Actor, compositor, cantante, escritor, poeta y loco enamorado de uno de los oficios más difíciles del mundo, hacer reír a la gente, Eulalio González Ramírez, El Piporro, hizo de su voz, el acordeón, el bajo sexto, la redoba, la ironía y el taconazo una filosofía de vida con la que traspasó muchas chulas fronteras.
Don Eulalio era un filósofo a palos, un fresco que “gritaba riendo” con una sabiduría endiablada que enseñaba a punta de dardos pirotécnicos de veneno surrealista. Por ejemplo, cuando hablaba de “la búsqueda del hombre”, decía: “Cuando le buscas y le buscas lo encuentras… aunque sea ajeno”. O cuando impartía consejos: “Cuide la morralla, güerco. Apretéyela, apretéyela, hasta que le sude el águila”. O cuando se trataba de definiciones, como esta sobre el caballo: “animal equino, forrado de cuero, terminado en hueso, vulgo pezuñas”.
Si a los que crecimos con el cine de oro mexicano en televisión nos dicen “norteño”, inmediatamente pensamos en El Piporro, quintaesencia del habitante de aquel territorio de más de dos mil kilómetros que nos separan de los güeros:
“Antes llegaba uno a USA bien MORMAO,
de las mojadas que se daba uno al cruzar el río…”.
Con él, el Norte se convirtió en arquetipo, una especie de país entre México y Estados Unidos donde vive la raza del ¡ajúa!, expresión harto musical que también es piropo, “celebración exitosa, grito optimista, alegre, y según la intención que se le dé al lanzarla, ¡pos esa AGARRA!”, como él mismo comentó en sus memorias, Autobiogr… ajua/Anécdotas del Taconazo (Planeta, 2000).
El norteño es gente que se ha caracterizado por su honestidad “al tiro”, pero sobre todo por su dedicación al trabajo, como lo demostró El Piporro, quien nunca descansó hasta su muerte: cuando no estaba trabajando en el cine, andaba de gira con la legendaria Caravana Corona, de Guillermo Vallejo, recorriendo el país sin descanso (en alguna ocasión encabezó la caravana durante treinta y un días consecutivos —algo que sólo hizo Pedro Infante—, presentándose tres veces al día sin descansar una vez); y cuando no estaba en el cine ni de gira, participaba como maestro de ceremonias o escribía guiones, dibujaba o andaba en la radio.
Una de las mejores descripciones sobre los norteños la dijo el escritor don Alfonso Reyes:
“Sin asomo de ironía pudiera afirmarse que el regiomontano (norteño) es un héroe en mandas de camisa, que es un paladín en blusa de obrero, que es un filósofo sin saberlo, un gran mexicano sin actitudes estudiadas para el monumento, y hasta creo que es un hombre feliz”.
Nuestro añorado Rey del Taconazo nació el mismo día que Beethoven (16 de diciembre), “…nomás unos añitos después”, decía, esto en Los Herreras, Nuevo León, municipio a 120 km de Monterrey y equidistante a la frontera, que como muchos de ellos quedan medio vacíos y en el olvido, cuando la gente los abandona para irse a buscar la consabida oportunidad “al otro laredo”.
De Los Herrera comentaba que antiguamente era la capital de Grecia: “(…) es que al ocurrir la gran hecatombe de la caída del Coloso de Rodas y la separación de los continentes, en Atenas quedaron los restos del Partenón y en Los Herreras, Nuevo León, la pura piedra bola”.
Su pueblo fue un abrevadero de anécdotas y personajes que siempre alimentaron su imaginación, como cuando contaba aquella divertida anécdota de un amigo de allá: cuando regresó al pueblo en los años cincuenta, ya siendo famoso, era muy celebrado por los lugareños, menos por uno, Pilo Salinas, quien después de días se digno a preguntarle:
—Qué… ¿te ha ido muy bien en la capital?
—Pues…afortunadamente.
—¿Y que hubo allá un temblor bruto, edá? (el temblor del 1957 que tumbó hasta el Ángel).
—Sí… tumbadero de casas… y corredero de gente.
—Y pensar que esos temblores nos iban a tocar aquí, porque aquí ¡iba a ser el mero México!, si no fuera por mi tía Melchora, mujer de mucho parecer, que espantó al águila pa’que se fuera a comer la víbora allá, si no… ¡estuviera tiemble y tiemble aquí! ¡Ah…raza!
El Piporro amó a su pueblo y volvía una y otra vez a tratar de ayudar a los suyos, no sin cierta nostalgia y un tanto triste de ver que la gente no le daba “chance” al pueblo.
Como hijo de un agente aduanal, vivió muchos años en la frontera tamaulipeca, por lo que nunca olvidó lo que era vivir en “la franja”:
“…Yo les digo a mis amigos /
cuando vayan a las piscas no se dejen engañar.
Con los güeros ganen lana, pero no la han de gastar.
Vénganse pa la frontera donde sí van a gozar” (Chulas Fronteras).
De ahí que el pochismo y uso de palabras en inglés haya sido un recurso muy explotado en sus diálogos y frases:
“No me push me, no me push me, si hacerme caminar es fácil: with the money dancing the dog”.
Para complacer a sus padres llegó a estudiar algo de medicina y contaduría, pero no tardó en entrarle a la locución, su pasión, en la estación XEMR, en Nuevo León. Pero el hombre tenía un talento extraordinario para muchas cosas: fue un caricaturista de respeto, escritor de radioprogramas y argumentos para cine (El rey del tomate, Héroe a la fuerza, entre otras), director de películas y un compositor de canciones fuera de serie que forman parte de la esencia de nuestro folclore mexicano, himnos como El Taconazo, Chulas Fronteras y Don Baldomero. Recibió en dos ocasiones el Ariel por su actuación en Espaldas mojadas (1953) y Píntame angelitos blancos (1954):
“Haciéndole como que se goza… también se goza”.
Dejó el norte en 1944 para probar suerte en la capital como locutor de la XEW. Terminó como actor de radionovelas, un género muy aplaudido entre las amas de casas a partir de la década de los cuarenta:
“Y empiece a masticar chicle prima,
pa’que la gente que nos vea bailando crea que estamos platicando
y que no estamos aburridos en el baile…”
Es precisamente en una serie de radio, Ahí viene Martin Corona, al lado de Pedro Infante (quien fue padrino artístico del Piporro) y Sara Montiel, donde Lalío adquirió el nombre de “El Piporro”, un norteño que no hablaba como los norteños, un norteño chilango, pué:
“Es ahí donde recibe el regalo de su vida, de manos del guionista Álvaro Gálvez y Fuentes, pues en esa producción Eulalio comienza a interpretar al personaje del Piporro, que no abandonaría jamás. Este personaje le sirvió y lo benefició, pero no lo devoró, como tantas veces les ha sucedido a otros histriones que no pueden desprenderse, íntimamente, de su exitosa caracterización’, comenta René González en El Piporro, así era mi tío Lalo Gonzáles (Relatos e Historias en México, núm. 78)”.
Cabe mencionar que el personaje del Piporro era el de un sesentón, cuando apenas Eulalio tenía veintiocho años. En una ocasión él mismo dijo:
“… A mí me pasó lo mismo que a Ben Kingsley cuando actuó como Gandhi. Después de ésa, le tuvieron que poner ‘Gandhi’ abajo de su nombre, pa’que la gente lo reconociera. Lo mismo me pasaba a mí, yo tenía 27 años y hacía de un hombre maduro. Cuando me presentaban como Eulalio González, nadie sabía quién era, hasta que decían ‘pos es el Piporro, el que salió con Pedro Infante, es buen muchacho, de muy buenas familias’… tenían que ponerme una bola de cartas de recomendación. Y es que los personajes que yo hice al principio, cuando estaba chavo, fueron de viejón; y ora que estoy viejón, la hago de chavo. Lo que sí está difícil es hacerla de niño prodigio, porque ya no puedo”.
Debido al éxito de la serie se filmó la película en 1952 con el mismo cartel, bajo la dirección de Miguel Zacarías, comenzando la aventura cinematográfica del Piporro, quien participó en más de sesenta y cinco películas, de las cuales muchas fueron escritas, dirigidas, protagonizadas y cantadas por él, como El Pocho (1969).
Sus composiciones-canciones son abundantes (más de 127), y mientras las cantaba o platicaba nos hizo ver la gran disposición que tenemos los mexicanos para reírnos de nosotros mismos. El género musical que lo llevó al éxito lo llamó el Taconazo, que se da “entre corrido y balazo”, un tipo de baile que inventó mientras trabajaba en el teatro Follies Bergere con otro de los grandes de México, Jesús Martínez Palillo.
“Suénele con fe al bailazo, agarre bailadora, agárrela del brazo…”.
Por eso hasta la diva María Félix quiso actuar a su lado:
“He alternado con las figuras de antier,
las de ayer y las de hoy…
Si tengo oportunidad de hacerlo con las de mañana…
pasado mañana les aviso”.
Gracias a don Eulalio el acordeón como instrumento tuvo una gran exposición en los inicios de la radio y televisión. Gracias a él se abrieron espacios regionales en una época donde la política oficial quería que todos los mexicanos fueran igualitos y a la americana: el personaje del Piporro fue símbolo de la diversidad mexicana.
Fue también uno de los primeros músicos en México en experimentar con el fushion, la “música fusión”, o sea que en una misma canción se escuchan varios ritmos, como en Los ojos de Pancha, donde conjunta polka con el rocanrol ranchero:
“Como dijo Lucho: no vendo voz… vendo estilo”.
De sus éxitos más grandes tenemos desde Rosita Alvirez, Don Baldomero, Melitón el Abusón, hasta Una cruda mal curada, El Gorgorello (que compuso especialmente para Pedro Infante), El ojo de vidrio y un largo bestiario de personajes bien definidos, crónicas donde se rescata la forma de ser de nuestros queridos pueblos o se critica esa sociedad pueblerina estereotipada que nos hace tragicómicos:
“El humor del Piporro triunfó a causa de su autenticidad, pues aunque él no inventó ese estilo, sí lo abrevó desde su niñez en una tierra de grandes conversadores donde se reconoce y festeja el ingenio y el verbo agudo y certero. Esta herencia la transformó en un espectáculo. Tomó el ingenio verbal de su tierra y de la música norteña para inventar su propio estilo, convirtiéndose en un artista único e inolvidable”, vuelve a decir René Gonzáles.
Don Eulalio González Gutiérrez, El Piporro, murió mientras dormía, en el 2003, en Garza García, Nuevo León:
“…¡Y que siga el taconazo, raza!”
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