No te afanes, alma mía, por una vida inmortal,
pero agota el ámbito de lo posible.
Píndaro.
Transitamos por desgarradores episodios de nuestra historia siendo testigos de algo que se construye y desmorona cotidianamente, según la iluminada percepción de nuestros más altos directores.
El vaivén de los intereses, las ambiciones o circunstancias fortuitas, al mismo tiempo que se establecen, por decreto, brillantes obsesiones, sin causa ni base o fundadas en promesas inicuas, se edifica, paradójicamente, día tras día, el andamiaje de la deconstrucción institucional con locuaces ocurrencias para la siguiente madrugada.
Históricamente, salvo loables excepciones, el día a día ha definido el rumbo de la nación. Las grandes decisiones, a la sombra de la intimidad o la conjura, han emanado de espíritus embriagados de poder, ambiciosos ante el porvenir o recelosos y absortos en las injurias del pasado, pero, invariablemente, determinados a imprimir en la historia patria, el sello propio de la casa, al costo que se requiera.
Pasos adelante y pasos hacia atrás han configurado el eterno estigma del México nuestro de cada día.
Sísifo ha vivido en el torrente sanguíneo de los antiguos y modernos padres de la patria, en su espíritu, en su naturaleza, en su obsesión compulsiva de hacer historia, aún anclados en tiempos remotos.
Consciente está el condenado, que al final de su azarosa jornada, la pesada roca que afanosamente ha rodado cuesta arriba, se devolverá al fondo de la caverna y habrá de reiniciar su ardua y absurda tarea al alba siguiente. Sabe bien, el resignado Sísifo, que será inútil su esfuerzo, pero sus consabidas culpas lo impelen a comenzar de nuevo.
No obstante, este controvertido personaje, astuto como se sabe, habiendo realizado toda clase de maniobras y engaños a los dioses seguirá, aún con su ceguera y avanzada edad, empujando la piedra, si no por esperanza, por ambición, esperando el espacio para engañarles nuevamente y poner fin a su castigo eterno.
Los efectos colaterales son cosa mundana. ¡Oh, arrogancia del poder divino, inmanente a su obsesión vengadora!
Recurrente, languidece la seriedad de la certeza ecuánime, ante la concupiscente prostitución de la esperanza, una esperanza forjada en el engaño y la manipulación perpetua.
Cual destino inexorable, el devenir de la nación parece haber sido dispuesto por el dedo divino, cual reza el canto patrio, inspirado en la condena del homérico mito.
La pesada roca que históricamente ha empujado este sufrido pueblo, por más esfuerzo, denuedo y sangre vertida, vuelve siempre al fondo de la caverna.
Pero ¿qué falta ha cometido México para merecer la absurda y aparentemente eterna condena?
Quizá no otra que la indolencia, la ingenuidad y la ignorancia que abren la puerta, de par en par, a la astucia, la ambición y la maldad.
También te puede interesar: Estado de Derecho y conflictividad social.