Algunas crisis son oportunidades, o eso suele decirse en el mundo de emprendedores y millonarios. La edición pasada de esta columna, publicada hace un mes, alertó sobre el riesgo de que grupos criminales alrededor del mundo utilizaran la crisis para capitalizarla políticamente a su favor. Un mes después, la evidencia abunda. En medio de la pandemia, medios de comunicación alrededor del mundo continúan reportando a grupos criminales realizando actos filantrópicos dirigidos, en apariencia, a aligerar el peso de las penurias que provoca la crisis sanitaria. ¿Cuánta filantropía hay en estas acciones? Poca en comparación a la oportunidad política. No es tanto un tema de emprendedores como sí lo es de poder. El juego se llama legitimidad, ese preciado intangible que facilita la ya difícil tarea de gobernar.
Los primeros focos de alerta fueron reportados en Brasil e Italia. En el primer caso, presuntos narcotraficantes han impuesto y vigilado toques de queda en las favelas de Río de Janeiro para garantizar el resguardo de la población en casa. En Italia, las mafias locales ya no sólo reparten comida gratuita a familias en situación de pobreza derivada de la crisis sanitaria en Calabria, Campania, Puglia y Sicilia, territorios históricamente controlados por la ‘Ndrangheta, la Camorra y la Cosa Nostra. Ahora también ofrecen préstamos a la población con mejores condiciones en comparación con las instituciones financieras legales. En las pasadas semanas, sin embargo, otros casos similares se han sumado en El Salvador, Sudáfrica y, por supuesto, México.
En El Salvador, pandillas locales no sólo impusieron toques de queda, también han establecido castigos. Quien no cumpla, dicen, será golpeado o asesinado. Reconociendo la dificultad de los tiempos, las pandillas dejaron de recolectar la “renta”, como se le llama a la extorsión. Sin embargo, declaran un estado de excepción que, en estricto sentido, les permite decidir sobre quién vive y quién muere. “Es una decisión de Barrio, o sea de toda la pandilla […] En algunos lugares ya se están aplicando las medidas, a algunos cuerudos ya se les tuvo que pegar un coscorrón”, cuenta un líder de la MS-13 al diario El Faro. Mientras tanto, el presidente Nayib Bukele exhibe públicamente a pandilleros encarcelados en un hacinamiento que, además de arriesgar el respeto a los derechos humanos, tampoco respeta ninguna forma de distanciamiento social.
En Ciudad del Cabo, la segunda ciudad más poblada de Sudáfrica, pandillas locales rivales hacen trabajos humanitarios bajo la coordinación del pastor de la comunidad, Andie Steele-Smith. El día que el confinamiento fue declarado, Andie recibió llamadas de líderes de estas pandillas, quienes le confesaron que estaban muriendo de hambre. La crisis abrió un espacio de “paz” en la que, pandillas otrora rivales, repartieron víveres a la comunidad. Las autoridades locales, sin embargo, ven el fenómeno con escepticismo y se resisten a exonerar años de agravios a cambio de unos días de caridad. México no es la excepción. En varios estados de la República han ocurrido, a cargo de grupos criminales, repartos de despensa, aparición de mantas con amenazas para quien salga a la calle, filtros sanitarios y hasta palazos de castigo.
“Excelente gesto gracias por ayudar al pueblo bendiciones” [sic], escribió un usuario de redes sociales ante una publicación donde se observan despensas repartidas presuntamente por grupos criminales en Tamaulipas. Otro más pide: “Ojalá también fueran a los hospitales a poner orden”. Este caso se suma a otro presunto reparto de despensas en Michoacán. Un video en redes sociales exhibe a civiles armados repartiendo víveres desde una camioneta Pick-up. En Jalisco, otros videos y fotografías exhiben reparto de despensas con la imagen de Joaquín “El Chapo” Guzmán. En Chihuahua, la dinámica de reparto de despensas es la misma pero, ahí, la imagen impresa es la de Osama Bin Laden.
Ante la incertidumbre, las carencias, la incompetencia de gobernantes, o una mezcla de ello, ésta es una oportunidad para que grupos criminales reaparezcan o se consoliden como autoridades legítimas en el nivel más local. Las pérdidas monetarias por la crisis en los mercados ilegales pueden compensarse con las ganancias políticas resultantes de dominar el juego de la legitimidad. Al final, administrar la cuarentena, vigilar toques de queda o repartir comida no son sino acciones de poder dirigidas a capitalizar el hambre, el miedo, la desgracia y el descontento. Ignorarlo, tarde o temprano acentuará los problemas de gobernabilidad. Después de todo, dicen que algunas crisis son oportunidades.
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