moralidad

¿Por qué hemos dejado de soñar?

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¿Alguna vez has visto a un elefante atrás de una cereza?

Yo tampoco, qué bien que se esconden.

Hace años que no escribo –y en realidad no años, pero parecieran. Cuando vives por segundo en lugar de por minuto, la vida es mucho más larga–.

Ahora me encuentro en una etapa diferente, acabo de cerrar un ciclo que se ha convertido en un recuerdo de una vida anterior.

No dejo de preguntarme, ¿qué será del mundo que hoy día conocemos? O más bien, ¿qué será del mundo en general?

Estamos probablemente a punto de presenciar el final del mundo en el que vivimos. La falta de valores, la obsesión desmedida por la riqueza y el odio gratis entre otros, son factores que en cualquier momento terminarán con una forma de vida preponderantemente vacía.

¿Al concluir la misma, volverá a ser creada? De ser así, ¿seremos de nueva cuenta los personajes principales?

sueno y humildad
Ilustración: João Fazenda.

Tomando en cuenta la calidad que distingue al ser humano, es decir, el ser egoísta por naturaleza, podríamos pensar y hasta llegar a afirmar que “sí”, pero considero que la realidad sería distinta.

[…] El mundo es el que es porque así lo decidimos, y para todos aquellos que pensemos que no, el dejar de hacer lo necesario para cambiarlo significa creer que está bien. Por lo tanto, los únicos responsables somos todos nosotros.

Una vez soñé que era joven, que tenía fuerzas, que quería cambiar las cosas, que iba a dar lo mejor de mí, que…

Ahora escucho voces, ruidos, gente que me quiere despertar, que ya no quiere soñar, que se ha dado por vencida, que ha aceptado la realidad, que ha dejado de ser.

Quiero seguir soñando, me cubro los oídos con una almohada y les doy la espalda, intento no abrir los ojos a una “realidad” que me llena de miedo, de tristeza, de falta de esencia.

Sé que los sueños no cuestan, y que la vida tampoco tendría que ser un obstáculo para nosotros. Los sueños son perfectos en sí mismos, y mientras sueñe seré libre.

Muchos no sueñan porque soñar no les da de comer, porque soñar no paga sus cuentas, no cura enfermedades, no cubre colegiaturas…

infelicidad
Ilustración: Steve Cutes.

Y muchos otros porque de soñar no tendrían un coche último modelo, una mansión, ropa de marca…

La mayoría de la gente pasa toda su vida tratando de ser el mejor, el que más dinero tiene, el que mejores propiedades posee, y se topan tarde o temprano con el hecho de que alguien tiene más que ellos, de manera que nunca logran ser felices.

Cierto día soñaba con un mundo perfecto, un lugar en el cual todas las personas se amaran y compartieran sus cosmovisiones, una utopía en la que todo fuera de todos y nada de nadie, en la que no existieran la envidia ni los rencores y… de pronto… a la mitad de mi sueño, se me cruzó por la mente un anuncio de una compañía refresquera que decía que para ser feliz y compartir con los demás debía de comprar sus productos.

Así como pueden leerlo, nuestros sueños están regidos por la publicidad. Cada vez nos encontramos más alejados de lo que son nuestros verdaderos pensamientos.

¿En algún momento volveremos a ser dueños de nuestras ideas y pensamientos?


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Autenticidad, que no se acostumbra en México

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#Autenticidad #SeTuMismo

A mí me encanta que alguien defienda sus convicciones. Puedo estar de acuerdo con esa persona o no; pero por lo menos sé que lo que defiende es aquello en lo que cree.

Hace algunos días le comenté a una persona que me encantaba cómo defendía, con pasión, su opinión, a lo que me contestó te juro que a veces mejoro, no siempre, sólo a veces. Me encantó la frase porque, en el contexto en que lo dijo, claramente me dio a entender que a veces se trata de ser correcto, pero el que es auténtico, siempre acabará diciendo lo que siente y haciendo lo que le convence, sin importar el foro o los convencionalismos sociales. En pocas palabras, va a decir su verdad.

Ser auténtico y decir lo que uno piensa, en países como México, no se acostumbra. No sólo en México, sino en general en todo Latinoamérica. En unos círculos, incluso se ve mal.

En México la autenticidad no es costumbre. El mexicano es cuidadoso en lo que dice, no le gusta ofender, prefiere mentir por agradar y por pertenecer, que decir lo que realmente piensa (Mentir por Agradar – 22feb2018). En parte, probablemente, tiene que ver con nuestra historia. La conquista de los españoles por varios siglos nos hizo timoratos al momento de opinar, después en el México independiente la historia nos ha marcado episodios repetidos y cíclicos de vencedores y vencidos y, por ende, de los que someten y los que son sometidos.

El sometido, con tal de sobrevivir, no dice lo que realmente piensa. La historia mexicana –y lo que conocemos como historia universal– ha sido escrita por los ganadores, así que su grado de autenticidad no es del todo claro. Es así que, desde siempre, en México ser auténtico no paga bien; o dicho de otra forma, quedar bien con quien somete, el poderoso, el que manda, ha rendido frutos. El problema son los enconos, resentimientos y sentimientos guardados que se quedan cuando alguien no dice o hace lo que realmente piensa o quiere.

La autenticidad tiene que ver con muchas cosas. Ser auténtico es ser único. Cuando somos niños no nos importa cómo nos ven o nos juzguen. Hacemos y decimos lo que queremos. Vivir en sociedad nos hace tener límites, pero nos han enseñado a olvidar al ser único que cada quien es, para mimetizarnos en reglas y normas sociales que muchas veces no van con nosotros. El problema no es que se sigan las normas convencionales, sino que las adoptemos como si verdaderamente así pensáramos y así fuéramos nosotros.

Ser auténtico es ser coherente entre nuestras convicciones y conductas. Si te parece reprobable que se contamine el medio ambiente, no vas por la vida tirando basura. Eso es muy fácil de identificar. El problema surge en temas más sutiles o arraigados en la conciencia humana.

En tiempos de mis padres, e incluso en algunos círculos sociales de hoy en día, la mujer se casaba y tenía hijos porque así debía ser. Era su rol. No importaba mucho si ella así lo quería o no. Los convencionalismos sociales, el “deber ser” y, en muchos casos, el sometimiento a los padres, no dejaban espacio para que la mujer hiciera lo que auténticamente –y lo resalto a propósito– quería. No se detenía a pensar si realmente quería ser madre. No pensaba si tenía la madurez y/o el ánimo suficiente, y mucho menos, la capacidad para serlo. Tenía hijos porque así tocaba. Pongo otro ejemplo. En muchos círculos sociales, a menos que te educaras en una universidad y luego tuvieras un empleo formal, eras un bicho raro –por no decirlo de peor manera–. Muchos de nosotros, y me incluyo, así fuimos educados y no reparamos, en el camino, a pensar si eso era lo que auténticamente queríamos o no. Nos fuimos por la ruta que, en nuestro círculo social, era correcta. En esos dos casos, así como en muchos más, lo que nos mueve de fondo, es el miedo al conflicto.

Recordarán mis lectores que en repetidos artículos he dicho que al final, en cualquier conducta del ser humano, hay dos sentimientos que pueden estarla moviendo; o es el amor, o es el miedo, únicamente (Infinitamente Superior – 25oct2016). Todo lo demás, son derivadas.

El miedo al conflicto nos hace ir a compromisos a los que no queremos, apoyar causas que nos pueden parecer absurdas, aprobar de forma silenciosa conductas en las que no estamos de acuerdo, etc. Ejemplos hay millones, pero la consecuencia es la misma, el miedo al conflicto hace que no seamos auténticos. A veces de forma consciente y otras más de forma inconsciente. Hay temas tan arraigados en las costumbres sociales que ni siquiera nos detenemos a pensar si estamos de acuerdo o no, y dejamos de percatarnos que hacemos muchas cosas actuadas, falsas y mintiendo. Darse cuenta ya es un paso agigantado hacia la conciencia y entonces, por lo menos, sabes que es un rol o un juego que debes jugar por un tiempo, aunque no estés de acuerdo con el mismo.

La autenticidad ha hecho grande a la historia de la humanidad. Normalmente los grandes acontecimientos de la humanidad, los grandes libros escritos, los increíbles descubrimientos y muchas cosas más, han venido de gente que es auténtica, que no se dejó llevar por la masa de seres humanos que siguieron el camino de sólo hacer lo correcto, sino de cuestionárselo, confrontarlo y así generar nuevas ideas y cosas que transformaron su vida y entorno.

En momentos como el que hoy vivimos se requiere más que nunca de gente que exprese lo que siente, que defienda sus convicciones y que no le tenga miedo al conflicto. Una buena dosis de conflicto en nuestra vida nos hace salirnos de nuestra zona de confort, nos hace crecer y nos hace ser mejores seres humanos. Las personas auténticas son confiables, son respetadas y son escuchadas. Muchos liderazgos han nacido gracias a la autenticidad. Ser auténtico incomoda a otros, y precisamente por eso es una cualidad escasa en nuestros días.

La globalización, las tecnologías y el mayor número de posibilidades de acceder a más información, más educación y más oportunidades de ser escuchados, han hecho que surjan voces más auténticas en todo el planeta, que se conozca la verdad de las cosas de forma más rápida y, afortunadamente, que la mentira sea cada vez más difícil de ocultar. Todo esto es un buen campo para que las personas dejemos el miedo atrás y, con amor, seamos auténticos y únicos.

Los dejo con esta frase que encontré en Internet y a la que no pude identificar su autoría, pero que me gustó porque al final pone el sentimiento del amor por encima del miedo y anima a ser auténticos:

Deja que te juzguen. Deja que te subestimen. Deja que cuenten chismes de ti. Sus opiniones no son tu problema. Sé amable, comprométete a amarte y a liberar tu autenticidad. Sin importar lo que digan o hagan, no te atrevas a dudar de tu valor, de tu belleza, de tu verdad. Sólo sigue brillando.


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Moralidad mexicana: el diagnóstico de una sociedad

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El mexicano no es un sujeto sin moralidad. Existe una moralidad construida en el crisol de nuestra historia y nuestra circunstancia. La moralidad se forma en casa, en familia, sólo ahí puede trasmitirse eficazmente. Pronto llegará el día en que todos los mexicanos seamos familia y todo México, nuestro hogar.

Existe un cierto acuerdo social sobre el creciente deterioro en la población en su capacidad de diferenciar entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto. En otras palabras, hay un claro diagnóstico sobre el deterioro moral de nuestra sociedad.

En estos días, vale la pena reflexionar en medio del puente Guadalupe-Reyes sobre esta realidad que nos confronta cada día cuando nos enteramos, por ejemplo, que a una persona con discapacidad le fue robada su silla de ruedas o sus muletas; cuando en un asalto el criminal no duda en golpear por igual a hombres, mujeres, niños o adultos mayores para lograr su propósito; cuando nos enteramos que un templo fue saqueado para vaciar sus depósitos de limosnas o sus obras de arte; o inclusive, que al Estado Mayor Presidencial (cuando existía) le fue robada la nómina de sus trabajadores;  para no hablar del cotidiano linchamiento y agravio de las fuerzas del orden que tratan de hacer cumplir la ley, en un país donde ésta es esencialmente letra muerta.

Esto me llevó a reflexionar sobre si ¿en verdad somos una sociedad carente de toda moralidad? Me parecía increíble; pero ¿cómo describir esa moralidad subyacente de tal manera que la gente la reconozca efectivamente como propia? Entonces llegó a mis manos un texto, de autor anónimo, que en la forma de “las palabras del abuelo” hacía total sentido con lo que quería confirmar y trasmitir. La moralidad mexicana contemporánea, es más o menos ésta:

Mira cabrón, pa’que dejes de andar jodido y jodiendo. Te voy a dar unos cuantos consejos para que vivas bien y no no’más sobrevivas. Mírame a mí, que me sigo riendo a pesar de tanta desgracia.

1. Agradece por todo. No te quejes. Dale gracias a Dios por todo, que sigues, que vives, mientras hay muchos otros que ya se los cargó la chingada.
2. Cuando puedas comer, come; cuando puedas dormir, duerme; cuando puedas disfrutar, disfruta; cuando puedas trabajar, trabaja; y si aún puedes echarte unos tragos, pos échatelos. Juega dominó; haz el amor; y chifla en la regadera.
3. Da gracias a Dios porque tienes salud. No te la pases quejando mijito. Altas y bajas siempre ha habido y siempre habrá.
4. Si en la noche no puedes dormir y estás vuelta y vuelta en la pinche cama, pos párate, ponte a hacer algo arregla un cajón, escribe una carta, ponte a leer. Si te quedas acostado con los ojos pelones vas a pensar puras pendejadas y lo peor es que después las haces, Si ya de por sí.
5. Los problemas grandotes que son del mundo y que salen en la tele, esos mijo, mándalos a la chingada, no los vas a arreglar tú. Luego ni les entiendes, no te hagas pendejo, deja que los que puedan los arreglen, pero tú, arregla lo que sí está en tus manos.
6. Si te dan, agarra todo; aprovéchalo, así sea un chingadazo, un beso o una pendejada. Porque no saben de qué forma te van a llegar, así que agarra y no te apendejes. ¡Ah!, pero eso sí. No agarres lo que no es tuyo. Cada quien tiene lo suyo, lo que se gana y lo que se merece.

moraliad.
Ilustración: James Yang.


7. Lo que hagas hazlo con ganas. Y hazlo bien o no lo hagas. Y olvídate de las envidias. Tú a lo tuyo, porque nunca sabes cuándo vas a valer madre.
8. Cuídate de los cabrones y aléjate de los pendejos. Fíjate bien cómo son, porque hay un chingo. Conócelos bien. Para que nunca seas como ellos.
9. Ayuda y escucha a tus amigos.
10. No hables mal de nadie.
11. Sé orgulloso, pero no arrogante ni prepotente.
12. Sé humilde, pero no agachado.
13. Sé valiente, pero no imprudente.
14. Cuando ganes sonríe.
15. Cuando pierdas no armes un drama. Y si te da la gana llora, se vale, para que se te quite la impotencia, pero luego afánate en otra cosa.
16. Nunca te preocupes por lo que no tienes, por lo que no puedes comprar. Cuántos cabrones tienen todo y están en la cárcel o en el hospital, y son bien espantados e inseguros. Tú tienes algo más valioso que es tu gente, tu salud. Esos otros tendrán mucho, pero ¿sabes qué?, a la hora de la hora no tienen ni madre.
17. Manda a la chingada a la muerte, que sea ella la que se preocupe por no poder llevarte, no tú, porque tú de todos modos algún día te va a cargar la huesuda.
18. Mira mijo, “si la vida te da limones…”, pide tequila y sal. No te pongas a hacer limonadas.
19. Nunca te olvides que más vale el Diablo por viejo, que por Diablo.


EN PERSPECTIVA, tal parece que sí existe una “moralidad mexicana” funcional, forjada para resistir y subsistir en nuestro entorno sociocultural. Y es en la familia y la voz de las personas a las que más respetamos donde se puede trasmitir con eficacia. A esta moralidad agregaría dos elementos que, a mi juicio, no han cristalizado. El hecho de que todo México es nuestro hogar y todos los mexicanos somos familia.

¿O usted qué piensa, estimado lector?