Por más que se pretenda entender la política de México, resulta complicado lograr tal objetivo, toda vez que es sumamente compleja, imprecisa y llena de contradicciones.
De pronto, un personaje que asume una ideología, sea de izquierda, de derecha, o bien, de centro, de la noche a la mañana cambia su manera de pensar y sin más, también su militancia en partidos políticos aunque sean divergentes; es así que podemos encontrar a personas inscritas en el Partido Acción Nacional (PAN), de tendencia conservadora, y al día siguiente se encuentra en las listas del más izquierdista y viceversa, todo de acuerdo a sus intereses.
Al final de cuentas no hay seriedad, ni congruencia ideológica. En México tener o trabajar en un partido político es asegurar un ingreso, aunque implique ser una rémora para el pueblo que dicen representar.
En nuestro país se han convertido en una carga millonaria que no tiene beneficio para los ciudadanos. Si desaparecieran, no pasaría nada, por el contrario, se tendría un ahorro considerable en bien de programas sociales, como pueden ser construcción de escuelas, o bien, obras de distinta magnitud. Es momento de preguntarnos qué tipo de representación necesitamos y qué deberá hacerse para sustituir a los inservibles partidos, que se han convertido en instituciones corruptas donde se trafican votos a cambio de su supervivencia.
La idea anterior es factible si se manejaran listas de candidatos, pues se ha llegado a tal hartazgo que los pueblos ahora votan por personajes en lo individual, y es así como un buen aspirante, aunque sea propuesto por el peor partido, triunfa de manera abrumadora frente al fracaso de los postulantes de partidos más fuertes, debido a que sus propuestas están depositadas en sujetos impresentables.
La propuesta formulada es difícil que prospere, existen infinidad de intereses creados, hay una impresionante red de negocios en la cual se manejan presupuestos insultantes a nombre de un aparente fortalecimiento de nuestra democracia.
En la actualidad, a nivel nacional encontramos por lo menos diez partidos políticos, que con frecuencia acuden al sistema más antidemocrático que pueda darse, como los son las famosas alianzas, que también se denominan agrupaciones o coaliciones, lo que resulta cómico y muestra una absoluta falta de principios.
En las elecciones presidenciales de 2018, el histórico Partido Acción Nacional (PAN), de manera inédita se alió con el Partido de la Revolución Democrática (PRD), nótese, la izquierda y la derecha unidos por la ambición del poder, ambos dejaron a un lado sus ideologías, pues para ellos lo importante era ganar a cualquier precio, sin contar para nada lineamientos, estructuras y sobre todo aspectos morales y éticos.
En la misma tesitura se encontró quien arrasó en las elecciones pasadas, MORENA, que siendo un movimiento surgido de izquierda y con amplia identidad popular, no tuvo “empacho” en aliarse con Encuentro Social, conformado por personajes ligados a grupos religiosos conservadores, lo cual resulta traumático y decepcionante.
En este maremágnum abundan los partidos “satélite”, aquellos que se venden al mejor postor y están atentos a la “carroña política”, buscan canonjías y reciben beneficios ilícitos por sumarse a otros. Son varios los ejemplos de este tipo, como el Partido del Trabajo, cuyo origen y crecimiento, según se ha documentado, fue gracias a Raúl Salinas de Gortari; Convergencia Nacional del ex priísta Dante Delgado y no se diga otros partidos como el Verde, el Partido Encuentro Solidario (PES), Fuerza Social por México (FSM), por mencionar algunos; ahora se han incorporado otros, como el que comanda Elba Ester Gordillo, llamado Redes Sociales Progresistas, que está apuntándose para participar en el reparto del pastel.
Esa danza de organizaciones sin filosofía constituye un retroceso en el supuesto avance democrático del país.
Insistimos, desaparecer los partidos es una buena opción, pero si no fuera así, por lo menos deberíamos pensar en un sistema bipartidista, esto es, sólo dos agrupaciones, una de izquierda y otra de derecha, lo que marcaría un avance fundamental para estimular la participación política del pueblo mexicano que hoy se encuentra decepcionado.
Junto con esta idea precisa del fracaso del modelo de partidos políticos, tendrá que evaluarse la permanencia de organismos onerosos como el Instituto Nacional Electoral y un sinnúmero de institutos estatales, que lo que menos hacen es promover los principios de participación ciudadana, tampoco brindan credibilidad a eventos electorales.
También deben desaparecer por innecesarios los órganos juzgadores de los procesos electorales, empezando por el Tribunal Federal Electoral, sus funciones las debería realizar la propia Suprema Corte de Justicia de la Nación, o un organismo que sólo trabaje en época de elecciones.
México mantiene un retraso en materia electoral, ello en buena medida porque la educación cívica no tiene relevancia en nuestro país.
Urgen cambios para poner un alto a la corrupción y al negocio de los partidos políticos, pero sobre todo recuperar la confianza.
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