Fenomenología

Fenomenología de la vida: subjetividad en carne viva

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El filósofo y fenomenólogo francés Michel Henry nació en 1922 en Vietnam, pero su familia volvió a París en 1929 donde él completó una maestría en 1943 con una tesis sobre Spinoza, al tiempo que se unía a los maquis de la Resistencia antifascista con el seudónimo de “Kant”. Al acabar la guerra consiguió una plaza como filósofo en el CNRS para publicar en los años 60 una disertación doctoral de 1000 páginas bajo el título de “Filosofía y fenomenología del cuerpo. Ensayo de una ontología biraniana” en referencia al pionero de la filosofía del yo, Maine de Biran. Consiguió una plaza en la Universidad de Montpellier, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Además de filosofía, publicó varias novelas.

Michel Henry
Michel Henry hacia 1965.

A lo largo de su extenso trabajo ajustó las doctrinas de Husserl, el padre de la fenomenología, y de Heidegger, uno de sus exponentes más célebres y debatidos. Esta fenomenología clásica ponía énfasis en la intencionalidad, la característica de los actos mentales de ser acerca de algo: aquello que la persona percibe, siente, piensa, imagina, recuerda, sueña, desea o realiza. La fenomenología de la vida cultivada por Henry considera la intencionalidad como una propiedad de la conciencia enraizada en algo más fundamental que indistintamente denomina afectividad, pathos o vida. Ese fundamento previo es una afectividad inmanente y propia de la vida; un tema afín al que en la actualidad se analiza bajo el rubro de autoconciencia mínima y que repasamos en las últimas entregas de esta columna.

Henry consideró que buena parte de la filosofía tradicional se funda en las apariencias o fenómenos conscientes, es decir, en la manera como los objetos ocurren o aparecen en la mente humana. Sostuvo que el fenomenólogo “clásico” se aboca a estudiar cómo es que acontece esta apariencia y se aboca a estudiar algo “exterior” a la conciencia misma: su orientación hacia un objeto, su intencionalidad. La cuestión esencial que intriga y motiva al pensador francés es qué hace posible a la intencionalidad, lo cual concierne a la estructura misma de la conciencia. ¿Cuál es la naturaleza de ese núcleo de conciencia? Su respuesta es directa e inequívoca: la vida misma. La subjetividad humana está enraizada en la vida que es común a todos los seres vivos y los trasciende como su condición inmanente. Lejos de apoyar un idealismo que la considera como evidencia de un espíritu inmaterial, la subjetividad tiene su base concreta en la vitalidad del cuerpo porque la vida es condición de posibilidad de cualquier experiencia.

vida François-Pierre-Gontier de Biran
François-Pierre-Gontier de Biran (Maine de Biran), 1766-1824.

Como Maine de Biran, Henry considera decisiva la apercepción directa e inmediata que constituye la experiencia básica y elemental de un cuerpo viviente. El cuerpo no es un instrumento del yo o de la subjetividad, ni la acción o la conducta sólo un medio por el cual el yo accede al mundo, sino que la subjetividad se identifica con ese sentir fundamental del ser viviente, una forma primaria de sufrimiento y gozo que concibe como pathos. El término pathos se refiere una experiencia que no puede dejar de sentirse, porque la vida no escapa de sí misma. A partir de esta base de subjetividad viviente se origina todo fenómeno consciente e intencional. Así, a diferencia de los fenomenólogos iniciales, Henry basa la intencionalidad de la conciencia en este proceso vital e inmanente de afectividad esencial, lo cual plantea una duplicidad entre un núcleo de la conciencia y las apariciones en forma de contenidos mentales. La afectividad inmanente sería la vida misma como una forma de ipseidad o autoafección que se manifiesta en el poder de la subjetividad y de la agencia. En una entrevista, Henry lo expresó de esta forma:

… aquello que soy en el fondo de mí mismo, mi vida, es algo en sí ajeno a este horizonte de visibilidad del mundo. Mi vida, tal como la experimento originalmente en mí mismo, jamás es un objeto, jamás es susceptible de ser vista en el “mundo”. Su esencia consiste precisamente en el hecho de experimentarse inmediatamente a sí misma, sin distancia, en una “auto-afección” en sentido original.

La conciencia es entonces fruto del despliegue y la evolución de la vida misma, una propiedad que Henry denomina auto-accroissement (auto-incremento), análoga a la autopoiesis que he propuesto en una sección anterior como fundamento o requisito biológico de la autoconciencia. La vida se constituye por su movimiento inherente y su actividad de crecimiento. Vivir es experimentarse a sí mismo y la naturaleza de la subjetividad es la inmanencia trascendental de la vida. Esto atañe de manera central a la corporalidad, al hecho de que la autoconciencia está encarnada en un cuerpo vivo porque éste se experimenta a sí mismo de manera inmediata. Es justo decir “yo soy mi cuerpo” si con esto se implica la vida del cuerpo, esa vida que constituye la identidad diacrónica, el trayecto vital de cada persona en el tiempo.

Fenomenologia de la vida
Portadas de las traducciones al español de “Fenomenología de la vida” y “Encarnación” de Michel Henry.

Henry se adelanta por décadas a la reciente tesis de la simulación situada de Vittorio Gallese cuando afirma que el objetivo fundamental de la danza no es escenificar una historia, sino expresar movimientos para que el espectador los sienta en carne propia de la misma manera que una pintura hace sentir en el espectador fuerzas motrices y afectivas que están larvadas en su interior. Coincide con el pintor Kandinsky: todo arte tiene el efecto de intensificar la vida porque expresa y afecta a la interioridad viviente.

El ser humano no se da la existencia a sí mismo ni la mantiene por sí mismo, es la vida que se mantiene a sí misma a través de cada ser humano. De esta manera, Henry explica la necesidad humana de actuar, de ejercer el poder de la subjetividad. Considera que la idea fundamental de Marx es profundamente cierta: la relación del ser humano con el mundo es una relación práctica; sólo la vida manifestada a través de los individuos posee el poder, la fuerza y la eficiencia para transformar al mundo y adecuarlo a sus necesidades mediante el trabajo. Esto determina la estructura de producción y de consumo de toda sociedad.

Henry caracteriza la “búsqueda de uno mismo” como algo típico de la modernidad y argumenta que esta tendencia sin rumbo o éxito posibles sólo puede ser rebasada mediante el “abandonarse a sí mismo en la vida”, olvidarse del ego que se cuida y se acrecienta a sí mismo en el mundo para descubrir algo esencial y relegado: la vida misma y el amor que despliega al mantenerse y expresarse. Este reconocimiento escapa a toda intencionalidad, es decir, a toda representación mental, y sólo puede conseguirse a través de una mudanza de la acción y la praxis hacia la misericordia y la compasión. La búsqueda de uno mismo, característica de la modernidad, paradójicamente sólo puede lograrse mediante la renuncia de uno mismo.

libros filosofia
Portadas de las traducciones al español de “Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky” y “La fenomenlogía radical, la cuestión de Dios y el problema de mal” de Michel Henry.

Coincidió con Kierkegaard en considerar que el yo aparente de la subjetividad humana no es su propio fundamento, sino la vida que no escapa de sí misma y que implica una liga entre cada ser vivo y la vida absoluta. La religión (re-ligare) es el ámbito donde se actúa la autotransformación de la vida, la expresión subjetiva de esa propiedad y su reciprocidad entre los vivientes, algo que no se conoce racionalmente o por el pensamiento, sino por sentir directamente la vida misma. En sus últimas obras, Henry encontró en la enseñanza de Cristo una correspondencia con sus conceptos de afectividad inmanente y de entrega a la vida. En su visión, el cristianismo llama Dios a la vida, llama Padre a su feraz proceso de autogeneración y llama Hijo al ser viviente surgido por la autogeneración de la vida, donde se cumple su ipseidad o mismidad fenomenológica. La fenomenología de Michel Henry implica valorar y comprender a la vida como el verdadero ser de la persona, más que su relación con los objetos del mundo.

Cuando me investigo a mí mismo ¿qué hago y qué encuentro?

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De los escritos de Heráclito de Éfeso, uno de los primeros filósofos de Occidente, han llegado a nosotros sólo unos fragmentos, pero estos han concitado inmenso interés. Estas frases sueltas han sido numeradas y, en el contexto de la introspección, es ineludible referirse al fragmento 101 el cual, de manera justificadamente célebre, dice así: “Me he investigado a mí mismo.” Es una apelación emparentada con el oráculo de Delfos que ya hemos mencionado: el abrumador “conócete a ti mismo.” No sólo parecen demandas de ser consciente, sino de estar consciente de uno mismo, de reflexionar sobre la propia subjetividad como caminos de conocimiento no sólo válidos sino obligatorios si se pretende obtener un saber válido para vivir.

Heráclito, filósofo griego
El lienzo “Heráclito” de Johannes Moreelse, pintado hacia 1630, muestra al pensador griego en una actitud de angustiosa introspección (tomado de Wikimedia).

Pero hay que sopesar esta sentencia, pues acaso podría considerarse una forma de egocentrismo: de estudiar la propia vida y personalidad como fuentes de conocimiento. Aunque no se puede negar la utilidad de reconocer las estructuras, motivaciones, características o facultades de uno mismo para depurar la individualidad y darle un sentido consistente a la propia existencia, el aforismo de Heráclito probablemente va más allá de un sondeo en el yo personal. Oigamos lo que al respecto dice Werner Jaeger, uno de los más dedicados y sólidos analistas de la paideia, la cultura griega clásica, respecto al fragmento 101:

Las palabras que acabamos de mencionar demuestran el alto grado de desarrollo a que había llegado la conciencia del yo. (…) Pero la auto-observación de la que se habla nada tiene que ver con la investigación psicológica de sus peculiaridades e idiosincrasia personal. Significa simplemente que, al lado de la intuición sensible y el pensamiento racional, que han sido hasta aquí los únicos caminos de la filosofía, se revela un mundo nuevo a las tareas del conocimiento mediante la vuelta del alma a sí misma.

Esta idea de la vuelta del alma a sí misma como fuente de conocimiento puede parecer abstracta e indefinida, por lo que conviene compararla con dos tradiciones a las cuales recurrimos en estos escritos: la plenitud mental de la meditación budista y la epojé de la fenomenología. En referencia al budismo, el asunto tiene que ver con la idea y el objetivo centrales de la meditación sostenida y sistemática. El aplicar una forma de atención lo más constante posible sobre lo que acontece y sucede en la propia mente sin juzgar o identificarse con los contenidos permite al practicante acceder a principios universales e incondicionados. En cuanto a la epojé planteada por Edmund Husserl, para llegar a verdades trascendentales mediante una introspección sistemática, es necesario aparcar o “poner entre paréntesis” las creencias y sesgos personales. En secciones próximas escrutaremos un poco más estas dos tradiciones en referencia a la introspección y la conciencia del yo.

Pero hay que sopesar esta sentencia, pues acaso podría considerarse una forma de egocentrismo: de estudiar la propia vida y personalidad como fuentes de conocimiento. Aunque no se puede negar la utilidad de reconocer las estructuras, motivaciones, características o facultades de uno mismo para depurar la individualidad y darle un sentido consistente a la propia existencia, el aforismo de Heráclito probablemente va más allá de un sondeo en el yo personal. Oigamos lo que al respecto dice Werner Jaeger, uno de los más dedicados y sólidos analistas de la paideia, la cultura griega clásica, respecto al fragmento 101:

Las palabras que acabamos de mencionar demuestran el alto grado de desarrollo a que había llegado la conciencia del yo. (…) Pero la auto-observación de la que se habla nada tiene que ver con la investigación psicológica de sus peculiaridades e idiosincrasia personal. Significa simplemente que, al lado de la intuición sensible y el pensamiento racional, que han sido hasta aquí los únicos caminos de la filosofía, se revela un mundo nuevo a las tareas del conocimiento mediante la vuelta del alma a sí misma.

Esta idea de la vuelta del alma a sí misma como fuente de conocimiento puede parecer abstracta e indefinida, por lo que conviene compararla con dos tradiciones a las cuales recurrimos en estos escritos: la plenitud mental de la meditación budista y la epojé de la fenomenología. En referencia al budismo, el asunto tiene que ver con la idea y el objetivo centrales de la meditación sostenida y sistemática. El aplicar una forma de atención lo más constante posible sobre lo que acontece y sucede en la propia mente sin juzgar o identificarse con los contenidos permite al practicante acceder a principios universales e incondicionados. En cuanto a la epojé planteada por Edmund Husserl, para llegar a verdades trascendentales mediante una introspección sistemática, es necesario aparcar o “poner entre paréntesis” las creencias y sesgos personales. En secciones próximas escrutaremos un poco más estas dos tradiciones en referencia a la introspección y la conciencia del yo.

David Hume, filósofo inglés
“Hume” de Allan Ramsey. Pintado hacia 1766, este óleo retrata al filósofo mirando de frente al observador.

Respecto a lo que es posible indagar mediante la introspección, surgen muchas dudas. Heráclito descubre que todo fluye como un río, a lo que Borges replica deslumbrante: “el río me arrebata y yo soy ese río.” Pues bien, una de las cuestiones más debatidas es si es posible investigar la naturaleza del yo y del propio ser adentrándose en uno mismo, como al parecer sugieren el fragmento 101 de Heráclito, la contemplación budista o la epojé fenomenológica. Sobre esto es perentorio citar al empirista escocés David Hume, uno de los filósofos imprescindibles de la era moderna. En “Un tratado de la naturaleza humana” publicado en 1740, Hume describió una de las exploraciones más célebres que se hayan hecho de la propia mente. La traduzco de esta manera:

Por mi parte, cuando entro de la manera más íntima en lo que llamo yo mismo, siempre tropiezo con alguna percepción u otra, sea de frío o calor, de luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca me atrapo a mí mismo sin una percepción, y nunca puedo observar algo más que la percepción… Si alguien más, después de una reflexión seria y sin prejuicios piensa que tiene una noción diferente de sí mismo, confieso que ya no puedo razonar con él. Todo lo que puedo concederle es que puede tener tanta razón como yo, y que diferimos esencialmente sobre el particular. Quizás él puede percibir algo simple y continuo que llame sí mismo; pero yo estoy seguro que en mí no hay tal principio.

Es patente que Hume niega un yo, un self, o un yo mismo como un objeto visible o discernible mediante la introspección, pero tambien parece claro que en su discurso el pensador escocés se identifica como capaz de realizar esta observación o al menos como el flujo de percepciones que advierte en su mente. Como se puede colegir al leer esta cita, cuando su autor habla de percepciones no se refiere a las escenas del mundo que mira o escucha, sino a aquello que observa en sí mismo, es decir, a percepciones de su cuerpo y de sus contenidos mentales. En pocas palabras, Hume no es un objeto que Hume perciba cuando penetra “en la intimidad de sí mismo”: es en todo caso el observador y relator del flujo de procesos mentales que percibe en su mente. 

Tratado de la Naturaleza Humana de David Hume
Portada del original de Hume “Un tratado de la naturaleza humana” de 1739-1740 en el que relata su célebre introspección.

Ahora bien, las observaciones derivadas de una introspección no son del todo similares a la percepción de acuerdo a las nociones actuales de percepción. La metáfora de un ojo interior que mira lo que acontece en la propia mente no es exacta porque la observación y sus productos son bastante distintos de la percepción propia del sistema visual. Algunos pensadores han propuesto la palabra “detección” para significar lo que sucede cuando un sujeto realiza una introspección sistemática; otros han sugerido que se trata de un monitor peculiar del sistema cognitivo. En cualquier caso, es conveniente hacer varias distinciones, quizás inevitables. Por una parte, se perfila un objeto de la introspección, equivalente al contenido que cualquiera detecta en su mente, por otra, está el instrumento mismo de la introspección y, finalmente, se plantea un mecanismo o proceso observador que ejecuta la introspección. Tomemos el caso de una persona observando a través de un microscopio en el que es posible distinguir el tejido que observa, el instrumento que emplea y al propio observador. Esta distinción de entidades separadas se borra cuando se realiza la observación, una función que las unifica en un campo dinámico y complejo de información.

la vision interior, introspeccion
La “visión interior” atribuida a la introspección puede ser sugerida en rostros serenos y con los ojos cerrados (tomada de https://www.flickr.com/photos/jay_defehr/8392172424).

Este camino de reflexiones desemboca en considerar que el mecanismo de la introspección no es similar a un ojo interior, sino que depende de la atención, una facultad mental primaria y medular, que puede dirigirse hacia objetos del mundo externo o bien hacia los procesos de la propia mente. En particular, conviene analizar con mayor detalle la forma de atención que se enfoca hacia los procesos y los contenidos de la propia mente de manera deliberada, pues todo indica que este mecanismo cognitivo es la herramienta central de la introspección. En efecto, en contraste con la atención automática y espontánea, el control deliberado de la atención constituye una de las principales características de la agencia, de la introspección y del conocimiento de sí mismo. Esta atención auto-focalizada es la condición peculiar de un sujeto cuando se toma a sí mismo como objeto de su indagación. Todo esto subraya la importancia de la atención deliberadamente dirigida hacia uno mismo y que pronto abordaremos con mayor detenimiento.