Hace unos 12 o 13 años –no recuerdo con exactitud– recibí de manos de mi padre un libro de Steve Alten, un escritor estadounidense de ciencia ficción. Caminaba yo los pasillos de mi preparatoria con el libro siempre en mano: en clases aburridas lo leía, en clases sin maestro lo leía, en recesos sin amigos lo leía, en casa lo leía. Siempre lo leía, porque desde la primera página supo atraparme. Eventualmente un día lo terminé. Afortunadamente Steve nos regaló dos libros más de la misma saga. Ya había leído libros antes, usualmente por obligación, pero ninguno tuvo la seducción precisa para envolverme entre sus amarillentas hojas. La trilogía de Alten lo logró y no sólo eso, me motivó para continuar el camino de la lectura.
No tengo ninguna duda al decir que la lectura me condujo al camino que hoy recorro y, tampoco en escribir y afirmar que la lectura previene la violencia, tal como lo demuestra el “Programa de refuerzo preescolar” (dicho programa consideraba el desarrollo de aptitudes lingüísticas, artísticas, literarias y de matemáticas) aplicado entre 1985 y 1986 a niños de 3 a 9 años en escuelas de Michigan, Estados Unidos, por la Organización Mundial de la Salud. En ésta se demuestra que, a los 18 años, los que habían participado en el programa preescolar fueron arrestados significativamente menos veces por delitos violentos que los miembros del grupo de referencia (7% frente a 14%). A los 24 años, los que habían permanecido en el programa durante períodos más largos tenían menos probabilidades de estar involucrados en delitos violentos. La participación en el programa preescolar estaba también asociada con niveles inferiores del maltrato de menores.
De igual manera, el estudio “Leer para convivir. Lecturas para prevenir el acoso” realizado en España a adolescentes de entre 13 y 14 años que cursaban secundaria, logró hacer patentes a través de la lectura diversas formas de acoso escolar y posteriormente pudieron implementar un diálogo que condujo a la sensibilización, empatía y, por consecuencia, prevención de la violencia escolar.
En este tenor podemos decir que la lectura “salva vidas”. Y las vidas que se salvan son dos: la del posible victimario y las de las posibles víctimas, es decir, cuando hablamos de que un niño, niña o adolescente lee, hablamos de un agresor menos y, por tanto, de menos víctimas. Lo cual en términos criminológicos es valioso en muchos sentidos. En primera porque hablamos, posiblemente, de una niñez más alejada de la violencia escolar; en segunda, longitudinalmente, los adolescentes serán menos proclives a cometer delitos; y en tercera, por lógica, la violencia social se verá reducida en dicha generación cuando arriben a la adultez, lo que se traduce en una sociedad más pacífica.
En México la lectura ha sido impulsada de muchas formas, entre ellas la que considero de mayor alcance y mejores efectos ha sido la que lleva a cabo la “Brigada para leer en libertad” encabezada por Paloma Saiz y promovida de forma incansable por el hoy director general del Fondo de Cultura Económica, Paco Taibo II. Entre ambos se han encargado de llevar la lectura a los lugares más insospechados de la República mexicana, pero también la han vuelto atractiva porque se han dado cuenta que la lectura sin pasión no es nada; la lectura apasionada depende siempre del abrazo fraternal, sí, del abrazo fraternal entre el libro y el lector. No sólo es leer por leer, es leer por amor, por atracción y por voluntad, porque la letra, la hoja y el libro nos invitan a seguir en la misma habitación desnudando cada página. Ellos entendieron eso y ahí está el triunfo de su propuesta. Paloma con un trabajo francamente altruista regalando y permitiendo la descarga gratuita de cientos de libros a través de la Brigada, y Paco con una visión democrática, humana y accesible sobre los libros que edita e imprime el Fondo. Tal vez no los podemos llamar criminólogos en el sentido estricto de la profesión, pero seguro estoy que a través de la infatigable labor divulgativa literaria han prevenido cientos de miles de víctimas y posibles agresores. Su valor es incuantificable y no dubito en llamarlos unos auténticos criminólogos literarios.
Después de la preparatoria leí a Asensi, Fanon, Sartre, Borges y muchísimos más, porque desde esa vez que leí un libro que me atrapó, no volví a separarme de ellos y, desde que me convertí en criminólogo siempre he buscado y perseguido una opción no represiva para la prevención de la violencia.
Sin embargo, también entendí que es a través de los libros que la violencia se presenta como un recurso necesario ante la crueldad, la injusticia y la tiranía, y no porque sea de mi personal agrado, pero cuando un Estado violenta a niveles de terrible nefariedad, el pueblo no puede permanecer incólume. Y esto no es ninguna invitación al desollamiento colectivo ni a la barbarie, al contrario, es una invitación a la unión, a fortalecer la colectividad y a defender las nobles causas que nos hacen humanos; a defender las luchas que proclaman la dignidad humana ante todo.
Entonces como criminólogo puedo decir que la lectura salva vidas, evita agresores, evita víctimas y evita terribles y sanguinarias violencias. Como criminólogo puedo decir que, si no impulsamos una generación más lectora, el resultado es la ignorancia y la ignorancia no siempre trae felicidad, a veces también asoma la parte más lóbrega del ser humano.
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