A 34.8 kilómetros del Centro Histórico de la Ciudad de México se encuentra lo que debería ser un paraíso lacustre dentro de la gran mancha urbana de la zona suroriente.
Se trata del lago Tláhuac-Xico –ubicado en el Valle de Chalco, Estado de México, justo en los linderos con la Ciudad de México–, el cual se formó hace más de tres décadas debido a los hundimientos de la región, fenómeno provocado por la excesiva extracción de agua de los pozos de Santa Catarina-Mixquic.
Este humedal –con una extensión de 1,556 hectáreas–, almacena agua de lluvia, así como de los escurrimientos que provienen del volcán Popocatépetl y de las descargas de aguas negras del río Amecameca. Actualmente una planta de bombeo extrae el agua del lago y la trasvasa al Dren General (un canal que data de la época de Porfirio Díaz), una tarea vital, pues debajo del nivel del lago se encuentra el Valle de Chalco, que ha crecido en forma arrasadora y sin ninguna planificación.
En 2010, una inundación en la región encendió las alertas del constante riesgo que se vive con el lago, ya que sus bordes del canal son muy vulnerables al alto volumen de agua, y en cada época de lluvias las colonias aledañas al lecho lacustre están en peligro.
El investigador de la UAM, Pedro Moctezuma, ha señalado que en la zona oriente del lecho del lago existe una serie de fracturas que representan un riesgo de que el canal Dren General sufra una ruptura y con ello el agua se desborde al Valle de Chalco.
Para el ex director general de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), José Luis Luege, la región Tláhuac-Valle de Chalco enfrenta riesgos geológicos graves, pues los hundimientos en promedio anual son de 40 centímetros, y con ello los agrietamientos y fracturas del subsuelo son constantes y dinámicos.
“Esta región Tláhuac-Valle de Chalco es la que más se hunde en el mundo, lo que eleva la vulnerabilidad ante un fuerte sismo”, me comentó el geólogo Federico Mooser, en una entrevista que le realicé en 2014.
Pero a este problema de los hundimientos y a la falta de un plan de rescate y manejo del lago Tláhuac-Xico, se suma además, a que en los últimos años este humedal es utilizado como tiradero a cielo abierto de desechos de la construcción y de residuos sólidos urbanos.
Las quejas y denuncias vecinales sobre este “ecocidio” no trascienden, y la reacción de las autoridades, principalmente mexiquenses, sólo actúan cuando los medios de comunicación presionan.
Este fin de semana, la Procuraduría de Protección al Ambiente del Estado de México (Propaem) colocó sellos de clausura en un acceso al lago de Tláhuac-Xico, por donde diariamente camiones de volteo descargan los desechos de la construcción y hasta basura doméstica. Pero esto no representa una alternativa de solución, la acción de la autoridad es efímera, en próximos días volveremos a documentar que el tiradero persiste. El poder fáctico de los desarrolladores dobla fácil a la autoridad.
¿Qué falta? Que las autoridades de las tres órdenes de gobierno, junto con el Poder Legislativo, apuntalen las iniciativas de ley en la materia y que se retomen los estudios de expertos para integrar un plan de manejo de este lago. Ya existe mucho trabajo al respecto, pero todo está archivado. El Consejo de Cuenca del Valle de México (de la Conagua) ha avalado programas de manejo hídrico de este humedal, pero nada se concreta, todo sigue en el olvido.
El lago Tláhuac-Xico tiene el potencial para ser un ecosistema hídrico que ofrezca un hábitat a las aves migratorias (que provienen de Canadá y Estados Unidos en la temporada invernal), a la fauna y flora acuática, además que se puede convertir en un espacio apropiado para el ecoturismo.
Esta región merece toda la atención y acción, pues no sólo está en riesgo un aspecto ambiental, sino también en materia de protección civil.
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