Día de muertos

Cuajimalpa mantendrá cerrados panteones de la alcaldía

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Con el objetivo de evitar mayores contagios de Covid-19 entre la población, la Alcaldía Cuajimalpa de Morelos informó que los días 31 de octubre, así como 1 y 2 de noviembre, mantendrán cerrados los 5 panteones de esta demarcación: Panteón El Calvario de San Pedro Cuajimalpa, San Pablo Chimalpa, San Lorenzo Acopilco, San Mateo Tlaltenango, y Jardines de Santa Elena en Zentlapatl.

Cabe destacar que ante la pandemia que enfrenta la Alcaldía y la Ciudad de México, los panteones de esta Alcaldía han permanecido cerrados desde el 20 de marzo del presente año, dando servicio únicamente a las inhumaciones con estrictas medidas sanitarias.

Durante las inhumaciones sólo se permite el acceso de 10 a 15 personas como máximo, con uso obligatorio de cubreboca, gel antibacterial, toma de temperatura en el acceso y sana distancia.

La Dirección de Gobierno de la Alcaldía a su vez notificó a los representantes de cada panteón mantenerlos cerrados sobre todo durante la festividad de Día de Muertos para mitigar una posible propagación de SARS-COV-2 entre los vecinos.

Cuajimalpa cuenta con pueblos con muchas tradiciones y costumbres sin embargo, el Alcalde Adrián Rubalcava Suárez invita a los vecinos a quedarse en casa este Día de Muertos: “aún mantenemos 5 colonias en semáforo rojo, 3 de estas son San Mateo Tlaltenango, San Lorenzo Acopilco y San Pedro Cuajimalpa, por lo que pedimos a la población conmemorar a sus fieles difuntos desde casa, con la finalidad de evitar riesgos”.

En caso de un posible cambio de semáforo naranja a semáforo amarillo en la Ciudad de México, indicado por la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum se valoraría su apertura con un ingreso del 30% de visitantes con medidas sanitarias estrictas.

Los muertos ponen de buenas a los vivos con regalos millonarios

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Los comercios establecidos, prestadores de servicios y empresas del sector turístico obtendrían una derrama cercana a los 18 mil millones de pesos, que es 4.0 por ciento más que en los festejos del día de muertos de 2018, cuando la cifra fue de 17 mil 300 millones de pesos.

De acuerdo el presidente de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco-Servytur), José Manuel López Campos, la tradición de las familias mexicanas por recordar a familiares y amigos fallecidos es una fecha que reactiva al sector terciario de la economía del país, tanto por quienes acuden a los cementerios, celebran la festividad y participan en eventos relacionados con la efeméride.

De igual forma, como por quienes aprovechan esos días de asueto para visitar algún lugar en plan de recreo, destacó el dirigente en un comunicado.

Los días de mayor movimiento comercial serán el viernes 1 y sábado 2 de noviembre, donde se espera que los principales giros que aumenten sus ventas en estas fechas sean: Flores con 5.1 por ciento; hoteles, establecimientos de hospedaje moteles y transporte aéreo y terrestre en 4.1 por ciento; ropa (con disfraces, entre otros), 3.3 por ciento.

Asimismo, restaurantes registrarían 3.1 por ciento; alimentos, abarrotes, bebidas y tabaco, 3.0 por ciento y esparcimiento (cines, parques de diversiones, etc.) 2.8 por ciento, previó.

Destacó que esta celebración es una fecha muy especial para la mayoría de los mexicanos, porque es un festejo de mucha riqueza cultural, que implica la colocación de ofrendas en hogares y locales comerciales, la visita a los panteones, a sitios públicos que exponen altares, la concurrencia a las iglesias y la compra de alimentos tradicionales.

“Además, en el país hay destinos que son muy visitados en estas fechas, por sus tradiciones, como Mixquic y Xochimilco, en la Ciudad de México; Huautla de Jiménez, Oaxaca; la isla Janitzio, y Pátzcuaro, Michoacán; Pomuch, Campeche; zona de la Huasteca, San Luis Potosí, entre otros”.

El líder empresarial subrayó que los mexicanos aprovechan estos días para viajar a destinos de playa, donde los principales lugares con gran demanda son Cancún, Mazatlán, Veracruz, Acapulco, Manzanillo, Puerto Vallarta y las Rivieras Maya y Nayarita.

También lugares con cultura y tradición están entre los visitados por las celebraciones del día de muertos, entre los que destacan ciudades coloniales como: Mérida, Zacatecas, Durango, Aguascalientes y Morelia, entre otras, y numerosos pueblos mágicos.

En el caso de la Ciudad de México, recordó, desde hace dos años se realiza el Desfile de Día de Muertos, al cual asisten miles de personas de la zona metropolitana y de otros estados del país, lo que contribuye a que la capital reciba un mayor número de visitantes.

Vaya de noche a “Celebrar la Eternidad” en Chapultepec

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Arte, música, luces, tecnología y tradición mexicana; es como se vive la experiencia nocturna interactiva «Celebrando la Eternidad» en el Bosque de Chapultepec.

Con una ofrenda interactiva, espectáculo de luces y la música del Mariachi internacional «Alma de México», así como mucha tradición, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, inauguró el recorrido nocturno «Celebrando la Eternidad», en el Bosque de Chapultepec.

Acompañada por la presidenta del Consejo Honorario de la Memoria Histórica y Cultural de México, Beatriz Gutiérrez Müller, apreciaron las 11 instalaciones ubicadas a lo largo de 1.7 kilómeros que conforman la experiencia nocturna inmersiva, llena de arte, música, luces, tecnología y tradición mexicana.

El espectáculo gratuito que se enmarca en la celebración del Festival del Día de Muertos, estará hasta el 3 de noviembre de las 18:00 a las 23:00 horas, para el disfrute de todas las familias mexicanas, así como de turistas nacionales y extranjeros.

Se trata de una experiencia llena de cultura e innovación para recordar a nuestros seres queridos con una ofrenda interactiva. El ingreso de los visitantes se realiza por la llamada «Puerta de Leones», que luce ya una escenografía en forma de calavera, y a su llegada serán recibidos por música oaxaqueña.

Los asistentes podrán disfrutar de una ofrenda monumental ubicada en el Altar a la Patria, cuyas columnas de mármol serán iluminadas en honor a los héroes y heroinas de la historia de México como Josefa Ortiz de Domínguez, Lázaro Cárdenas, Benito Juárez, Elvia Carrillo Puerto, Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Francisco I. Madero.

En un conjunto de 11 instalaciones se exploran los orígenes del Día de Muertos, pues además del Altar a la Patria, se podrán topar con deidades ancestrales como Xolotl, el Dios en forma de perro que transporta a los espíritus por el reino de la muerte, y Mictlantecuhtli, señor del inframundo. Ambos ubicados en el Anfiteatro Escuadrón 201 y el Museo del Caracol.

Mientras que en el denominado Jardín de las Tazas, se podrá disfrutar de diversas calaveras en homenaje al grabador, ilustrador y caricaturista mexicano José Guadalupe Posada, célebre por sus obras de escenas costumbristas, folclóricas, de crítica sociopolítica y por sus ilustraciones de la «Calavera Garbanzera» o «Catrina».

Antes de que el reloj marque la medianoche, los asistentes podrán apreciar la representación del espíritu de «La Llorona», cerca del Lago Menor, del lado de la Primera Sección del Bosque de Chapultepec, y escuchar su grito: «¡Ay, mis hijos!».

Las actividades del Festival de Día de Muertos 2019 son organizadas por el Gobierno de la Ciudad de México, a través de las secretarías de Cultura y de Turismo, así como del Fondo Mixto de Promoción Turística y la Autoridad del Centro Histórico. La programación completa se puede consultar en el sitio de Internet http://festivaldemuertos.cdmx.gob.mx

Al evento asistieron los secretarios de Gobierno, Rosa Icela Rodríguez; de Cultura, José Alfonso Suárez del Real; y de Turismo, Carlos Mackinlay; así como la directora de gestión del Bosque de Chapultepec, Mónica Pacheco Skidmore; y el alcalde de Miguel Hidalgo, Víctor Hugo Romo Guerra.

Cada recorrido tendrá una duración de una hora con 15 minutos, que incluirá las 11 experiencias inmersivas a lo largo de casi 1.7 kilómetros del Bosque de Chapultepec, por lo que se sugiere llevar calzado y ropa cómodos, además de evitar la entrada de bebidas alcohólicas o estupefacientes, ni llevar animales de compañía.

La venida de los muertos: el altar como eje del mundo

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Estructuras que tienden a lo piramidal y a lo ascensional. Altas estructuras, cada una en su proporción. Ningún altar de muertos se queda por lo bajo, ni en forma ni en simbolismo, ni en el entusiasmo prodigado por sus hacedores. Estamos por entrar a esa época del año en que México se vuelve tan ajeno a los ojos de los extranjeros: pueden entender que tengamos corrupción y que contemos con una burocracia hiperinflada (otros países europeos y latinoamericanos las tienen) pero no pueden entender que celebremos la muerte. Parte de esos recursos de celebración son las estructuras que tienden a lo piramidal: el referente inmediato son los altares de muertos, escalonados, que exhiben frutas, flores, mole y pan junto con fotografías de los finados y algunas velas. Antaño, estructuras similares –pero que se podían circular– se constituyeron como túmulos funerarios, representativos de la presencia ausente. El pan de muerto es un mini testigo de ese recuerdo tumular cuyas hipotéticas aristas se coronan con huesos y un fingido cráneo azucarado. Y por más que les extrañe a los indigenistas de libro, no, esas manifestaciones que se realizan en noviembre poco tienen que ver con el mundo prehispánico. La celebración de los fieles difuntos fue instituida por San Odilón, abad de Cluny, en el año 980 d.C.

Las estructuras ascendentes que le prestan su esencia al altar de muertos de los siglos XIX y XX tienen su origen en el siglo XIV, no en México, sino en regiones como Valencia y Cataluña, aunque también se vieron en otras zonas de Francia. Se llamaron capelardentes o capillas ardientes, y no eran escalonadas, pero sí ascensionales: se construían como estancias temporales para el cuerpo de un príncipe, rey o reina que iba de camino a su sitio de reposo final: el cortejo paraba a descansar, a reabastecerse y se aprovechaba para exhibir el cuerpo real y dejar por momentos la pesada parihuela en lo que los locales iban a satisfacer su curiosidad y a observar al despojo. Pensar en esas lejanías temporales y en un cadáver peregrino, que estaba a merced constante de la descomposición, puede resultar repulsivo hoy en día. Lo cierto es que las agencias funerarias siguen ofreciendo el mórbido paquete del maquillaje y el féretro abierto, o sea que algo nos sigue gustando de esa contemplación.

Algunos investigadores plantean que para evitar el riesgo de corrupción y para llevar el preciado cadáver del personaje destacado a regiones que el cortejo no tocaría en su itinerario normal hasta la sepultura, se desarrollaron símiles (muñecos, maniquíes) del cuerpo del rey, por ejemplo, en zonas de Francia e Inglaterra. En España, que yo sepa, esto no sucedió o está escasamente documentado, pero sí sabemos que los capelardentes, túmulos o capillas ardientes se comenzaron a popularizar en el siglo XVI, sobre todo, a la muerte del emperador Carlos V.

¿Qué hacer para llevar la presencia del real cadáver sin pasear el cuerpo real? Representarlo mediante sus insignias. Pero claro que esa representación no podría estar desprovista de otros aliños, como telas negras (hachones) que cubrirían parte de la arquitectura falsa y de la real; esculturas de muertes y figuras que daban cuenta de la importancia de los hechos del monarca en vida, etc. Fue así que se configuró una iconografía propia de la casa reinante y que permitió a diversas ciudades de los reinos mostrar su lealtad y preeminencia en la elaboración de fiestas que, muchas veces, excedían las posibilidades del gasto público.

“El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros”, dice Octavio Paz en El Laberinto de la soledad (https://bit.ly/2N0MVGF); la fiesta tiene un largo camino en nuestras comunidades y el calendario litúrgico, engranado con el civil, hacen mella en nuestra productividad desde el siglo XVI en forma continuada. Está mal que lo diga pues, en lo que se refiere a los siglos previos al XIX, la idea de productividad no existía: existía la de comunidad. Y la comunidad encontraba una de sus mejores expresiones en la fiesta.

Tal vez en México tengan verificativo como en ningún otro lugar las implicaciones medievales de las carnestolendas: el carnaval, la inversión permitida, el mundo al revés, el exceso gastronómico, excesos todos que nos llevarán al descanso de fin de año: como sea, una válvula de escape a presiones, inconformidades y opresiones sociales. Pero en México esto no se ve previo a la Cuaresma, sino en los días comprendidos entre el 12 de diciembre y el 6 de enero. El famoso Guadalupe-Reyes es un puente formado por una sucesión de festejos que nos vuelven al seno de lo familiar encarnado en la comida. Antes de ello, un último periodo de recogimiento. El Día de Muertos es una conmemoración que ha ido tomando terreno rápidamente en la esfera de lo comercial. Desde el recientemente inventado desfile de catrinas gigantes y de carros alegóricos, residuos de la filmación de Spectre, parece que hemos dado en el clavo del efectismo festivo que permite salir a las calles a festejar “una tradición” y que deja en lo privado el altar doméstico, la añoranza de que los que se fueron, vuelvan sobre sus espectrales pasos a comer lo que los vivos prepararon para ellos.

Parece que, en la deriva de los tiempos, olvidamos los aportes culturales que se produjeron en los siglos XVI y XVII: cuando las festividades asociadas con la muerte y resurrección de Cristo nunca apuntaron a la construcción de altas y fastuosas estructuras que se cubrieran de velas y se emplearan para significar la presencia de los fallecidos. Los altares de muertos de la actualidad, más que una relación con el mundo prehispánico, la encuentran con las piras funerarias o túmulos construidos mientras estos territorios formaron parte de la Monarquía Hispánica.

“Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares” (https://bit.ly/2qOaDwS) Decíamos antes que, siglos atrás, las ciudades no reparaban en gastos durante sus festejos (mortuorios o de otra naturaleza). Esos gastos, temidos por las autoridades, prohibidos en reales pragmáticas y aborrecidos por el que tenía que asumirlos en total o en parte, eran la oportunidad de reclamar más adelante, en un sistema de precedencias y clientelismos, la posibilidad de obtener algo a cambio. Lo mismo sucede en la actualidad, por contradictorio que parezca. Ni la modernidad, ni el republicanismo, ni la “democracia” han logrado extinguir el dispendio: ahora, no es una oligarquía (¿o sí?) la que auspicia los festines que se han de dar al público, sino las propias autoridades, otra vez, con la intención de ganar voluntades que, en nuestros días, se llaman votos.

Como cada año, nos encanta evocar al Mictlán. No entendemos por qué, pero nos encanta evocarlo. Octavio Paz hablaba de una dualidad continuista que en nada se parece a nuestra concepción católica de la muerte. En el mundo prehispánico, muerte y vida eran dos etapas sucesivas de un continuum infinito, con lo que la angustia por la condenación eterna y la visión de separación de una y otra vida nos vinieron con el catolicismo. Lo que resulta maravilloso todavía es esa capacidad, incluso en los grandes centros urbanos, de conectarnos con lo arquetípico: eso es lo que hace a muchos evocar presencias espectrales que comen mole y toman tequila, lo que hace acomodar escalones decorados con papel picado para disponer los platillos –la ofrenda– que los muertos van a comer, lo que hace levantar una estructura ascensional –un axis mundi– en un sitio prominente de la casa (como hasta el siglo XIX cuando alguien moría o en la celebración de los Fieles Difuntos) y lo que hace levantar en los hornos la harina del pequeño túmulo funerario azucarado que, desafortunadamente, hoy se comienza a vender en los supermercados desde octubre. Sin embargo, ese cráneo espolvoreado de azúcar que se come los primeros días de noviembre, no ha perdido su rigor como memento mori.