Las modificaciones realizadas a la llamada norma NOM 051, la cual establece las especificaciones generales de etiquetado para alimentos y bebidas preenvasados que se comercializan en el país, representa el esfuerzo más significativo en la historia de esta clase de regulaciones, con el objetivo de trasladar al consumidor información clara sobre los riesgos de salud que cada producto pudiera representar.
La reforma se inserta en las acciones que desde hace varios años se iniciaron, como respuesta a la gravedad de las cifras que reportan índices elevados de obesidad y sobrepeso en el país, con particular incidencia en niños. Los cambios no se han limitado a la Norma Oficial Mexicana de etiquetado, sino que ha alcanzado a la ley de salud y los reglamentos que regulan la publicidad de esta clase de productos.
En general, parece existir consenso entre autoridades, expertos, instituciones académicas, asociaciones de consumidores e industria, respecto a la necesidad de hacer más clara la información nutrimental de los empaques, así como en la necesaria reformulación de productos. En lo que claramente no existe acuerdo es en los medios propuestos por la norma para estos fines, que están yendo aún más lejos que el modelo regulatorio seguido para su implementación, que es el modelo chileno.
Uno de los principales puntos de oposición deriva del empleo de los sellos preventivos que se aplicarán a las etiquetas frontales, que reducen su lenguaje a frases tan lacónicas como “exceso calorías”, “exceso azúcares”, “exceso grasas saturadas”, “exceso grasas trans”, “exceso sodio” y “contiene edulcorantes evitar en niños”, por considerar que los mismos no discriminan entre los que apenas pasan el límite, de aquellos que lo hacen sobradamente. Sobre este punto, otros sistemas empleados en el mundo ofrecen opciones en colores que son fácilmente entendidos por los consumidores. Dar el mismo tratamiento a productos tan disímbolos nutricionalmente como las sardinas y las galletas no puede justificarse, y a la larga, serán los propios consumidores los afectados por la “simplicidad” de la información que la nueva norma les ofrece.
Otro de los grandes temas de debate es la obligación propuesta por la norma de suspender el uso de personajes, dibujos, celebridades y otras formas promocionales, como presunto mecanismo para desincentivar su consumo, cuando exista obligación de aplicar uno o más sellos preventivos, lo que suena a censura previa que compromete la libertad de expresión. No es éste un tema menor, ya que los niveles de lealtad que una marca logra con sus consumidores, con el trabajo de muchos años, obliga a la empresa a mantener altos estándares de calidad.
Con la misma lógica, las restricciones mencionadas alcanzan ahora a la publicidad, por lo que el “Osito Bimbo” no sólo no estará en las etiquetas, sino que será también suprimido de la publicidad, es decir, pasará a las filas de las especies en extinción. Otra importante modificación, que sin duda tendrá un efecto disuasivo en inversión publicitaria, es la novedosa obligación de solicitar permiso previo de Cofepris –sí, la que ahora comanda Hugo López Gatell–, para hacer publicidad de estos productos en televisión, salas de cine, sitios de internet y redes sociales.
Las condiciones en que todo el proceso de conformación de estas reglas se ha gestado, ha sido de total desencuentro entre la iniciativa privada y los reguladores. Instalados en la visión del fanatismo, las autoridades han hecho cuanto está a su alcance para doblegar los intentos para alcanzar una regulación balanceada, que informe con veracidad, evitando que el nuevo etiquetado frontal se convierta en la letra escarlata. Lamentablemente, el ambiente de linchamiento se ha exacerbado en la distribución de responsabilidades por los escandalosos números de la pandemia en nuestro país.
Los efectos de la campaña de desprestigio empiezan a derivar hacia diversos Estados que han prohibido la venta de los productos a menores de edad, lo que verdaderamente raya en lo grotesco. ¿De verdad estamos dispuestos a asumir que un niño no pueda comprar un chocolate en la tienda de la esquina?
Así, México se está convirtiendo en el país con la regulación más prohibitiva y compulsiva en materia de etiquetado y publicidad de alimentos procesados, sin que las bases del sistema hagan sentido en una visión integral. En primera instancia, porque los sistemas binarios de bueno o malo (el uso sellos o prescindir de estos) han probado su ineficacia; en segunda instancia, porque no se promueve la adecuada dieta balanceada, esto es, se pueden lograr niveles óptimos de ingesta de nutrientes consumiendo el 100% de productos con sellos de este tipo; en tercer lugar, porque no se promueve el consumo de porciones pequeñas, sino que se les sanciona con sellos aunque no incluyan los niveles de riesgo que la norma sanciona. Finalmente, porque la diabetes y la obesidad requieren un enfoque multifactorial para su entendimiento y combate. ¿Y si prohibimos la venta de gasolina porque contamina?
Además, si se extienden los mismos filtros de análisis a los alimentos que se expenden en puestos callejeros, en fondas, o en los propios hogares, los resultados no serían diversos. Casi todo lo que ingerimos llevaría sellos.
Todos entendemos que defender la salud es una prioridad social de la más alta estima, sin embargo, cuando la obligación impuesta pudiera tener un efecto positivo cuestionable o poco perceptible, causando grandes afectaciones, es cuando podemos empezar a hablar de desproporcionalidad e ineficacia de la norma.
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