Marqués de Sade

Látigo y placer: entrevistando al Marqués de Sade

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¿Qué necesidad hay de sentirse encadenado
a otras sensaciones distintas del placer?
Donatien Alphonse François de Sade.

Una noche de octubre de 1783, la joven Jeanne Testard, de profesión abaniquera y en sus ratos libres prostituta, entró a una casa de reputación alegre donde se encontró con un joven de noble cuna. Se trataba de un apuesto marqués de melena frondosa y sedosa y ojos profundos. A continuación, la condujo a una habitación con cortinas negras, donde había esculturas de santos con los ojos pintados, crucifijos puestos al revés, pinturas de vírgenes al lado de protuberantes falos y otros objetos, digamos, raritos. Ahí, el joven la llevó a una esquina, donde se exhibía una exuberante colección de látigos. Mostrándoselos le pidió escogiera uno para que ella lo azotara duramente en las asentaderas. Ya después él haría lo mismo con ella, mientras la poseía por detrás, no sin antes introducirle algún dispositivo religioso que aligerara la tarea. Al final, dijo el marqués, remataría la sesión dándose placer a sí mismo con un crucifijo.

Como era de esperarse, madeimoselle Testard se rehusó rotundamente, y mientras buscaba con desesperación la salida, el marqués le dispensó un sermón tan grosero que parecía excitarle a él conforme las blasfemias salían de su boca. Por supuesto la dama acudió de inmediato a la policía.

—Fue la primera vez que lo entambaron, ¿cierto, mi marqués? —pregunté con cierto temor, a sabiendas del carácter intempestivo de Sade. Siempre es difícil entrevistar muertos inteligentes, pues no se sabe cómo van a reaccionar.

—Sí —contestó con voz áspera. Los años de tumba le sentaban bien—. Salí tres semanas después gracias a mi suegro. Entonces estaba casado con Renée-Pélagie de Montreuil, un matrimonio de conveniencia arreglado por mi padre. Por supuesto nunca amé a mi esposa, pero ella a mí sí, y mucho, pobrecilla. Renée era hija de uno de los más influyentes magistrados de la corte.

el marqués de Sade y la marquesa
La marquesa de Sade Renée-Pélagie de Montreuil y el marques (maxresdefault).

Nacido el 2 de junio de 1740, el poeta, narrador y sexoatleta Donatien Alphonse Françoise de Sade, llamó al corazón una “debilidad del espíritu”.

—En realidad —continuó—, mis problemas comenzaron cuando después de casarnos nos fuimos a vivir a casa de mis suegros. El ambiente era sofocante y más aburrido que un vibrador sin pilas. Entonces comencé a tener relaciones con una actriz de renombre, la Beauvoisin, una mujer gozadora y lujuriosa como pocas, o como dijo García Márquez, con quien he platicado algunas veces: “Era de cama alegre y orgasmos pedregosos y atribulados, y un instinto para el amor que no parecía de ser humano sino de río revuelto”. Obviamente esta relación trajo más disgustos a mi familia.

—¿Y su segundo encarcelamiento?

—Déjeme ver…, la segunda vez fue, creo, en 1768.

—Por culpa de Rose Keller, ¿cierto?

—¡Oh!, mon Dieu, vaya perra. Caminaba yo por la calle y de pronto vi a una mujer pidiendo limosna. Sí, era Rose Keller, cocinera desempleada, recién viuda. De inmediato vi cómo sus senos me pedían poseerlos, usted me entiende…

—No.

—Pues nada, le dije que la emplearía en el servicio doméstico y la llevé a casa. Pero resultó ser una mujer terca, sobre todo cuando le ordené que se quitara la ropa y me diera una felación. Como no lo hizo tuve que tomar acciones un tanto drásticas…

Marques de Sade, perversiones
Imagen: tomada de minimosymaximos-blogspot.

De Sade procedió a aplacarle los ánimos a la madame con un par de jabs a la mandíbula y un gancho al hígado que rápidamente le aflojaron el cuerpo. De ahí rasgó sus ropas, la puso boca abajo sobre un sofá y comenzó a azotarla violentamente con la fusta. Contrario a lo que se supondría, los gritos exasperados de la mujer excitaron al marqués, hasta alcanzar el orgasmo. Una vez que Rose Keller pudo escapar lo denunció, no sin antes exigir una jugosa compensación.

—En esa ocasión estuve cuatro meses encerrado —comentó.

La familia De Sade, de las más antiguas de Provenza, pertenecía a lo que en Francia se sigue llamando Noblesse d’épée (Nobles de espada), una rancia clase social privilegiada desde tiempos del medioevo. En un castillo fortaleza, Donatien Alphonse tuvo una infancia feliz. Era inquieto, inteligente y observador, pero sobre todo impresionantemente frío y sin un ápice de arrepentimiento cuando cometía sus “diabluras”, que dejaban mucho de ser inocentes. En una ocasión golpeó brutalmente a su primo hermano menor (Príncipe de Condé), de tal manera que lo mandó al hospital por una larga temporada. De esto el niño Donatien no se arrepintió, ni se conmovió ni ofreció disculpas. De castigo lo enviaron a vivir con su abuela, quien tenía cinco hijas, una de ellas una preciosura de lo más promiscua que pronto comenzó a juguetear equivocadamente con el pequeño Donatien. Cuando los mayores se dieron cuenta lo mandaron con su tío, el Abad de Sade, un clérigo alegre y librepensador, amigo de Voltaire, que entre otras cosas mantenía en casa un sinnúmero de prostitutas, además de ser el orgulloso poseedor de una de las más grandes bibliotecas de literatura erótica de Francia, de donde el joven marques bebió profusamente.

Marqués de Sade
Imagen: Télerama.

La casa de veraneo de los De Sade se encontraba en el pueblo de Lacoste (nada que ver con el cocodrilito), un lugar repleto de colinas entre campos de lavanda, huertos de cerezos y viñedos. La mansión de los De Sade tenía más de cuarenta cuartos y estaba provista de varias mazmorras en el sótano, lo que exaltó la imaginación del joven Donatien. A la muerte del padre, en 1767, el joven heredó el caserón y lo renovó a su gusto: pasadizos y cuartos secretos, cámaras de castigo o de convencimiento por la mala, gran biblioteca pornográfica, capilla para el rezo sin contrición y un cuarto de espeluznantes artilugios sexuales. Y así, mientras la esposa daba a luz a sus dos hijos, el marqués daba paso a sus esmerados cursos de orgías, que no tardaron en levantar la ceja de la austera sociedad local y de la ley.

—Dígame, don marqués, ¿qué se siente que su nombre sea sinónimo de perversión sexual?

De Sade soltó una carcajada:

—Me da mucho gusto y orgullo. ¿Sadismo? ¡Ja! Lo único que mostré al mundo, sobre todo con mis escritos, fue la faceta más importante de la naturaleza humana, la sexual. Una faceta que no es ni buena ni mala, simplemente es. ¡Acéptenlo, mortales, de una vez por todas!: ano, vagina, pene, boca, son en realidad instrumentos por donde realmente conocemos al mundo en su naturaleza real, son herramientas de conocimiento.

castillo del Marqués de Sade en Lacoste
Restos del castillo del Marqués de Sade en Lacoste (J. Boyer-Getty Images).

—Pero la gente de su tiempo no estaba preparada para ese conocimiento.

—Eso no importa, mientras en verdad entiendas que la vida no es más que la búsqueda del placer, aunque, en mi opinión, para que triunfe el placer tiene que ir unido al sufrimiento.

Entré al quite con voz poética:

—“El cuerpo no es otra cosa que un instrumento para producir dolor”…

Joie! —exclamó el marqués—, bien dicho. ¿Es de usted esa frase?

—No. La frase es de Jean-Paul Sartre, otro mal portado como usted.

El marqués continuó:

—Siempre se vive en una sociedad de doble moral. Por ejemplo, para cuando yo tenía diez años en los prostíbulos de Londres ya era práctica común azotar y nalguear a los clientes.

—Lo que ustedes llamaron el vice anglais, el famoso “vicio inglés”.

perversion y sadismo
Imagen: La Vanguardia.

—Así es. Por siglos la educación inglesa se ayudó del castigo corporal para corregir la educación de sus estudiantes. De ahí pasó a ser un deporte nacional y un goce morboso siempre reprimido, pero evidente, sobre todo en la época victoriana. Comenzó en las escuelas donde el varazo, aplicado en público como ejemplo, tenía tintes bíblicos, pero no tardó en que aquellos jovencitos convertidos en hombres comenzaran a exigir el fuetazo para redondear su satisfacción carnal y recordar viejos y felices tiempos estudiantiles.

Cuando Sade estuvo fuera de prisión, por segunda ocasión, regresó de inmediato a sus diabluras. Para tal efecto mandó traer a su château cuatro prostitutas de Marsella. Ahí, junto con su fiel lacayo Latour, comenzaron a organizar sesiones especiales en donde el marqués latigueaba a una de ellas, en tanto masturbaba a Latour, o le hacía el amor a otra, mientras él era sodomizado por Latour, o él abusaba de aquella, mientras aquella aplicaba una felación a Latour, en tanto todas eran drogadas con bombones cargados de Cantárida, el extracto de un escarabajo verde esmeralda del que se obtiene un alcaloide y que es conocido como Mosca Española, un fuerte afrodisíaco, favorito de todos los pervertidos de su tiempo.

Desgraciadamente al marqués se le pasaron las cucharadas del bicho ibérico y varias de las ninfetas enfermaron de gravedad, por lo que una vez más fue necesario llamar al medico local, quien al entrar al salón de recreo del marqués se horrorizo del espectáculo y corrió a notificar a las autoridades.

Marqués de Sade
Imagen: ThoughtCo.

Sade fue acusado de libertinaje, de envenenamiento y, faltaba más, sodomía. Se le sentenció de nueva cuenta a prisión. Sin embargo, gracias a sus artes de persuasión ($) pudo escapar a Italia, no sin antes llevarse a Anne-Prospère, la hermana menor de su esposa, una hermosa y vivaracha criatura con un apetito sexual desenfrenado que desde tiempo atrás venía siendo amante del marqués.

Entonces la influyente suegra, echa un energúmeno, entró a escena escribiendo personalmente a las máximas autoridades de la región para que arrestaran al degenerado.

—Me atraparon en Cerdeña. Y todo por una torpeza mía —me dijo con sonrisa pinga.

—¿A dónde se lo llevaron?

—A la fortaleza de Miolans, donde no tardé en escaparme.

Valiéndole un rábano su orden de arresto, Sade regresó a Lacoste. La suegra no podía creer el descaro, por lo que subió el monto de la recompensa. El marqués, con esa frescura que distingue al librepensador con sentido del humor, le escribió una carta pidiéndole dinero prestado para poderse escapar a España con su hija menor.

Marquis de Sade
Ilustración: Delphine Lebourgeois, 2010 (tomada de hangup-pictures.com).

Mientras reunía el dinero para su exilio, Sade reanudó sus sesiones sexoatléticas, esta vez ya con su esposa como cómplice (al final de todo Renée le fue fiel en las buenas y en las malas, hasta su muerte). Renée le llevaba adolescentes a la mansión y juntos emprendían orgías por seis semanas seguidas sin parar, hasta que los familiares de las jovencitas comenzaron a hacer averiguaciones.

Entonces pregunté:

—Oiga, pero en esa época usted no escribía, digo, no se dedicaba a escribir formalmente.

—Ya había escrito teatro y cuentos cortos, nada especial. Pero la escritura, propiamente dicha, se me dio estando en la cárcel.

—En resumen, mi marquesón, ¿cuántos años estuvo encarcelado?

—Bueno, cuando por fin mi suegra logró atraparme, en agosto de 1777, pasé un breve tiempo en la prisión real de Vincennes. De ahí me llevaron nada menos que a la Bastilla. En total fueron más de trece o catorce años. Pero si a eso le sumamos las otras recluidas estamos hablando de un total de treinta años tras las rejas.

En la cárcel de la Bastilla, Sade escribió sin descanso. De esa época es su afamado libro 120 días de Sodoma o La escuela del libertinaje (1785), terminado en treinta y siete noches y escrito en un rollo de dos metros con letra microscópica y sin correcciones. En el prefacio se lee: “Y ahora, estimado lector, prepárate a leer la narración más impura que se haya narrado jamás, un libro cuyo igual no encontrarás sin duda ni entre los antiguos ni entre los modernos. Todos los placeres aceptados por la usanza o por ese tonto dios tuyo estarán excluidos; lo restante sólo será perversidad e infamia.”

En la Bastilla, Sade fue recluido en los pisos segundo y sexto de la tour Liberté (Imagen tomada de Wikipedia).

Sin embargo, los manuscritos se perdieron cuando, el 14 de julio de 1789, la Bastilla fue saqueada, en el mítico inició de la Revolución Francesa. Al enterarse De Sade “lloró lágrimas de sangre”, dijo, y murió creyendo que su obra estaba perdida. No obstante, 120 días… fue recuperado, vendido y revendido varias veces, hasta que un doctor alemán lo publicó por primera vez, en 1904. De ahí el adinerado Vizconde Charles de Noailles lo compró para regalárselo a su esposa, Marie-Laure, descendiente directa del marqués De Sade. De ahí pasó a su hija, quien solía sacar el rollo de un escritorio para mostrarlo a sus invitados, entre ellos el escritor Italo Calvino.

Desde el principio la controvertida obra fue vilipendiada, pero también aplaudida, como lo hizo la escritora Simone De Beauvoir en su ensayo ¿Hay que quemar a Sade? (1955), donde asegura que 120 días… es la más importante contribución literaria al lado oscuro del comportamiento humano: “Aquí está la paradoja y, en cierto sentido, el triunfo de Sade: en que por obstinarse en sus singularidades nos ayuda a definir el drama humano en su generalidad”.

Al final de mi entrevista le dije:

—Déjeme contarle algo insólito, querido marqués: a mediados del 2012 el director de la Biblioteca Nacional de Francia, Bruno Racine, logró que su escrito 120 días de Sodoma fuera considerado Tesoro Nacional y convenció al Ministerio de Cultura de recaudar cinco millones de dólares para comprarle el manuscrito original a un coleccionista suizo.

Sade me miró con nostalgia y dijo:

—Fue en la cárcel donde renací y reencontré mis dos verdaderas pasiones: la masturbación y la literatura.


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