Olvia Arévalo

Olivia Arévalo y los cantos sagrados de la floresta

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Escucha que afuera alguien la llama por su nombre. Su cuerpo cansado se dirige hacia la puerta. El súbito destello es seguido por un fuerte estruendo. Olivia mira hacia al cielo intentando entender lo que ocurre. Un calor metálico, punzante, le invade el pecho. De pronto todo es silencio. Ronin, la serpiente cósmica, madre de las aguas, creadora de todo el universo a partir de su canto, surge repentinamente ante sus ojos. Se acerca lentamente a sus oídos para susurrar un último íkaro. Su cantar es el más melodioso de cuantos hubiera podido escuchar hasta hoy. La resonancia de sus armónicos vibra intensamente en todo su ser.

La ahora octogenaria Olivia ArévaloPanshin Beka en su idioma tradicional– había nacido en el seno de una familia de médicos de la etnia Shipibo-Konibo de la amazonia peruana. Estos especialistas en la sanación a través del uso de la herbolaria local son los responsables por la salud de su comunidad, la cual en la actualidad se divide en diferentes asentamientos ubicados en las riberas del río Ucayali y sus afluentes. Aquel fatídico día ella no traía puesto su chitonti, la falda tradicional femenina de su pueblo, adornada con un vistoso kené. Estos intrincados diseños geométricos que se aplican sobre la piel de sus cuerpos, textiles, cerámica y toda clase de objetos, tienen la función primordial en la cultura Shipibo no sólo de embellecer, sino también de ofrecer protección. De acuerdo al mito, los múltiples trazos de la piel de la anaconda Ronin sintetizan todos los grafismos del kené existentes y aún por existir, tanto en el mundo material como en el de los espíritus. Su elaboración le es encomendada mayoritariamente a las mujeres, quienes lo crean a partir de su propia imaginación, pero principalmente mediante la observación de la naturaleza. Las simetrías de los dibujos plasmados en plantas, animales y minerales configuran las fuentes de inspiración para generar los fractales complejos de este arte femenino.

Ninas Shipibo
Niñas Shipibo vistiendo la falda tradicional chitonti.

Olivia conocía bien los efectos de la aplicación de las gotas del piripiri en los ojos y ombligo de mujeres y niñas. Esta planta de poder otorga una visión agudizada del kené, tanto en el sueño como en la vigilia, permitiendo de esta manera una mayor destreza en su creación y trazado. Habiendo sido iniciada aún muy joven en los misterios de las plantas medicinales de la selva amazónica, los ojos y oídos terrenales de Olivia lograban atisbos profundos en el reino de lo invisible no sólo a través del consumo del piripiri sino de la poderosa ayahuasca –ambas consideradas manifestaciones materiales de Ronín en el reino vegetal‒. Todo su entendimiento de la vida y del universo integra una vasta herencia, resultado de la relación simbiótica milenaria entablada entre su gente y la naturaleza del lugar.

Elaboración del kené.
Elaboración del kené en textiles.

Por un momento Olivia recuerda el frío de la tierra en las plantas de sus pies desnudos y el olor del bosque tropical al caminar, años atrás, rumbo al templo en donde había sido contratada como onanya junto con otras mujeres de su comunidad. Su trabajo en aquel entonces consistía en participar en rituales de sanación chamánica a través del consumo del brebaje de la sagrada ayahuasca y del canto de íkaros, para turistas extranjeros. Hasta entonces, la práctica del curanderismo había sido un campo reservado casi exclusivamente al universo masculino Shipibo. La iniciación como médico en la sanación era obtenida después de largos períodos de ayuno, reclusión y dietas especiales, bajo la guía de un maestro. El discípulo tendría que pasar por duras batallas trabadas en el ámbito espiritual para obtener las herramientas necesarias para curar. Una vez en estado de trance, alcanzado mediante la toma de pócimas de plantas psicoactivas, las visiones de formas, sonidos, fragancias y sabores revelarían un universo sinestésico en donde el aprendiz interactuaría con diferentes entidades habitantes de realidades paralelas. En su viaje por la dimensión sobrenatural descubre, o le son revelados, íkaros sanadores. Estas melodías, imbuidas de poderes mágicos, se incorporarán a los cantos aprendidos con su maestro para conformar su repertorio musical terapéutico personal.

Desde luego, Olivia atesoraba de manera muy especial sus propios íkaros. Con ellos no sólo podía sanar, sino también ganarse la vida. Mediante su canto tendía puentes entre lo humano y lo no-humano, incluyendo tanto animales y plantas fantásticas como los espíritus de los muertos y deidades ancestrales. Una vez entonado el íkaro, su substancia sónica se alojaría y seguiría vibrando en el cuerpo del paciente, aún después de haber dejado de sonar. Su eficiencia sería resultado directo de la potencia de la entidad de la cual se había desprendido: los Íkaros más poderosos serían engendrados por seres mágicos igualmente poderosos. Con su voz suave, Olivia podía invocar al mundo invisible que de igual manera había atraído en años recientes a un número creciente de occidentales interesados en experiencias exóticas a través de la ayahuasca, del kené y de los íkaros.

Los Shipibo-Konibo han demostrado a través de su historia una gran capacidad de resiliencia y adaptación a la presencia del hombre blanco en su territorio. Las embestidas de las misiones evangelizadoras, la búsqueda de El Dorado y la fiebre del caucho han dejado profundas cicatrices en esta comunidad. En años más recientes, las tensiones generadas por el extractivismo, la expansión de las ciudades, la degradación de ecosistemas, así como la globalización y el éxodo de las nuevas generaciones, han demandado nuevos niveles de resistencia de este pueblo originario, así como de su delicada tradición oral. La complejidad de su cosmogonía, medicina y expresiones artísticas atrajo el interés de estudiosos de los campos de la antropología, lingüística, arqueología y etnografía. Igualmente, las publicaciones sobre los Shipibo-Konibo contribuyeron de manera directa a la popularización de esta cultura en el circuito de la industria del turismo psicotrópico internacional.

Olivia ArévaloPanshin Beka para los suyos– había encontrado un lugar en esta compleja y velozmente cambiante realidad.  Su trágica historia se confunde con tantas otras.  Ahora se siente envuelta por la tierna melodía que resuena profunda en sus oídos. Confundida, toca con sus manos el pecho adolorido. La sangre escurre entre sus dedos dibujando grafismos en un exquisito kené carmesí. Ronin, la anaconda madre de todas las criaturas le canta a Panshin en vano. Su íkaro ya no podrá sanar las heridas que le han ocasionado los disparos de arma de fuego. Su cuerpo se derrumba. La aspereza del suelo invade su boca con un sabor amargo. La mirada de Panshin recorre el azul del cielo. Su voz se apaga, aunque su canto resuena en incontables ecos. Percibe por última vez la fragancia del vuelo de la mariposa cortando el aire.*


*Olivia Arévalo Lomas fue asesinada el 19 de abril de 2018, en la Comunidad Intercultural Victoria Gracia,  Departamento de Ucayali, Perú, en condiciones aún no esclarecidas.