Hace unos días, el 22 de junio, recién recordé que en esa misma fecha, en 1978, se nos adelantó en el paseíllo de la vida Francisco Rubiales Calvo, quien en su exitosa carrera en los medios de comunicación fue muy famoso por el nombre de Paco Malgesto, marca con la que ejerció en diarios, cine, radio, televisión y teatro.
El apellido algunos comentan que lo tomó de un español muy aficionado a los toros, y en los cuarenta del siglo pasado inició sus transmisiones taurinas desde el callejón de la plaza de toros de El Toreo de la Condesa –hoy El Palacio de Hierro de la calle de Durango en nuestra capital– y que cerró sus puertas en 1946, mismo año en que se inauguró La México – y que, por cierto, están a punto de cumplir ambos sucesos los 75 años el próximo año; ya veremos cómo será posible conmemorarlo–.
Antes de la radio, Paco publicó sus comentarios en la revista Multitudes que, como El Redondel, reflejaban la gran afición al toreo que prevalecía por aquellos años bohemios y ahora nostálgicos de nuestro país, cuando el espectáculo preferido en todos los estratos sociales era lo que hoy algunos juzgan y enjuician tan a la ligera; y como prueba fehaciente, así lo refleja gran parte del cine de antaño.
De niño tuve la oportunidad de conocerlo y disfrutar de su bonhomía porque mi papá José Luis Carazo Vega “Arenero”, compartió en el burladero en La México durante muchos festejos, el burladero de la crónica con Paco y Carlos Albert, otro titán de la locución de México, con la función de asesorar –principalmente al segundo– en detalles de la lidia y sus protagonistas.
Desde niño iba a los toros y mi padre se trasladaba a su sitio y me dejaba sólo o con alguno de mis hermanos en los tendidos de sombra, y desde ahí veíamos las corridas y novilladas, ocho con ocho.
Al finalizar el festejo, Don Carlos trasladaba al exterior de la plaza a Paco, a mi papá y a nosotros, más Pepe Alameda, y Rubén Zepeda Novelo o Jorge Zúñiga en un recorrido corto pero lento, pues el salir eran rodeados del cariño popular que les obligaba detenerse, bajar la ventanilla y a saludar a personas de todas las condiciones sociales y edades.
Hace poco los alcanzó en La Gloria; la gran voz de Zúñiga hacia la publicidad para Moctezuma en la televisión, al igual que Rubén, y en la radio era Corona la patrocinadora y de la voz de Albert –cuando era cronista–. La voz comercial de la transmisión venía de Nacho Hernández Lumbrera. Nacho cerraba el anuncio con el cliché: “Nada con exceso, todo con medida”.
Ahora que lo visualizo, imagínese la riqueza de ir como sardina en aquel carro después de un festejo casi siempre en las piernas de “Arenero”, escuchando algunos comentarios de Paco o Pepe, por ejemplo, sobre una corrida o novillada de la época inicial de Manolo Martínez –entonces en plena competencia con Joselito Huerta, Manuel Capetillo o El Ranchero, por nombrar algunos– en los sesenta.
Muchas veces Don Carlos nos invitaba a su nevería que tenía en Polanco y eran domingos muy especiales al lado de mi papá y de mis hermanos cuando disfrutábamos, después de los toros, de helados deliciosos.
Pepe, académico, Paco, popular, sabían hacer de la crónica taurina hablada, un género único.
En la televisión, Paco fue un as en los programas de variedades musicales de la época y es considerado el precursor en la televisión de las entrevistas a figuras de la farándula, mediante su programa llamado “Visitando a las estrellas”, en el cual acudía al hogar de estos artistas, con cámara y equipo técnico de apoyo, entrevistas que muchas de ellas son recordadas.
Fue autor de una biografía de Armillita y se recuerda que antes del debut de Manolete en México, el 9 de diciembre de 1945, tomó un vuelo que lo llevó a Cuba, y de ahí otro a la capital mexicana. En breve, también será el aniversario 75 de aquellos hechos.
En La Habana lo esperaban Paco Malgesto y José Octavio Cano; el primero realizó un control remoto durante el vuelo del diestro a México para la estación Radio Mil. Minutos antes de despegar, el crítico del ESTO, José Octavio Cano, realizó una entrevista a la principal figura de la torería española que apareció en primera plana.
Es necesario un libro para realzar la trayectoria de Paco que abarcó, entre otros, el teatro donde actuaba “El Tenorio Cómico” en el Teatro Insurgentes y en el cine en diferentes películas. Su recuerdo imborrable es importante preservarlo.
Cierro usando su expresión inmortal –además de la que recurrí para titular esta colaboración–: “¡Oiga usted!”. Recordando con afecto y admiración a quien nació en el barrio capitalino de La Merced, en 1914, y que entiendo tuvo 4 hijos; a ellos los abrazo con afecto, no olvidando a quien supo brillar por su carisma y profesionalismo en los medios de comunicación hablados y escritos de los que fue, en su estilo, un maestro inolvidable.
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