Lo bueno
Desde luego el cierre del Instituto Patria se explica como resultado de un legítimo proceso dentro de la Compañía de Jesús, que desembocó en la opción preferencial por los pobres, y obviamente no fue resultado de la acción de un sólo hombre: el Padre Provincial, sino de un movimiento nacional e internacional que sólo él encabezó en México.
En efecto, dicho proceso tuvo relación directa con la Reunión de los Provinciales Jesuitas de América Latina con el Padre General Pedro Arrupe, que tuvo lugar en mayo de 1968 en Río de Janeiro, y que no fue sino un examen colectivo de conciencia con base en el Concilio Vaticano II y en la Encíclica “Populorum Progressio” de Paulo VI. En la famosa Carta de Río se concluyó que el momento era clave en el continente para que “En toda nuestra acción, nuestra meta debe ser la liberación del hombre de cualquier forma de servidumbre que lo oprima: la falta de recursos mínimos y de alfabetización, el peso de las estructuras sociológicas que le quitan responsabilidad en la vida, la concepción materialista de la existencia. Deseamos que todos nuestros esfuerzos confluyan hacia la construcción de una sociedad, en la que el pueblo sea integrado con todos sus derechos de igualdad y libertad, no solamente políticos, sino también económicos, culturales y religiosos”.
En agosto de ese año el padre Arrupe viajó con el mismísimo Paulo VI a la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín, la cual fue calificada como “el Vaticano II para América Latina” y significó el impulso que dio origen a ese cambio de misión de los jesuitas, quienes optaron por la acción en favor de los pobres. Fue así que se integró el Grupo de los Profetas y el Centro de Estudios Educativos del respetado padre Pablo Latapí, quien entonces regresaba de realizar estudios en Alemania. En 1970 se anunció el cierre del Patria y el jesuita Gabriel Cámara llevó dicho Centro de Estudios Educativos a Chihuahua, donde se incorporaron las preparatorias del Colegio Regional y del Sagrado Corazón para crear una “educación socialmente productiva”, experimento fallido que también provocó el cierre del Colegio Regional.
Lo malo
Sin lugar a dudas ese cambio de misión provocó que el padre Enrique Gutiérrez Martín del Campo, entonces el Padre Provincial de los jesuitas en México, encabezara el movimiento que decidió cerrar el Colegio Patria y motivó que él mismo haya creado una comisión ad hoc de alto nivel, en el que participaron tres prominentes jesuitas, para analizar la legitimidad de que la Compañía de Jesús vendiera la propiedad de la Avenida Moliere en Polanco, para destinar su producto a fines distintos a los señalados expresamente por su donante. Lo malo fue que la sustentada opinión fue desatendida por el Provincial, lo que puso de manifiesto este triste episodio de los jesuitas en México.
En efecto, el 1 de febrero de 1972, los prominentes jesuitas J. de J. Martínez Aguirre, Luis Godtsseels y Juan Ortega Uhink enviaron una carta al ingeniero Eduardo Cuevas Núñez, hijo de Eduardo Cuevas Lascurain, quien había donado a los jesuitas el terreno para construir el colegio. Se trataba de su opinión “que en conciencia y después de haber encomendado este asunto a Dios” sobre la “voluntad condicionada del donante”, con base en testimonios imparciales de personas relacionadas con la donación, incluyendo la correspondencia del padre Francisco Robinson Bours, Provincial de los jesuitas al momento de la donación, y el padre Zaqueo J. Maher, quien debido a la Segunda Guerra Mundial sustituía en su cargo a un Papa Negro polaco que se encontraba prófugo.
La conclusión de este estudio es que indudablemente don Eduardo Cuevas Lascurain donó el terreno en 1942 para que se construyera allí mismo el Colegio Patria, con el propósito de que fuera dirigido por los jesuitas, y quería una obra permanente, que fueron las mismas intenciones de quienes contribuyeron para la construcción del edificio. Para ello constituyeron Los Morales, S.A. Compañía de Bienes Inmuebles, que fue la propietaria de las instalaciones del Instituto Patria, siendo este último arrendataria de aquella. La opinión expresamente concluyó que Don Eduardo “no daba el terreno para que los Jesuitas lo vendieran…” y que “al abandonar la Compañía el Colegio y disponer de su valor con plena independencia, dejaba de cumplir con una condición, que en aquel entonces se admitió”, lo que “cederá en grave detrimento y desdoro de la Compañía”.
El terreno finalmente se vendió y el Provincial dispuso de los fondos como quiso. Este episodio resulta más triste todavía, cuando se conoce que, al cerrar el Patria, los jesuitas también se embolsaron por la fuerza, y ayudados por prestigiados abogados penalistas que amenazaron ante fedatario público a quienes tenían la obligación legal de custodiarlos, los fondos recaudados por su Rector, José Luis Estrada, con el propósito expreso de dedicarlos, íntegros, a la educación de los hijos de los donantes, para utilizarlos en obras efímeras que hoy no existen. Este último episodio al que me referí en mi anterior artículo publicado en esta misma columna el pasado 25 de septiembre, consta en documento firmado el 28 de marzo de 1976 por el propio padre Estrada.
Lo feo
Como a veces suele ocurrir en la vida: nadie sabe para quién trabaja, y el Provincial Gutiérrez Martín del Campo, apodado El Pajarito, trabajó, obviamente sin quererlo, en favor de Marcial Maciel, quien resultó ser el principal beneficiario del cierre del Patria, lo que le permitió a los Legionarios de Cristo conseguir la hegemonía en la educación de las clases altas de la Ciudad de México.
Para colmo, a cincuenta años de distancia del cierre del Colegio Patria, debido a un pacto económico entre los colegios de jesuitas cuya sobrevivencia peligraba, con el Padre Provincial, hoy dichos colegios, incluyendo sus universidades, lejos de significar la materialización de ese cambio de misión en favor de los pobres, hoy forman parte de los colegios con las mejores instalaciones del país, que atienden substancialmente a la misma clientela que la de los colegios legionarios: las clases dirigentes del país.
Cierre con broche de oro
Nada de lo narrado en mis tres artículos sobre esta triste historia, resulta de especulaciones, sino deriva del análisis detallado de documentación auténtica que obra en mi poder, que he identificado en cada caso con fecha y nombre de las personas que las firman, y que me ha sido entregada por personas que participaron directamente en los hechos que he narrado. Celoso de proteger en lo posible el prestigio de personas disminuidas por la edad o muertas, he evitado revelar los nombres de los involucrados en los mencionados documentos.
Mi propósito al contribuir a develar estos lamentables acontecimientos se funda en mi interés en dar claridad a lo sucedido hace cinco décadas, para que mis lectores, pero especialmente mis compañeros de colegio, maestros y jesuitas que aún sobreviven, cerremos este caso en paz.
Con la perspectiva que dan estos cincuenta años, ha quedado claro el juicio de la Historia: el cierre del Instituto Patria fue un error inconmensurable que dañó para siempre a su propia comunidad, pero en última instancia a la Ciudad de México y a nuestro país en su conjunto.
Este episodio aislado, si bien grave, no desdora el positivo saldo del trabajo de la Compañía de Jesús realizado en México a través de los siglos, que hoy se mantiene vigoroso y que indudablemente seguirá dando frutos, especialmente ahora que uno de los suyos encabeza nuestra Iglesia Católica universal.
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