El próximo 4 de abril se aplica el horario de verano en casi todo el país, excepto en los estados de Quintana Roo y Sonora (por motivos económicos y turísticos). De tal forma que se adelanta una hora el reloj.
Desde que esta medida empezó a aplicarse en 1996, durante el gobierno de Ernesto Zedillo –con el objetivo inicial de homologar la hora entre México y Estados Unidos–, afloraron diversas protestas sociales que se oponían a la medida por considerar que por la oscuridad en las mañanas se incrementaba la inseguridad, así como otros impactos en la educación, afectación a la salud, alteraciones en las relaciones sexuales (por el mañanero) y por los pobres resultados en materia del cuidado al ambiente y en el ahorro de energía. Aunque los cuestionamientos en el ámbito político se centraban en que el único fin era estrictamente comercial.
En 2019, el tema volvió a subir de tono por voz de legisladores de Morena, entre ellos el diputado del Congreso de la Ciudad de México, Carlos Castillo, y por el polémico senador (hoy con licencia) Félix Salgado, quien promovió iniciativa de Decreto para abrogar dicha medida. Ambos argumentaron desde las tribunas que el horario de verano provoca consecuencias nocivas para la salud a la población y no genera beneficios económicos o energéticos. Los pronunciamientos generaron debates y el tema se reactivó en la opinión pública, y pese a que los morenistas pretendían tirar la medida en 2020, la pandemia por el COVID-19 les congeló su activismo.
Y vale precisar que, en el 2000, el gobierno federal encargó un estudio para determinar los impactos del horario de verano en la población mexicana, el cual fue coordinado por Pablo Mulás del Pozo, entonces director de Programas Universitarios Coordinación de Investigaciones Científicas de la UNAM, en el que participaron 70 instituciones y 121 investigadores y académicos de diversas entidades del país.
Dicho proyecto se realizó en tres meses, y en el mismo se advertía que los investigadores tuvieron poco tiempo para efectuar estudios específicos con el fin de recabar información nueva, ya que la mayor parte del análisis se llevó a cabo con datos que ya existían en diversos sectores académicos y de instituciones gubernamentales. Sin embargo, en sus conclusiones, se destacó que se encontraron impactos tanto positivos como negativos, insignificantes e importantes. Lo positivo se centraba en la sincronización del horario en la zona fronteriza norte con Estados Unidos; en el sector turismo con mayor número de horas-luz y en el sector energético nacional en la reducción del pico de demanda. Aunque en el ahorro de energía se establecía que era pequeño con menos de 1%, y se precisó que, a nivel doméstico, dicho ahorro era muy pequeño en términos económicos.
El mismo estudio determinó que en la cuestión ambiental los beneficios eran mínimos, lo cual era similar en los áreas agrícola, ganadera, financiera, industrial, de telecomunicaciones y transporte. Y en la salud se advertía un estrés acumulado con afectaciones digestivas, cuadros diabéticos y obesidad, así como alteraciones psicológicas y en el desempeño sexual.
Un dato también a destacar es que la población consultada en el referido estudio comentaba –con irritación–, la imposición de la medida, el centralismo y hasta el engaño en que incurrieron las entonces autoridades.
A la fecha no se ha realizado un estudio de esta magnitud, y sería conveniente que las autoridades del gobierno federal encargaran un nuevo trabajo científico para determinar si el horario de verano origina más impactos negativos que positivos en la población.
Al respecto, cabe destacar las investigaciones que realizó en octubre de 2020 la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño (AASM, por sus siglas en inglés), mediante los cuales determinó que dicho horario incurre en importantes riesgos para la salud y la seguridad.
Los especialistas hicieron pública una carta en la que pidieron cancelar el horario de verano y dejar sólo el estándar, ya que comprobaron un considerable aumento de ingresos al hospital y eventos cardiovasculares adversos. Y advirtieron de un mayor riesgo de infarto de miocardio por la aparición de fibrilación auricular aguda y trastornos de ánimo en los primeros días de la aplicación de la medida, ya que hay un impacto entre el reloj biológico y el ritmo circadiano (responden principalmente a la luz y la oscuridad).
Recordemos que en 2001, ante los reclamos sociales de una mayor inseguridad por las mañanas, el entonces presidente Vicente Fox redujo en algunas entidades, incluida la Ciudad de México, a cinco meses el horario de verano (mayo-septiembre), pero en 2002 regresó a siete meses (abril-octubre), ya que el Congreso dictaminó que la medida era federal.
Es muy probable que el tema siga congelado en el ámbito legislativo, no es prioridad discutirlo ahora, aunque si el vocero-presidente Andrés Manuel López Obrador lo ventila en una de sus mañaneras, sus obedientes legisladores de Morena volverán a desempolvar el tema.
Sin duda, el tema del horario de verano requiere de nuevos estudios y que éstos sean coordinados por la academia científica. Debe de haber mucho cuidado con este caso, pues este gobierno prefiere las consultas improvisadas y la gritería de políticos desinformados.
El trabajo científico y la transparencia de los estudios deben imponerse.
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