El consumidor desencantado, el anarquista rebelde, la víctima de abusos de todo tipo, el conservador atemorizado con los cambios de los que es testigo, la feminista esperanzada con un nuevo orden social, el intelectual escéptico, el misógino militante, la joven vegana, el sujeto religioso que entiende que todo esto se trata de una “prueba de fe”, el político anunciando su voto que luego califica de error y pide disculpas, el empresario que piensa que siendo parte del tumulto será menos despreciado, el artista promocionando su última obra, rebeldes, proletarios, liberales, fascistas, antisemitas, comunistas, denunciantes de un Estado opresor, derechistas tratando de igualar abusos y horrores propios con los que ha cometido la izquierda a lo largo de la historia, humanistas llamando a la paz, francotiradores verbales de todo tipo, voyeristas y ecologistas varios; todos los transeúntes de las redes sociales sostienen sus discursos con lo que encuentran ahí. No hay nada más verídico que lo que es funcional al propio relato.
Si algo produce malestar qué mejor que validarlo y justificarlo. Y ¿dónde se encuentra la constatación “empírica” de lo que nos aqueja? En la plaza pública, desde luego. Instagram, Twitter, Facebook, la respuesta y el refuerzo a todas mis frustraciones, oprobios, maltratos e inconformidades las encuentro ahí. A mayor eco que tenga mi denuncia más certero creo a mi discurso. Otra cosa es que yo esté dispuesto a, en verdad, entender lo que me ha ocurrido, a contextualizarlo y a ver las distintas variables que convergen en mi malestar. Sin duda, “disparar a la bandada” es un antiguo recurso. “Todos los hombres son iguales”, “Todos los empresarios son abusadores”, “Los pobres lo son porque son flojos”. La generalización es un recurso mediocre que sólo da cuenta de la pobreza argumentativa y de la comodidad intelectual de quien la utiliza.
El uso masivo de las RRSS ha producido un quiebre en la visibilización del malestar, en la lógica de la queja y en la búsqueda de la justicia. La precarización psicológica, debido a la inmediatez de la satisfacción de la demanda, entre muchas otras variables, ha provocado una búsqueda desenfrenada de respuestas inmediatas. Las redes sociales han frivolizado el malestar, instalando un discurso superficial, irreflexivo, cortoplacista y generalista. La denuncia como eslogan se ha instaurado, otorgándole combustible infinito a la frustración y transformándola en rabia colectiva, que se alimenta recursivamente en las plazas públicas de las redes sociales.
Históricamente, el malestar había sido una experiencia esencialmente individual, que se potenciaba en espacios comunitarios restringidos a unos pocos cientos de kilómetros alrededor del sujeto. Con la aparición de la prensa escrita, la radio, la televisión y la posterior masificación de las comunicaciones gracias a la aparición de internet, el mundo realmente se transformó en la aldea que McLuhan predijo. Por ejemplo, hoy si una experiencia frustrante en una escala de uno a diez es percibida en un grado seis o siete, el acceso al eco y a la validación empírica de la misma en las redes sociales la potencia de manera exponencial. La conciencia del malestar se hace mucho más tangible y, por lo tanto, la retroalimentación de éste resulta mucho más poderosa. La angustia se instala y así, rápidamente, pasamos de la habitación del malestar, a la UCI de la impotencia. La ira, entonces, ya no tiene sólo sus raíces en la experiencia personal; la percepción de estafa es colectiva. “Nos han engañado a todos.”
Los movimientos refundacionales declaran el fin de los privilegios, una suerte de utopía benévola de características anarquistas. Hay una posición profundamente infantil en todo esto. No lo decimos en forma peyorativa; como se sabe, el niño y el adolescente tienden a poner siempre la responsabilidad y la solución a sus problemas en el Otro. Una sociedad que no se toma en serio la política, no se toma en serio la vida.
El ethos refundacional que acompaña a los movimientos sociales contrasistémicos en América Latina y en el mundo, exige equidad vertical y equidad horizontal. Estos conceptos, provenientes de la economía y el derecho, apuntan a la no discriminación, a la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley (equidad horizontal), y a la distribución económica justa mediante un tratamiento tributario diferente (equidad vertical) para asemejar las condiciones basales de los individuos.
Aunque lo anterior parezca una concepción democrática y justa, el problema radica en que, hoy por hoy, la masa demandante no comprende ni está dispuesta a hacer el camino para lograr aquello.
Resulta mucho más sencillo apelar a la consigna generalista (justicia, igualdad, dignidad), a denunciar a diestra y siniestra a sujetos e instituciones presuntamente culpables, antes que detenerse a pensar, diseñar y construir soluciones que se hagan cargo no sólo de los legítimos malestares individuales, de las injusticias sociales, y de los abusos reiterados, sino que también enfrenten los grandes desafíos que la humanidad tiene por delante: la pandemia por COVID-19, los efectos políticos y económicos derivados de la misma, la crisis climática, la robotización, entre otros. En la lógica discursiva: no tengo pruebas, ni tampoco dudas, subyace, no sólo una posición narcisista, sino que también, una peligrosa puerta hacia la intolerancia, el populismo y el fascismo. En ella todos somos culpables hasta que se pruebe lo contrario.
Las redes sociales, la inmediatez y la superficialidad nos están impidiendo comprender la profunda transformación política, económica y cultural de estos días, el gran cambio de época del que somos protagonistas. Navegamos por un mar de precariedades políticas y económicas, donde también se han instalado profundas precariedades cívicas y psíquicas en nosotros.
Sin duda, urge construir pronto una cartografía nueva, que nos permita enfrentar en forma propositiva y eficaz nuestros actuales tiempos convulsos y las enormes oportunidades que el magnífico siglo XXI nos ofrece.
P.D. Adaptación del capítulo, del mismo nombre, del libro “La revolución del malestar” del autor.
También te puede interesar: El son de la amistad.