Tesis Higienistas

El Plan Cerdà: cómo Barcelona cambió su fisionomía

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La situación actual que está viviendo nuestro planeta con el COVID-19 ha llevado a mucha gente a plantearse cómo tendrán que ser las ciudades en el futuro: mejora de servicios, aumento de zonas verdes, viviendas más ecológicas y menos tráfico de coches u otros vehículos contaminantes; a esto último, muchas grandes urbes del mundo llevan años persiguiendo y fomentando el uso de transporte público.

Desde la consolidación de la Revolución Industrial, empezó a oírse la voz de especialistas de toda clase: ingenieros, economistas, médicos, arquitectos, etc., y también de urbanistas que, preocupados por los problemas que estaban surgiendo, buscaban soluciones para que la población de las ciudades viviera de una manera digna. Mucha gente había dejado el campo para ir a las zonas urbanas, pero éstas no estaban preparadas para admitir a los nuevos habitantes en situaciones decentes, por lo que muchos se tuvieron que instalar en barrios hacinados y en condiciones realmente horribles: sin sistemas de saneamientos de cloacas y una escasa atención médica. Estos barrios eran caldo de cultivo para numerosas enfermedades como el cólera o el tifus, además de que en muchas urbes, las fábricas estaban dentro de las ciudades, lo que también contribuía a una baja calidad de vida.

Idelfons Cerda
Idelfons Cerdá, urbanista de origen español (Imagen: El País).

A mediados del siglo XIX se hicieron cada vez más importantes las Tesis Higienistas, que junto a los avances científicos y médicos que habían, influyeron positivamente en la sociedad. La salud de la gente empezó a preocupar seriamente a las clases dirigentes. Se empezó a defender un nuevo tipo de ciudades: barrios con calles amplias, limpias y con sistema de iluminación, creación de zonas verdes; además de instalaciones eficientes de alcantarillado e incluso casas con agua corriente.

En la ciudad de Barcelona, a principios de la segunda mitad del siglo XIX se empezó a ver que la expansión de la ciudad era una necesidad prioritaria, ya que más de 120 mil personas vivían en un territorio de poca extensión, amurallado, con los problemas de salubridad que ello conllevaba. El territorio de la capital catalana se extendía por lo que hoy es el Distrito de Ciutat Vella. Es por eso, que parte de la sociedad barcelonesa y las autoridades locales, pidieron al gobierno español que se permitiese un nuevo plan de urbanismo para la ciudad.

Las murallas se empezaron a derribar en 1853 y es en este momento donde entra la figura de Ildefons Cerdà (1815-1876), un ingeniero que en 1855 realizó un plano topográfico sobre el enorme terreno que rodeaba la ciudad y empezó a idear cómo podría ser urbanizado. Además, escribió una obra: Monografía de la case obra (1856) en donde trataba las condiciones de la vida de los obreros y cómo poder mejorar su situación. Cerdà estaba influenciado por las Tesis Higienistas que habían empezado a surgir en Inglaterra una década antes; uno de cuyos máximos exponentes fue el reformista Edwin Chadwick (1800-1890), quien consiguió en 1848, que se aprobara una ley de salud pública y de ayuda a los pobres. Sus ideas progresistas contrastaban con la actitud de la burguesía y los industriales, que pregonaban un urbanismo más clasista y jerarquizada, donde las clases obreras y las ricas no se mezclasen.

Mapa del proyecto original del Plan Cerda
Mapa del proyecto original del Plan Cerdà, en el que se marca en negro la Ciudad Antigua de Barcelona (Imagen: Universidad de Barcelona).

El ingeniero catalán defendió el proyecto ante el gobierno del país, en aquellos años en manos de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell  (1858-1863) que vio con buenos ojos las ideas modernas que se proyectaban, recibiendo el apoyo también de figuras, como: Pascual Madoz, el padre de la Ley de Desamortización de 1855.

En 1859, se convocó un concurso para escoger el proyecto definitivo del nuevo Ensanche de la ciudad –Eixample en catalán–, sin la participación del Plan Cerdà, resultando ganador el proyecto de Antonio Rovira y Trías; pero finalmente el Ministerio de fomento y el gobierno impusieron el proyecto de Ildefons Cerdà en 1860. 

El objetivo de esta nueva planificación fue crear nuevas calles de trazo perpendicular y paralelas. Con algunas avenidas principales que llegasen al centro de la ciudad; además de numerosos parques y zonas verdes para esparcimiento de sus habitantes. Las aceras debían ser amplias y con numerosos árboles. Los bloques tenían forma octogonal irregular, ya que en cada esquina se establecía un chaflán que daba más espacio para los peatones, facilitando la circulación y la visión del tráfico, un aspecto que Ildefons Cerdà también daba importancia porque pensaba en que el transporte urbano fuese fluido; en aquella época, con los tranvías de tracción animal y los carros tirados por caballos. Pero se tuvieron en cuenta también, las vías de acceso a la ciudad y del ferrocarril, que llevaba pocos años en territorio catalán.

En lo que respecta al estilo de las viviendas, la innovación que defendía el ingeniero era que los bloques sólo debían tener edificados dos lados, para que en el interior hubiese una zona verde de acceso público; además de acabar con el hacinamiento en el que vivían muchos de los habitantes de la ciudad, pues las casas no podían pasar de los 16 metros, con 4 o 5 pisos como máximo. Cerdà, basándose en las Tesis Higienistas, pensó en el establecimiento de numerosos servicios esenciales: en el proyecto inicial se planteaban 3 hospitales, que con el crecimiento de la población se tendrían que ir construyendo nuevas instalaciones médicas. Asimismo, las nuevas calles tendrían un sistema de recolección de aguas más eficiente. Tenía que haber un mercado cada 900 metros y las industrias más contaminantes tenían que irse a las afueras de la ciudad, al lado del río Llobregat o del río Besós.

eixample
Fotografía aérea del Eixample (Imagen: Periódico de Cataluña).

El proyecto contó con la oposición de mucha gente. Varios arquitectos no vieron con buenos ojos que el plan fuera obra de un ingeniero y a buena parte de la clase política de Cataluña, no les gustó que se hubiese impuesto desde el gobierno central. Ildefons Cerdà fue menospreciado en la prensa durante muchos años y se le negaron numerosos trabajos. Hasta su muerte acaecida en 1876, realizó numerosos tratados sobre urbanismo. Aunque lo que no entusiasmó a buena parte de la burguesía y de las clases privilegiadas es que se buscasen mejoras para toda la sociedad sin distinción de clases. Era una idea racionalista, ya que primaba el bienestar de la población a los grandes edificios y monumentos; se quería que las construcciones fueran funcionales y sirviesen a las personas. Buena parte de las ideas de Cerdà no se cumplieron; se construyeron edificios más altos y en todos los lados de los bloques; las zonas verdes interiores prácticamente no se hicieron. Pero a finales de siglo XIX, en plena época del modernismo, las familias ricas empezaron dejar la zona antigua de la ciudad para ir al Ensanche, en donde se edificaron numerosas casas de Antoni Gaudí, Josep Puig i Cadafalch o Lluís Domènech i Montaner, quien había sido un crítico del proyecto del Eixample.

Con el paso de los años, se empezó a reivindicar la figura de Cerdà y en la actualidad se estudia en numerosas escuelas de arquitectura; además se quiere recuperar su idea de las zonas verdes interiores. En 2009 se celebró el “Año Cerdà”, conmemorando el 150 aniversario del inicio de las obras del Ensanche; aunque solamente una plaza en Barcelona lleva su nombre. En su pueblo natal, Centelles, en la provincia de Barcelona, hay un monumento en su honor.

monumento a cerda
Escultura dedicada a Idelfons Cerdà, en su pueblo natal de Centelles, Barcelona. La obra fue realizada por el escultor Jorge Diez Fernández (Imagen: El País).

El Plan Cerdà no fue el primer plan de urbanismo que se desarrollaba en Europa; unos años antes, en los inicios del reinado del emperador Napoleón III, se encargó al barón George-Eugène Haussmann la modernización de la ciudad de París. Se crearon los grandes bulevares y grandes parques –como el Bois de Boulogne– que hoy son característicos de la ciudad, además de nuevas viviendas en buenas condiciones. Se mejoraron los servicios y el sistema de alcantarillado. También el establecimiento de grandes avenidas respondía a la necesidad de crear una vía rápida para que las tropas pudieran circular y llegar a cualquier punto de la ciudad para sofocar cualquier rebelión o manifestación.

 En Ciudad de México, fue muy importante la figura de Miguel Ángel de Quevedo (1862-1846), quien trabajó en el Departamento Forestal de la Secretaría de Agricultura; este ingeniero favoreció la creación de numerosas zonas verdes en la capital de la República, con la idea de que era necesario para la salubridad de las personas oxigenar una urbe, que durante la época del Porfiriato, su crecimiento poblacional había aumentado enormemente. En 1907, consiguió que unos terrenos que había donado unos años antes, situados al sur de la ciudad, se convirtieran en un parque público, fundándose así: Los Viveros de Coyoacán. Asimismo, dio apoyo a la construcción de edificios y otras instalaciones que seguían las Tesis Higienistas.


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