”, explica. “Una vez que la ropa rebasa la cantidad, ya no hay más dónde regalarla, a veces la mandan a islas, por ejemplo, Haití. Hay montañas y montañas de ropa que sobra, nadie las está utilizando, en descomposición, por todos los poliésteres que tienen, toda la materia plástica. Al descomponerse empiezan a producir gases y siguen contaminando”.

Otras opciones, como los cultivos de algodón orgánico, tampoco son una buena solución, pues utilizan fertilizantes muy costosos y mantenerlos genera un gran costo. “Creemos que estamos haciendo bien, pero, en realidad, mantener el costo de esos campos es muy elevado. La gente de campo sufre las consecuencias de seguir teniendo estos campos orgánicos y al final se quedan sin tierra porque los tiene que comprar la empresa o la industria”.

Jessica piensa que la ropa no tiene porqué ser desechable y esta es la primera idea que debe sembrarse desde el lado de la industria, como su propio Taller de la Rosa. “Deberíamos de generar consciencia, desde el principio al fin. Desde cómo se crea una pieza hasta que termina en manos del cliente. Eso deberíamos estarlo pasando siempre a las personas que compran. Para que realmente todos nos empapemos de una consciencia de consumir mejor”.

Lo más natural

Luego de hacer una profunda investigación del cáñamo y la industria, Jessica puso manos a la obra para la creación de Taller de la Rosa: una marca de ropa, creada de la manera más consciente y sustentable posible. Su decisión fue clara: telas resistentes, de calidad y un 90% naturales. “Son telas que le van a hacer un bien a la persona que las obtenga: van a durar muchísimo, no se van a desgastar, los van a proteger contra el clima y los rayos del sol y puedes tener una consciencia de que lo que estás obteniendo realmente es en beneficio a tu cuerpo”.

cáñamo
Foto: Taller de la Rosa

Aunque también trabaja con lino, sedas, lanas y algodones reciclados, gran parte de su material viene de telas en “dead stock”, es decir, las cuales se produjeron para otras empresas, pero nunca se utilizaron, quedando rollos almacenados por años. Sin embargo, la estrella de su empresa es el cáñamo, el cual obtiene de una ingeniera textil de Denver, Estados Unidos, con la que se asoció para importarlo, ya convertido en tela, formato en el que ya puede viajar por el mundo sin problema.

Desde su fundación en 2018, Taller de la Rosa ha crecido mucho, ahora tiene proveedores de “dead stock” en Europa y algodón reciclado de Guatemala, así como diversos talleres con los que colabora dependiendo de las prendas que fabrique. Incluso, lanzó una línea para camas, la cual tenía planeado presentar con un performance para dar una experiencia que envolviera todos los sentidos, pero ya no pudo realizarse debido a la pandemia de COVID-19.

Ropa y arte

El padre de Jessica fue CEO y director general de Grupo Sinkro, quienes se dedicaban principalmente a la producción de calcetines de la marca Cannon y medias Dorian Grey. “Sí estuve muy cercana a este punto, mi papá buscando fibras para generar nuevas medias, tecnología, ir a ferias textiles desde chica en Florencia”, cuenta. “Estuve muy cercana a este mundo textil, pero la verdad es que nunca pensé que iba a fascinarme tanto o a dedicarme realmente a esto, estaba muy metida en el arte”.

De esta manera, se da otro punto fundamental de su proyecto, pues Jessica está decidida a no presentar sus productos de una manera convencional, sino a aplicar todo lo que aprendió en Londres y en su experiencia como artista, además de crear alianzas y colaboraciones. “Siempre es un mundo muy nutrido en la parte creativa. Las caras del taller, modelos o fotógrafos o directores de arte, son personas que siempre nutren de otra manera el taller, con ideas, con una estética nueva”, cuenta.

Cuando regresó de sus estudios en Londres, se dedicó a hacer sobre todo videoarte e instalaciones, además de trabajar en varias galerías. Pero, aunque hoy se dedica totalmente a Taller de la Rosa, el arte no ha dejado su vida. “Es algo que siempre me acompaña y yo creo que también trato de mantenerlo reflejado en Taller de la Rosa. Sale un poco a través de las fotos y la comunicación que tenemos. Tratamos de hacer muchísimas colaboraciones con diferentes fotógrafos, o muestro piezas de videoarte, directores. Es un poco como seguir esta línea de que la marca se exprese a través de un mundo visual muy nutrido y te dé un poco más que solamente tratar de venderte un producto”.

Cáñamo
Foto: Taller de la Rosa

Mejorar el consumo

El otro acercamiento que tuvo con la cannabis antes de Taller de la Rosa, fue por su madre. Ella sufre de esclerosis múltiple y tomó aceite de cannabidiol para ayudar a su sistema nervioso. Jessica sabe perfectamente que la marihuana tiene tantos beneficios, que incluso la industria textil y farmacéutica le tienen miedo. Explica que los primeros pantalones de trabajo se fabricaron con cáñamo, debido a su resistencia, pero que no se implementó a gran escala en la ropa, porque no serían prendas que se volverían a consumir.

En opinión de Jessica, algo similar ocurre con la industria farmacéutica, pues todo se reduce a un crecimiento industrial. “Si podían sacar otras 10 patentes de otros 10 medicamentos, que no fueran solamente de una planta, al final es un poco lo que sucedió en toda la revolución industrial. Lo mismo el algodón y otras plantas que son muy buenas, pero no te duran tanto, su vida es muchísimo menos larga que la del cáñamo. Entonces, es muchísimo más fácil que tú compres algo y al tiempo lo tengas que volver a reemplazar y volver a comprar”.

En un mundo contaminado por todas las cosas que tiramos, donde nada está hecho para durar, algo tan resistente como el cáñamo parece no tener lugar. “(Antes) No comprábamos tan rápido como ahora. No teníamos la cultura del ‘fast fashion’ o de desechar las cosas tan rápido. Incluso tecnología, tengo un año con un teléfono, ya salió el nuevo, lo desecho y compro otro nuevo. No había tanto bombardeo de cosas que, entre comillas, ‘necesitamos’ para llevar un estilo de vida”.

Es por ello que Jessica considera muy importante cambiar nuestra forma de pensar, modificar nuestras acciones cotidianas, como el vestirnos. “Confío en que estamos viendo que no hay que consumir tanto. No necesitamos todo lo que nos ofrecen”, dice Jessica. “Es como volver a tener la cultura de apreciar las cosas con las que convivimos todo el tiempo y de saber también qué nos ponemos en nuestro cuerpo, cómo estamos utilizando las telas que tenemos. Realmente ver todo el ciclo y realmente cuestionarnos un poquito más las cosas”.