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La espiritualidad en la vida del ser humano*

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A los seres humanos nos es complicado existir y encontrar paz. Frecuentemente estamos inquietos, insatisfechos, preocupados, frustrados y doloridos. Somos personas bajo presión, siempre obsesionadas por algo o por alguien, enfermas de manera congénita, con una constante insatisfacción y una múltiple presencia de deseos que nos llevan a descubrir que la complacencia de uno abre la puerta a la aparición de más.

Los deseos nunca paran pues su función primigenia es llevarnos a reconocer aquello que necesitamos para seguir existiendo, son poderosos para evitar que la apatía domine y nos lleve a la inactividad autodestructora. Su fuerza domina o asusta, pero ni la represión ni darle rienda suelta a su regocijo consiguen contener del todo la ansiedad que generan.

paz y espiritualidad
Imagen: Getty Images.

Ciertamente los deseos nos mueven a la vida y nos mantienen en ella; sin embargo, el reto humano consiste en aprender a coexistir con ellos, regular creativamente su satisfacción y, sobre todo, encontrar una paz que sea más honda que su demanda.

Todas las corrientes espirituales de todos los tiempos llevan en el fondo la propuesta de un camino que apacigüe los deseos, domine la incertidumbre de la vida y proporcione un bienestar razonable que serene la angustia existencial. En todas ellas se puede encontrar algo creativo, verdadero y eficaz, como también pueden contener aspectos oscuros, intereses ocultos y/o amenazas latentes que pasan desapercibidas cuando la necesidad controla o cuando se carece de argumentos suficientes para hacer una valoración crítica razonable.

La espiritualidad no es algo exótico, esotérico ni exclusivo de unos cuantos, sino algo que forma parte fundamental de la vida cotidiana, común y corriente que se encuentra en el centro mismo de la vida personal. Es una fuerza que humaniza o pervierte, que vincula o separa, que crea o destruye. La espiritualidad es independiente de Dios, aunque siempre se le haya asociado a las religiones.

espiritualidad
Imagen: Joya Life.

La espiritualidad está estrechamente vinculada con el impulso de eros, es decir, este estímulo innato que nos lleva todo el tiempo a la vida. Así, la manera concreta como canalizamos esta fuerza le da forma a nuestras acciones y es uno de los aspectos que conforma nuestra identidad.

La espiritualidad del ser humano no es ajena a su cuerpo ni a su mente, como tampoco lo está al contexto espacio-temporal en el que se encuentra. Por el contrario, está íntima e irrenunciablemente vinculada tanto a la totalidad de la persona como a su entorno, al margen de la integración, fragmentación o rechazo que opere.

La espiritualidad se orienta y perfecciona con disciplinas y hábitos, con la forma cómo nos relacionamos con los otros, con el entorno, con el universo, con la divinidad –si se cree en alguna o algunas– y cuyo resultado integra o desintegra nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro espíritu, nuestras relaciones, nuestra manera de ser y de estar en el mundo.

Eros con flauta
Eros, en la mitología griega dios del amor y la fertilidad.

Si bien la espiritualidad es parte de la existencia humana, se puede pasar por la vida sin preguntarse por ella como también obsesionarse con el tema.

Esta columna en El Semanario, Espiritualidad Sin Fronteras, pretende ser más que un medio de difusión de un aspecto específico de la realidad humana, es una invitación abierta a preguntar para aclarar dudas, expresar respetuosamente los propios puntos de vista y contribuir para que este tiempo que compartimos sea beneficioso para todos y promueva una vida que valga la pena ser vivida.


*Agradezco la inspiración del texto de Ronald Rohlheiser, En busca de la espiritualidad. Lineamientos para una espiritualidad cristiana del siglo XXI, Lumen, Buenos Aires, 2003, que sirvió de inspiración para este artículo.


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