Sucedió lo impensable, el discurso incendiario convocando a la defensa del voto para impedir la certificación de su adversario como cuadragésimo sexto presidente del país de los justos, tuvo resonancia y respuesta.
El asalto a la sede del congreso norteamericano en Washington transmitido en tiempo real al mundo entero se observaba con incredulidad, una abierta rebelión estaba en marcha en el icónico recinto, alentada desde el mismísimo Poder Ejecutivo de Estados Unidos.
Las escenas de la irrupción multitudinaria y violenta de los simpatizantes del aún actual presidente, los atuendos bizarros y las consignas exhibidas y coreadas poco difieren de las de algún filme hollywoodesco en los que algún villano amenaza la libertad, la democracia y la justicia, en las que el héroe suele ser, curiosamente, el propio presidente.
La gestión de Donald Trump ha sido desde su inicio, ahora que el término está de moda, “atípica” en muchos sentidos, pero particularmente por la heterodoxia de su “personal estilo de gobernar”, que no admite negativas ni contradicciones a sus deseos y objetivos. Todo lo que se oponga es, simplemente, desechable.
La arrogancia y la obstinación por mantenerse en el poder, en principio enarbolando la comisión de un fraude en su contra y, derivado de ello, la convocatoria a la defensa de su victoria mediante la movilización enardecida de las masas, carece de precedentes en la historia moderna de nuestro vecino y más importante socio comercial, a quien nos une, indefectiblemente, geografía, historia y porvenir.
Lo impensable fue posible y es de pronóstico reservado lo que aún se verá en la situación interna. El país del norte ha sido tocado por la flecha envenenada de la polarización, el racismo y la intolerancia, llegando a extremos antes no vistos (terrorismo doméstico, según ha declarado el propio presidente electo).
Es necesario considerar el carácter impredecible de quien todavía ostenta el mando y quien, si no aparece en el camino algún impedimento legal, tendrá una larga semana y media para continuar maquinando acciones radicales. Tampoco puede dejarse de lado la capacidad de presión y los intereses de quien dejará en breve la casa blanca.
Para él y sus más extremistas seguidores, quizá este capítulo no se ha cerrado, pero las enseñanzas de “una atípica gobernación” en el país que se sigue erigiendo como el paladín de la libertad, el inventor del federalismo y el defensor de la democracia, deben ser analizadas, aprendidas y extrapoladas, explícitamente cuando un solo hombre, a pesar de la sólida estructura legal e institucional, puede convertirse, con el voto y la manipulación ciudadana, en el autócrata más inconsciente y tiránico.
Donald Trump lo advirtió desde su llegada al poder, nadie se llame sorprendido. No faltaron voces de desconfianza. Se manejó la incapacidad mental pero el aparato lo neutralizó. Se recurrió a la ilegalidad de procedimientos y facultades, pero todo se resolvió por las facultades y la “Seguridad nacional”. Durante cuatro largos años el país de los valientes acudió a los valores de una gran nación, al engaño y la manipulación, al discurso del pasado, donde todo estuvo mal, apostando a la esperanza de un futuro más promisorio.
Mucho nos deja de enseñanza lo sucedido en un país tan sólido legal y filosóficamente cimentado en sus principios, que, aunque usted no lo crea, fueron la inspiración de nuestra prostituida Constitución, no sólo porque lo impensable fue posible, sino porque lo pensable es el futuro posible y el escenario no deseable de nuestro indeseable 2021.
Es sólo un pensamiento golondrino. ¿Acaso Trump le hizo caso a AMLO?
Pero desde luego Biden no permitirá la ocupación del capitolio ni desalojará Reforma con una multimillonaria mochada.
Quienes han elegido el camino del engaño, la manipulación y la mentira deben sentirse aludidos por la realidad.
Es una recomendación inocua para una inteligencia inocua. Pero Don Porfirio la advirtió: no hay que soltar al tigre.
La desigualdad, la ignorancia y la pobreza siempre claman justicia.
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