En esta ocasión revisaremos brevemente que la atribución de estados y procesos mentales a otros individuos es un rasgo enraizado en la evolución y en ciertas funciones cerebrales que permiten su aprendizaje y desarrollo durante el crecimiento de individuos de las especies sociales, en particular de la humana. Veremos también que el sentido de la mente ajena implica y requiere del conocimiento de los propios procesos corporales y mentales: la conciencia de los otros y la de uno mismo son facultades interdependientes.
En los años de 1980 empezaron a aparecer estudios sobre comunicación animal que permitían inferir ciertas facultades mentales a varias especies porque muchas conductas registradas no se ajustaban a los actos de agresión, huida, cortejo, reproducción o crianza considerados por la etología clásica como “instintivos” y automáticos. La observación prolongada, minuciosa y sistemática de actos estratégicos emitidos en contextos naturales entre miembros identificados de especies sociales, convenció a los investigadores de que existen formas de conciencia animal. No sólo la capacidad para detectar y reconocer individuos, roles y rangos, sino el empleo de tácticas para adquirir o fortalecer acceso a recursos vitales, a posibilidades reproductivas o a situaciones protegidas permitieron tal inferencia y el surgimiento de una etología cognitiva.
En 1988 Richard Byrne y Andrew Whitten recopilaron abundantes registros anecdóticos de que varias especies dotadas de cerebros avanzados, como es el caso de los simios, realizan acciones engañosas que implican teoría de la mente y conciencia de los otros. Se trata de actos del repertorio conductual ejecutados de manera tal que otro individuo malinterprete el sentido de su acción y realice una respuesta errónea que aventaja al emisor de la conducta. En un desarrollo posterior, estos investigadores escoceses definieron a una conducta como “maquiavélica” cuando el individuo muestra tener como meta un engaño hacia otro y parece entender lo que origina. En el léxico cotidiano un engaño intencional es propiamente llamado mentira y, para que pueda considerarse como tal, se requiere una conciencia de los otros, tomar decisiones para actuar engañosamente y poseer la noción de que una regla moral es infringida. Aunque no se puede saber si las elaboradas tácticas observadas en los primates cumplen cabalmente estos tres requisitos, las evidencias apuntan a que la conciencia de los otros y la táctica de engaño son rasgos de antigua raíz evolutiva y plantean preguntas de gran interés respecto a la conciencia de sí en referencia a la conciencia de los otros seres de la misma especie.
Durante unos registros neurofisiológicos realizados en neuronas motoras del cerebro de macacos Rhesus, el equipo de Giacomo Rizzolatti en la Universidad de Parma descubrió a fines del siglo pasado que ciertas neuronas se activaban cuando el animal realizaba un movimiento definido y que las mismas neuronas también disparaban cuando el animal veía a otro individuo realizar el mismo movimiento. Éste fue un hallazgo muy destacado porque demostró que una misma neurona puede tener labores tanto motoras como sensoriales, pues se activa cuando el individuo realiza un movimiento (función motora) y al ver a otro realizar ese mismo movimiento (función sensorial). El descubrimiento de estas “neuronas espejo” y de neuronas que se activan cuando ocurre el reconocimiento de individuos particulares, constituyen hallazgos clave en referencia a la alteridad pues implican que existen neuronas y posiblemente sistemas de neuronas involucrados en la representación de los otros.
A raíz de estos hallazgos ha ocurrido una amplia especulación de que se trata de neuronas responsables de la teoría de la mente, de las experiencias de empatía o compasión y de la conciencia moral en general, pero esto no se puede afirmar con certeza. Al parecer ha ocurrido una sobrevaloración de las funciones de las neuronas espejo y es necesario revisar críticamente los datos de las investigaciones iniciales y subsecuentes sobre estas células para evaluar si las inferencias tienen un fundamento verosímil. Por el momento lo más prudente es considerar que redes de estas neuronas formen parte de un sistema de reconocimiento de acciones realizadas por otros y que tengan un referente inmediato a las acciones propias. Si este es el caso, estas redes podrían ser componentes importantes o aún cruciales de la percepción del movimiento propio y del ajeno y, con ello, de la identidad de uno mismo y de los otros.
Es probable que estos sistemas necesarios para implementar las representaciones de uno mismo y de los otros sean cruciales en la vida social. En un artículo ingeniosamente intitulado “a través del espejo”, los investigadores italianos involucrados en el descubrimiento de las neuronas espejo proponen un mecanismo especular para el sentido de uno mismo y el de los otros que reta la idea de que se trata de dos funciones separadas e independientes. Se trataría en todo caso de un fundamento cerebral que faculta a una persona ser consciente de sí misma como distinta a otros porque le permite experimentarse a sí misma y a los otros en términos de sensaciones y posibilidades motoras. Se ha acumulado evidencia empírica en favor de que la expresión y la percepción de acciones de uno mismo y de los otros son funciones conectadas que se basan en sistemas de neuronas ubicados en las áreas premotoras del lóbulo frontal y partes de la corteza parietal.
En un sentido similar, el neurocientífico social Jean Decety propuso que el self, la conciencia de uno mismo, es una función a la vez individual y social, y que las interacciones entre el individuo y sus pares en las etapas formativas es un incentivo fundamental para el desarrollo de la conciencia de sí. Decety revisa la evidencia que los infantes humanos tienen una motivación potente y específica para interactuar con otros niños y que la conciencia de que existen otras mentes se basa en la noción progresiva de que los otros y la otras son seres conscientes, como uno mismo. Los estudios de imágenes cerebrales sugieren que la corteza parietal inferior y la prefrontal del hemisferio derecho tienen un papel predominante en esta distinción entre el propio ser y el de los de los otros y en la habilidad del propio ser para representar a los otros.
Por su parte, Kai Vogeley del Departamento de Psiquiatría en la Universidad de Colonia, ha propuesto que existen “dos cerebros sociales”, es decir, dos redes de neuronas involucradas en las interacciones: la red del sistema de neuronas espejo y la red de la teoría de la mente. Ambos sistemas se reclutan durante procesos que entrañan interacción o comunicación social con individuos conespecíficos, y que constituyen en conjunto la base cerebral de la intersubjetividad porque la capacidad para mentalizar o entender la experiencia subjetiva de los otros es requisito indispensable para establecer una comunicación exitosa. El sistema de neuronas espejo madura muy temprano en el desarrollo al detectar señales corporales de los otros y el sistema de teoría de la mente se adquiere a partir de éste para evaluar el estado emocional y en general el estado mental de los otros. La necesidad de estudiar los fundamentos nerviosos de los encuentros sociales entre seres humanos ha dado origen a la propuesta por parte del grupo de Kai Vogeley de una neurociencia en segunda persona, la cual vendría a constituir el fundamento cerebral de la relación yo-tú.
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