Ser criminólogo es la forma más desinteresada de amor por la humanidad.
Hace algunos años, el exdiputado local, Mario Héctor Verduzco Arredondo, propuso una iniciativa de reforma al Congreso del Estado de Nuevo León. Esta propuesta consistía, principalmente, en la incorporación de la figura del criminólogo o criminóloga en las escuelas de nivel básico y medio. La iniciativa fue rechazada. A principios de este año en Torreón, Coahuila, sucedió un hecho que volvió a encender las alarmas: un infante entraba a su escuela primaria armado y disparando contra compañeros y maestros, matando a una maestra, dejando heridos a seis personas y finalizando el acto con un trágico suicidio.
A raíz del hecho antes mencionado, el exdiputado volvió a proponer la misma iniciativa este año en el mismo Congreso Local y actualmente está en espera de su aprobación o su rechazo. Los argumentos que fundamentan su rechazo varían, pero posiblemente el principal se deba al desconocimiento de nuestro objetivo más importante. Insoslayablemente la prevención del delito y de las violencias es nuestra función primordial, más allá de la contención o la readaptación, la prevención implica el primer paso hacia la búsqueda de una sociedad que pueda vivir en paz; aunque ésta no sea absoluta.
El rechazo a esta iniciativa de reforma ha sido un desacierto, sobre todo porque parten –diputados, madres y padres de familia– posiblemente sin saberlo, de una idea completamente foucaultiana, es decir, de la escuela como un esquema figurativo que imita la tradición penitenciaria y, como tal, el criminólogo o criminóloga representa el trato con delincuentes. Nada más alejado de la realidad. La incorporación del criminólogo o criminóloga en las escuelas no va enfocado a la criminalización de la niñez, sino completamente lo contrario.
Una criminóloga o criminólogo en las escuelas persigue evitar esa criminalización a través de la detección temprana de posibles conductas que puedan desembocar en actos violentos y delictivos. De igual manera, procurará la detección de posibles problemas familiares que puedan ocasionar en las niñas y en los niños conductas de riesgo –tanto individuales (como autolesiones), como grupales (lesiones a sus compañeros)– que puedan ser prevenibles y tratables a través del trabajo, en colaboración con el psicólogo escolar o, en su debido caso, con apoyo de psicólogos del DIF.
La figura del criminólogo o la criminóloga dentro de una institución educativa no representa la estigmatización criminal del infante, no es una cuestión de ir a detectar o de tratar delincuentes, el objetivo sustancial de un criminólogo o criminóloga educativo es el de que toda niña o niño tenga un sano y pleno desarrollo alejado de la violencia en todas sus formas, y que a su vez, no reproduzca ninguna de éstas.
Actualmente todas las políticas “preventivas” de la violencia se enfocan en la contención y vigilancia, la traducción objetiva es: no hay prevención real, sólo se busca encajonar el problema de la violencia a través de medios que, históricamente, han sido poco funcionales, la prevención a largo plazo o las políticas longitudinales han sido ignoradas en su totalidad, porque políticamente a los gobiernos no les funciona y no les interesa; mientras no haya un Estado que visualice y proponga estrategias concretas de prevención, la criminalidad seguirá siendo un problema irreductible. Mientras que el Estado pretenda solucionar toda la violencia mediante el uso de la fuerza, la criminalidad seguirá prevaleciendo y siendo parte de todos los discursos políticos que pretenden hacerse del poder a través de la gastada promesa de: “acabar con la violencia y el crimen”.
Otro valioso ejemplo que invita a la incorporación de los criminólogos o criminólogas en una institución educativa es la violencia que se vive en las universidades públicas del país, principalmente violencias machistas. Violencia que ha dejado, incluso, alumnas asesinadas con signos de abuso sexual en los propios campus universitarios, mientras las autoridades de las mismas tratan de deslindarse a través de comunicados que expresan sus “condolencias” y su apoyo a la investigación, pero que al final no terminan más que en impunidad.
De igual manera, en este nivel la violencia escolar o universitaria también se presenta debido a que la violencia nunca es característica de un grupo, ni de edad, ni de etnia, ni de orientación sexual, aunque sí existen grupos e individuos más vulnerables que otros; la violencia puede afectar a todos, pero sí, a unos más que a otros. Los sistemas de acción criminógenos o victimógenos son siempre diversos.
Lo anterior nos puede conducir a que el criminólogo es necesario en las escuelas y universidades (y en todos los niveles educativos). No hay un nivel específico donde podamos intervenir, pues toda la estructura educativa de México es un campo de acción. Y, repito, no es estigmatización, se trata completamente de prevención, como criminólogos debemos exigir el lugar, no sólo el que nos corresponde, sino el de mayor beneficio que podemos lograr para la sociedad mexicana.
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