La conciencia de sí, que en estos escritos identificamos como autoconciencia, se ha tomado históricamente como una especie de “mirada interior” de la que disponen los seres humanos para observar, identificar y evaluar lo que ocurre en su propia mente. La única forma de ejercer esta capacidad es mediante la introspección, y tanto en este como los siguientes ensayos, exploraremos sus características, las posibilidades de analizarla con recursos de la ciencia y sus implicaciones para los seres humanos. Para ubicar mejor el tema de la introspección, empecemos con un ejemplo ilustrativo; un fragmento del periodista y escritor español Juan José Millás, publicado en mayo de 2019 en El País, y el cual constituye un ejemplo de la capacidad introspectiva por la cual se detectan y expresan los eventos que surgen y suceden en la propia conciencia:
Me acuerdo, sin venir a qué, de la revolución cubana. Voy en el autobús, por ejemplo, observando los tristes edificios de la periferia de Madrid, y de súbito me viene a la memoria la revolución cubana. Vigílate, me digo. Me vigilo, espío mi cerebro para descubrir qué rayos ha desatado esa memoria sin hallar nada que lo justifique. Rarezas de la masa encefálica, pienso, que creemos que es nuestra, aunque tiene zonas que no nos pertenecen.
Un momento clave de este proceso de auto-observación es ese “vigílate, me digo” pues expresa de manera inequívoca la aparición de un proceso reflexivo, lo que comúnmente se concibe como un yo capaz de observar su propia mente. El “me digo” consiste en la utilización especular del pronombre en primera persona “yo”, de tal manera que en la conciencia ocurre un curioso desdoblamiento entre dos instancias propias y privadas, una es un yo lingüístico que se dirige al propio sujeto, que se toma como si fuera otra entidad. Como veremos con mayor detenimiento, el hablarse a sí mismo es un recurso característico de los hablantes humanos. Volvamos al texto de Millás: ¿en qué consiste este “espiar mi propio cerebro”? Es una imagen significativa porque implica la emergencia de un observador capaz de voltear hacia el mecanismo o al órgano que se asume responsable de la cognición, que muchas veces opera de manera espontánea y automática, como es el recuerdo de la revolución cubana. El narrador de este parlamento asume varias nociones propias de su época cultural y científica. Una es que todo contenido mental debe tener un estímulo desencadenante en el medio y que intenta ubicar sin mayor éxito en personas y objetos alrededor. También asume que el cerebro es el órgano de la cognición y que al tomar autoconciencia el narrador genera y asume una identidad más propia, equivalente al sí mismo (para traducir el self en inglés) y que supuestamente puede someter al propio cerebro a escrutinio.
Finalmente, Millás sugiere gráficamente que “hay zonas de la masa encefálica que no nos pertenecen,” lo cual implicaría que la autoconciencia está localizada en algunas regiones del seso y que otras andan por su lado sin el control de las primeras. Hay en esto último un modelo implícito del aparato mental que el narrador da por válido, pero que es cuestionable en varios puntos, en especial la dicotomía entre un observador con el que se identifica personalmente y los contenidos que surgen y cursan por sí mismos en su mente. En épocas pasadas un auto-explorador podría realizar un esfuerzo similar atribuyendo a su “alma” lo que Millás atribuye al observador de su cerebro. Estas ideas pueden suponerse como metáforas, pues no es necesario asumir un self como un ente cartesiano que pueda inspeccionar a su cerebro, aunque sí puede concebirse una función cerebral de mayor jerarquía capaz de escrutar otras funciones del mismo órgano, como veremos ahora.
Desde un punto de vista fenomenológico, la conciencia consiste en un flujo de funciones mentales explícitas tales como percibir, sentir, pensar, creer, imaginar, soñar, recordar, desear, pretender, atender, actuar y otras tantas. Tales actividades y experiencias subjetivas están usualmente dotadas de un contenido, aquello que se percibe, piensa, cree, etc. Ocasionalmente, como ocurre en la narración de Millás, surge un observador o un yo con el que el sujeto se identifica. Para evitar la falacia del homúnculo –la idea de que hay una instancia observadora de las propias actividades mentales o cerebrales– el observador de la propia mente puede considerarse un punto de vista reflexivo conformado por la operación de un vector de atención que opera sobre los contenidos de la mente. Bajo este marco, la introspección consiste en la capacidad perspicaz y reflexiva de la mente para observar e identificar sus condiciones, contenidos y dinámicas; o bien, de manera aún más verosímil, la habilidad de los individuos humanos para observar y reconocer sus estados o procesos mentales y albergar pensamientos sobre sí mismos.
Esta propiedad de introspección ha sido analizada en el pasado por varios filósofos e investigadores de la mente. Uno de los más meticulosos y certeros fue el psiquiatra y filósofo existencialista Karl Jaspers en su clásico texto de psicopatología de 1913. Jaspers distinguió tres niveles o facetas de la introspección. Llama a la primera auto-observación y esta ocurre cuando el sujeto está consciente de sus propios procesos mentales. La segunda instancia es el auto-entendimiento, cuando el sujeto no sólo observa, sino también interpreta lo que pasa en su mente. Finalmente, la auto-manifestación acontece cuando el sujeto logra expresar los contenidos de estas operaciones, usualmente mediante el lenguaje sea verbal o escrito. Iremos abordando cada una de estas propiedades fundamentales de la mente autoconsciente y para empezar vale la pena considerar a la auto-observación de la propia mente. ¿Cómo opera esta extraordinaria capacidad?
Hacia finales del siglo XX varios filósofos de la cognición y del lenguaje abordaron esta cuestión. William Lycan sostuvo que la introspección involucra la operación de un monitor o un dispositivo de auto-escrutinio cognitivo y David Rosenthal argumentó que estar consciente de un estado mental consiste en disfrutar un pensamiento de nivel superior sobre ese estado. Si conjuntamos estas dos propuestas en una teoría de la auto-observación es posible explicar la aparente división entre un contenido mental y un observador como la operación de un factor o un procedimiento de auto-escrutinio, consistente en una organización cognitiva de mayor jerarquía. En consecuencia, la introspección es un estado mental encubierto, avanzado y privilegiado, y no el acceso misterioso de un yo trascendental y etéreo a los contenidos mentales.
La capacidad humana de hacer introspección y reportar verbalmente los contenidos y los estados conscientes permite la auto-manifestación y con ella la comunicación de estados y contenidos mentales entre los seres humanos. En este sentido debemos tomar a estas capacidades como potencialmente fidedignas para expresar lo que ocurre en la mente, en especial si se utiliza un procedimiento estricto de introspección. Como veremos pronto, los métodos narrativos para estudiar a los informes en primera persona de los propios procesos conscientes sacan provecho de la capacidad humana para producir dichas expresiones verbales de observaciones y reportes introspectivos. Aunque por el momento parezca una idea de neurociencia ficción, se puede vislumbrar una posible neurofenomenología de la introspección basada en grabaciones de informes verbales producidos por personas entrenadas en realizar introspección durante la adquisición de imágenes funcionales de su cerebro.