Más que duplicados de experiencias pasadas, los recuerdos son recreaciones que, si bien no conservan la nitidez y el detalle del evento original, suelen ganar en conocimiento y relevancia. Una forma automática de recuperación es la ecforia, término poco usado para identificar un suceso frecuente. A parte de acuñar el término de engrama a principios del siglo XX, Richard Semon subrayó el papel de las claves sensoriales para recuperar información almacenada en la memoria y denominó ecforia a este evento. El ejemplo paradigmático es el recuerdo de Marcel, el protagonista de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, cuando el sabor de una magdalena le evoca una escena infantil que da origen al relato. Semon teorizó sobre la existencia de engramas latentes en el cerebro que se recuperan de improviso cuando ocurre el mismo estímulo sensorial que les dio origen.
La ecforia ha permitido recientemente estudiar los fundamentos neuronales de la reactivación del engrama en animales de experimentación. Dado que muchos engramas se conforman por claves ambientales externas y estados internos, la recuperación sucede cuando las claves implicadas en la conformación de la red correspondiente al engrama aparecen de nuevo como estímulos. Algunas técnicas actuales de la neurociencia han permitido identificar los ensambles neuronales que constituyen los engramas de ciertas memorias en roedores de laboratorio. Con estas técnicas se logra marcar poblaciones de neuronas que están activas durante la codificación en la memoria, se modulan una vez establecido el engrama y es posible sondear cómo se reactivan durante el proceso de recordar. Esta línea de investigación ha confirmado que un engrama se forma por la facilitación de las sinapsis que conectan una red de neuronas y por la formación de otras nuevas que engarzan y consolidan la red.
En estos y otros casos similares, la memoria constituye una facultad sensitiva porque almacena datos sensoriales de origen externo, pero también puede ser una facultad imaginativa cuando recoge figuraciones de origen interno. En efecto, las evocaciones sensoriales, las escenas del pasado, las ensoñaciones o las fantasías retenidas, reaparecen en el recuerdo como representaciones visuales, auditivas, táctiles o de sabores, pero elaboradas de varias formas. Para empezar, la experiencia memorizada adquiere consolidación y plenitud gracias a una integración de modalidades sensoriales e imaginativas que en la antigüedad se conocía como “sentido común” y que tiene una base en los sistemas de integración sensorial: las áreas y mecanismos cerebrales que conectan y asocian a las zonas que reciben y conciertan la información de cada uno de los sentidos. Esta elaboración acomoda, almacena y recupera la información de manera sistemática y no se restringe a combinar de manera congruente los datos y cualidades de los sentidos, sino que los confecciona con ingredientes cognitivos para integrarse en la memoria.
Además de la ecforia que recupera escenas del pasado cuando el sujeto percibe un estímulo similar al que precipitó la memoria original, en muchas ocasiones la persona volitivamente busca y recupera un dato, un personaje o una escena de su pasado en los archivos de su memoria. Ciertas evidencias de la conducta y de la fisiología neuronal sugieren que los recuerdos pueden ser recuperados mediante el escaneo de un mapa o representación que se encuentra comprimido en el tiempo. De vez en cuando el esfuerzo para recordar el nombre de un lugar o de una persona no tiene éxito, a pesar de que el sujeto tiene la seguridad de que la información está allí. Éste es el fenómeno de “punta de la lengua,” que suele remediarse cuando ya no se aplica el esfuerzo. Este tipo de experiencias indica que los engramas difieren en accesibilidad, lo cual refleja cambios en la organización de la red neuronal: se trata de engramas no siempre disponibles, a veces denominados silenciosos o latentes, como lo hizo el propio Semon.
Es importante definir a las reminiscencias como aquellos recuerdos que no son simples recuperaciones de datos sensoriales, sino que incluyen un sentido del tiempo, de la distancia, del movimiento y de otras categorías cognoscitivas. Santo Tomás denominó experimentum a la combinación de los elementos de la memoria en un esquema de organización cognitiva superior que ya es propia del conocimiento. Esto implica que en el dominio del conocimiento personal hay algo más que un catálogo de memorias, recuerdos y datos: hay una organización de elementos en un discernimiento organizado que al ser puesto en práctica mediante la inteligencia permite al ser humano adaptarse y sobrevivir. En este mismo contexto del conocimiento y del experimentum, se puede decir que la visión y el concepto que tiene un sujeto de sí mismo y del mundo no sólo están influidos por lo que recuerda y discierne de su vida pasada sino también por cómo recuerda los eventos vividos y cómo utiliza esa información.
Las opiniones, las creencias y los objetivos que tiene una persona influyen en cuáles recuerdos recupera de su vida pasada y en cierta medida en cómo se presentan. Mahr y Csibra propusieron que la memoria episódica implica una actitud epistémica de conocimiento hacia los eventos que se registran, y se recuerdan de tal forma que los contenidos de los recuerdos episódicos se suelen reconstruir de acuerdo a justificaciones explícitas de ciertas creencias. Esta operación supone una capacidad generativa o creativa de la recolección en el sentido de que lo recordado se acomoda a lo que se cree y esto permite representar y comunicar las razones que justifican tanto las creencias como los recuerdos. La manera como la persona se construye a través del tiempo está al servicio de crear una imagen coherente de sí misma, que suele ser favorable y propicia. Como dice el dicho “recuerdas lo que te conviene,” al que cabe agregar: “y como te conviene.” Ahora bien, este acomodo tiene límites, porque el conocimiento y la conciencia de la propia historia implican asegurar lo que ocurrió en el pasado, y para sostener esta autoridad el sujeto justifica sus recuerdos en el ámbito público por la referencia explícita a eventos pasados, que pueden ser comprobados o refutados por otros y por fuentes externas.
No se ha estudiado con suficiente amplitud el papel que juega la imaginación en la memoria. Una de las formas de enfocar este tema es considerar los dos tipos de recuerdos que mencionamos arriba: aquellos que se refieren a vivencias externas, o sea experiencias de la persona en el mundo, y aquellos que se originan como vivencias internas, como pueden ser las fantasías o los sueños que se almacenan en la memoria episódica. Se puede pensar que la persona distingue claramente unos de otros, pero no siempre es así. En la recuperación de los primeros recuerdos, muchas personas admiten que no pueden distinguir entre lo que ocurrió, de fantasías que pudieron agregarse o del papel que puede haber jugado una foto o un relato familiar. La noción misma de “realidad” está en juego, aunque las fuentes internas de memoria no dejan de ser realidades verificadas en su aparato mental. Esto lleva a considerar no sólo el papel que juega la imaginación en la memoria de cada individuo, sino el que juega el imaginario social en la construcción de la historia.
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