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La levedad del odio

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Navegue usted, por estos días, por cualquier red social y lo encontrará allí, de cuerpo presente, exhibido sin pudor, sin caretas, validado por la masa, tolerado y normalizado en el discurso cotidiano, en frases grandilocuentes, reflexiones moralizantes, videos, fotos y memes “divertidos”. 

El odio convive entre nosotros, se ha enquistado en nuestras sociedades. Desde la xenofobia al machismo; del antisemitismo que revive en Europa a pasos agigantados, a la dictadura de lo “políticamente correcto” que declara odiar al que odia. Desde los animalistas a los independentistas, todos, absolutamente todos, declaran odiar algo o a alguien con la liviandad de quienes convenientemente eligen tener amnesia selectiva para así legitimar su posición.

Muchas veces la rabia y la ira surgen como respuestas legítimas y necesarias frente al abuso. Se trata de herramientas adaptativas para poner límites y enfrentar situaciones percibidas como inmerecidas. Cuando el dolor es abismal, la rabia puede convertirse en rencor y materializarse, frente a la percepción, objetiva o subjetiva, de falta de justicia, en venganza.

El enojo, en todas sus grados y manifestaciones retrata una emoción que surge de un hecho o de un conjunto de hechos causantes de daño moral, psíquico o físico. Pero el odio es otra entidad, se trata de un sentimiento individual o colectivo de rechazo, de repulsa, de aversión a una persona, un conjunto de individuos, un grupo social, una comunidad, una raza, una religión o una doctrina política. Quien odia desea arrasar a quien considera no su adversario, sino que su enemigo, a quien atribuye una pulsión equivalente hacia sí (“Aunque lo niegues, tú también me odias a mí”), estableciendo de ese modo la base para justificar y relativizar el deseo de aniquilación hacia el Otro

Por lo general, el que odia establece parámetros históricos y morales para sostener su posición, la que estructura desde el negacionismo. Esta postura, estrictamente consciente, que se esconde en discursos en apariencia tolerantes y empáticos, busca siempre normalizar el odio.

la levedad del odio
Ilustración: Chez Gertrud.

Detrás de una lógica muchas veces impecable y, sobre todo, desde una experiencia personal que generaliza una posición política y/o valórica, otorgándole una “verdad cierta”, por el hecho de haber sido experimentada por quien elabora la teoría en cuestión, el odio va, de la mano del negacionismo, construyendo una historia que empata vejámenes y sufrimientos para, así, justificar la búsqueda de justicia por la propia mano. Desde los pogromos, a la repulsa pública, el mecanismo psíquico que los sustenta es siempre el mismo; venganza e intolerancia unidas por los mismos eslabones de la más profunda miseria humana. 

El júbilo de las masas sea en estadios de fútbol, en las calles o en la web, potencia la idea de que hay una ideología, fe o proyecto salvador del dolor, injusticia o caos imperante. De ahí a que aparezca el caudillo oportunista que se apropie de la liviandad discursiva, del malestar generalizado, hay un paso breve. 

En teoría, quien nos debería proteger de las tentaciones de las respuestas fáciles que sustentan el populismo, es el propio saber, la capacidad de análisis y la memoria histórica. Idealmente el intelecto nos debería advertir, pero no es tan simple. 

El intelecto es una estructura que se construye a partir de la experiencia y de la reflexión; todo lo contrario, al sólo impulso libidinal que, a través de la percepción, establece como verdaderos y legítimos los anhelos y deseos que subyacen en el inconsciente y, a partir de ello, forma un discurso que los valida, otorgándoles verosimilitud y certidumbre. Se trata de una facultad para formarse una idea de la realidad, pero ¿es el intelecto una herramienta confiable?, ¿cómo dirimir si un acto reflexivo se basa sólo en percepciones o, efectivamente, es producto de un ejercicio complejo que es capaz de tomar en cuenta las distintas aristas que convergen en una situación determinada? Sin duda, la respuesta no es sencilla.

Cuando se adscribe a una supuesta “verdad”, el conocimiento se transforma en dogmatismo. Para enfrentar al absolutismo de la supuesta “razón” es necesario que la racionalidad esté siempre abierta a la duda y a la discusión, pero en estos tiempos de malestares globales, ¿quién está dispuesto a detenerse y cuestionar la legitimidad y validez de la propia queja?

En América Latina, en particular, la atmósfera caótica de los últimos meses ha sido terreno fértil para que la racionalidad se retire y el temor se instale. Hoy nos movemos entre el deseo de “lo que quiero que pase” y el miedo de “lo que no quiero que pase”. Estas dos pulsiones, como aspas de un rotor, en cuyo centro se ubican unas cada vez más precarizadas democracias, chocan a diario y han ido retroalimentando la intolerancia recíproca y potenciando el virus del odio que invade, con cada vez mayor frecuencia, las redes sociales, los discursos políticos y las calles de nuestras ciudades.

discurso de odio
Ilustración: Klawe Rzeczy.

Cuando se normalizan, en nombre de la reivindicación social y de los excluidos del sistema, conductas antidemocráticas, lo que en verdad se esconde detrás de ese acto es una lógica avasalladora: “si no todos pueden, nadie puede”. 

Se trata de una lógica muy primaria, donde el deseo se maquilla con una supuesta bondad y solidaridad, pero que, en realidad, no es más que una posición narcisista que, en nombre de la justicia, esconde el dolor, la rabia y la envidia que los “privilegios” del Otro generan. 

La envidia opera como una máscara del odio, un sentimiento que da pudor reconocer, pero que en Latinoamérica constituyen un rasgo de características estructurales de nuestras identidades; y así nos hemos ido llenando de demócratas muy sui generis:

1. Demócratas que califican de democracia a Cuba, China, Corea del Norte, Irán o Venezuela.
2. Demócratas que hablan en nombre de Dios.
3. Demócratas que protegen a los encapuchados que incendian, saquean y destruyen nuestras ciudades, en nombre de la democracia, la justicia y la dignidad.
4. Demócratas que aún justifican el atropello sistemático a los derechos humanos de la dictaduras que han asolado a nuestras naciones calificándolos como “lamentables excesos”.
5. Demócratas que se llenan la boca con la ecología, e incendian bosques como protesta hacia empresas forestales.
6. Demócratas que hablan en nombre del pueblo.
7. Demócratas que justifican los abusos amparados por las Iglesias de distintos credos, aduciendo que estos fueron cometidos por personas individuales.
8. Demócratas que piden democracia cuando no están en el poder y que actúan tiránicamente cuando son gobierno.

discurso del odio
Ilustración: Jarek Carstensen.

9. Demócratas que se declaran feministas, pero que maltratan a sus mujeres e hijas.
10. Demócratas puristas con las acciones de otros y autoindulgentes consigo mismos.
11. Demócratas que condenan la acción de la policía cuando ésta enfrenta al “pueblo”, pero que justifican su accionar cuando reprime a “contrarrevolucionarios”.
12. Demócratas que piden igualdad de derechos para ellos e infinitos deberes para lo demás.
13. Demócratas que ni estudian ni trabajan porque “el mundo es injusto” y se rehúsan a entrar en el sistema.
14. Demócratas que acusan de comunistas o fascistas a quienes no aceptan su idea de democracia.
15. Demócratas que consideran que el derecho de propiedad está por sobre al derecho a la vida.
16. Demócratas que protestan, pero que no votan.
17. Demócratas que quieren con una “hoja en blanco” para reescribir la historia, creyendo que así el pasado se borra y el futuro se transforma.

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo la etiqueta “democrática” sirve para todo y, por lo tanto, puede banalizar incluso el rencor y el odio.

Las etiquetas generalistas son una de las formas más eficaces para que la amnesia selectiva impida el aprendizaje. Cuando una nación elije la inmolación de la memoria histórica, como una forma de dejar atrás su pasado y focalizarse en el futuro, compra tregua social y pierde la oportunidad de avanzar hacia una sociedad moderna, madura y consciente. Las “páginas en blanco” son tentadoras pero falaces, la responsabilidad personal y social debe descreer siempre de ellas. 

La levedad del odio se manifiesta de formas diversas entre nosotros. Vivimos tiempos de advertencia, confiemos en estar alerta y no permitir su reinado.


Nota: Adaptación del capítulo, del mismo nombre, del libro La revolución del malestar del autor.


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Las faenas de la memoria y la realidad personal

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Amable lectora: usted subsiste por algún tiempo y en su trayecto de vida no duda de ser la misma persona porque rememora su pasado, porque lo reconstruye como su protagonista, porque usted sabe quién es y los otros la reconocen por su genio y figura. Al configurar su propia biografía en el tiempo, usted registra sus rasgos, sus actos y sus andanzas como ingredientes de su individualidad, de su integridad, de su renombre. Además de los incidentes de su vida que integran su memoria episódica, resguarda muchos datos y conocimientos adquiridos usualmente por su propio empeño; un depósito conocido como memoria semántica porque se expresa en palabras. También esgrime su memoria operacional constituida por las habilidades, destrezas y pericias que maneja y expresa en acciones refinadas y distintivas. Será correcto entonces afirmar que usted utiliza sus recuerdos, sus conocimientos, sus destrezas y sus creencias como ingredientes necesarios para conformar su identidad, su dominio y su rol, es decir, para operar en el mundo como quien es, o como quien cree ser, o acaso como quien quiere llegar a ser. Dicho de otra forma: para aplicar los conocimientos logrados, enriquecer su singularidad y labrar su existencia requiere usted rememorar sucesos, recordar lo aprendido, reconocerse y ser reconocida. Pues bien: aunque estas aseveraciones pueden parecer verosímiles o deseables, revisaremos que la memoria como soporte de la conciencia de sí y de identidad personal es tan necesaria como complicada y con frecuencia problemática.

rosario castellanos memoria
Rosario Castellanos reflexionando y rememorando (Tomada de: LJA.mx)

El diccionario de María Moliner define a la memoria humana de forma clara y llana como la capacidad para recordar o por medio de la cual se recuerda algo pasado. Una definición más completa y apegada a las ciencias cognitivas la especificaría como el conjunto de funciones que permiten captar, retener, reconocer y evocar información. En el marco que toma a la información como materia cognitiva prima, la memoria puede desglosarse en los siguientes cinco procesos: origen, adquisición, depósito, recuperación y extinción. Hagamos un breve recorrido por tal sendero múltiple de la información memorable.

Procesos de la memoria
Procesos de la memoria (Tomado de: Filadd).

(1) Origen: la fuente de información memorable está constituida por ciertos estímulos del medio y por algunas experiencias vividas por una persona. La palabra “experiencia” (del latín experiri = comprobar) se refiere al haber vivido, sentido, conocido o presenciado algo. Es una actividad consciente asociada a la observación, a la enseñanza o a la práctica y constituye el origen de la información memorable, sea como vivencias que se retienen o como saberes que se adquieren mediante repetición, estudio o ejercicio.

(2) Adquisición: algunos de estos estímulos y experiencias se codifican mediante su consolidación y aprendizaje para ser utilizados. Desde la Antigüedad se han generado técnicas para mejorar la incorporación de la información, como sucede con el “arte de la memoria.” Múltiples procedimientos asocian ideas, esquemas o ejercicios a contenidos de información para facilitar su retención. Se sabe que la atención, la motivación, la emoción y el sueño tienen un papel importante o incluso decisivo en la consolidación de la información. En el caso de la enseñanza, concurren un instructor y un aprendiz para que se transmita adecuadamente la información que el primero posee, y el segundo carece mediante múltiples técnicas pedagógicas de enseñanza y aprendizaje.

arte de la memoria
El libro sobre el arte de la memoria de Frances Yates lleva este grabado renacentista que sugiere el poder maravilloso de la memoria.

El aprendizaje se manifiesta y se estudia porque establece una asociación entre un estímulo y una respuesta que usualmente consiste en una conducta novedosa. El tipo de condicionamiento analizado por Pavlov implica la asociación aprendida de un estímulo con una respuesta mediante un reflejo nervioso, como ocurre con el sonido de una campana y la salivación. Otro tipo de condicionamiento implica la acción de un organismo sobre el medio y fue ampliamente estudiado en animales de laboratorio por Skinner y los conductistas, con el nombre de condicionamiento operante porque el organismo aprende la consecuencia de su acción, como es presionar una palanca para obtener alimento o para evitar un choque eléctrico. Estas acciones pueden ser reforzadas mediante premios o inhibidas mediante castigos.

(3) Depósito: cuando la consolidación y el aprendizaje cumplen adecuadamente sus funciones resultan en el almacén de la información pertinente en el cerebro mediante una presunta huella que se denomina engrama de la memoria y cuya naturaleza constituye un tópico central de la neurociencia cognitiva. El almacén tiene varias características de interés: su temporalidad, su capacidad, su estructura y su mecanismo. En cuanto a la temporalidad y capacidad, hay dos modalidades, una de corto plazo, conocida como memoria de trabajo, que se emplea durante las acciones presentes con capacidad de unos cuantos elementos, y otra de larga duración cuya capacidad no tiene un límite establecido. Por ejemplo, la memorización de decimales de Pi (3.14159…) anda en las proximidades de los 100,000 dígitos, y el japonés Akira Haraguchi parece tener en su memoria esa cantidad de números. En referencia a la estructura del almacén, hay un ordenamiento por significados que evoca a una biblioteca organizada por temas. Parece existir un almacén de conceptos y otro de imágenes que se depositan con diversas intensidades dependiendo de la viveza, la persistencia y las asociaciones del recuerdo.

pi
En esta figura hay unos 2,000 decimales de Pi. La memoria humana puede almacenar 50 veces esa cantidad.

(4) Recuperación: la recaudación de la información almacenada tiene lugar constantemente en el reconocimiento tácito de formas, pautas y objetos percibidos, y de manera espontánea o volitiva en el recuerdo. El proceso crítico de la memoria es el recuerdo (del latín re: de nuevo y cordis: corazón; el supuesto órgano de la conciencia en la Antigüedad) y consiste en el repaso consciente de algo pasado, un dispositivo indispensable para el pensamiento, la reflexión, la toma de decisiones y, desde luego, para la integración del conocimiento y de la propia identidad. Ciertamente, sin la retención, evocación y aplicación de experiencias, enseñanzas o destrezas adquiridas no sería posible el conocimiento, y la memoria es la facultad mental más involucrada en el saber y en el saber de sí como parte de la autoconciencia. Veremos pronto que el recuerdo no es una recuperación exacta y fidedigna de la realidad o de la experiencia pasada, sino una recreación sujeta a múltiples contingencias y obstáculos.

 (5) Extinción: eventualmente suele ocurrir el desvanecimiento o la eliminación de la información con el olvido, una forma de selección necesaria para la mayor eficiencia del pasmoso sistema retentivo. En la memoria de trabajo mucha información se conserva sólo efímeramente para operar en el mundo, como sucede con un número de teléfono que se olvida después de marcarlo. Los recuerdos de la propia vida se desdibujan o desvanecen en la memoria episódica si no se reactivan con alguna frecuencia. El saber más perdurable es el de la memoria operativa y se ejemplifica con el dicho de que andar en bicicleta nunca se olvida.

memoria y borges
Borges, memoria, espejos rotos.

Remato esta visita inicial a la memoria y la identidad con el memorable e inquietante final del poema “Cambridge” de Jorge Luis Borges:

Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.


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