El feroz enemigo

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La señora de la limpieza es personaje muy sigiloso que suele aparecer sin que nadie le note y arrasar con todo el trabajo creativo de cualquier genio en cosa de segundos.

 

Hace algunas semanas hizo mucho ruido en los medios un acontecimiento que tuvo lugar en un museo italiano: una persona de intendencia había “limpiado” una sala en la que se exhibía una instalación. Las reacciones fueron diversas: el crítico Sgarbi dijo que si la mujer no había considerado aquello como arte era porque no lo era; mucha gente se ofendió y muchos otros encontraron el incidente graciosísimo. La curadora del museo dijo, aliviada, que lo bueno era que la mujer había separado todo en distintos contenedores, y que eso estaba muy bien porque los restauradores podrían reincorporar la obra con relativa facilidad.

La restauración en el arte no es cosa nueva. Es de adivinarse que, desde que empezó a fabricar objetos, al hombre no le gustó que su producción se viera dañada por el tiempo, por los factores exógenos o por el descuido. Se han encontrado vasijas y estatuillas de civilizaciones antiguas que habían sido enmendadas. El hombre ha restaurado su producción en su era, y ha aprendido a preocuparse por restaurar también lo generado en épocas que le han precedido.

Eugène Viollet-le-Duc, arquitecto y arqueólogo, considerado el padre de la restauración como disciplina, recomendaba a los restauradores ponerse “en la piel del arquitecto creador primitivo” (a este señor le interesaban en lo particular las obras arquitectónicas de la Edad Media). Para Viollet.-le-Duc, un restaurador podía reconstruir el todo a partir de lo restante, siempre y cuando atendiera a la coherencia del estilo.

Eugene Viollet le Duc
Eugene Viollet le Duc

El trabajo del restaurador se convirtió poco a poco en tarea multidisciplinar. Cesare Brandi, el teórico de la restauración más relevante del siglo XX, insistía en que un restaurador debía trabajar de manera hermenéutica. Se tiene constancia de que Friedrich Rathgen fue el primer químico empleado por un museo, por ejemplo. Así, un restaurador en el siglo XIX no sólo debía poder pegarle la cola a un perro de terracota o ser capaz de rentelar un óleo pintado sobre un lienzo cansado, sino que además tenía que entender cuestiones relacionadas con la composición de los materiales. El cerebro humano tiene la capacidad de complicar las cosas (complicar, digo, en el sentido de las complicaciones de un sofisticado reloj suizo, no en un sentido peyorativo), razón por la cual el restaurador deba echar mano de conocimientos complementarios para rescatar lo valioso.

La Capilla Sixtina antes y despues de su restauracion
La Capilla Sixtina antes y despues de su restauracion

Por su parte los creadores, al igual que los relojes suizos, se han vuelto cada vez más complejos e ingeniosos y sería muy difícil restaurar sus obras con el método interpretativo de Viollet-le-Duc. Afortunadamente para los restauradores de arte contemporáneo los creadores de instalaciones casi siempre siguen vivos y si uno no entiende muy bien cómo va la cosa siempre se les puede echar un telefonazo para que expliquen, luego de un desastre que ni mande Dios, cómo iba la pieza en un principio (en el caso de no poder acceder al artista conceptual del que se trate – son gente muy ocupada – siempre se puede recurrir a los videos de registro y a las fotografías).

El restaurador en el arte contemporáneo se enfrenta con una serie de novedades. Debe atender a la versatilidad de materiales y formatos, a las barreras entre lo material y lo inmaterial, a las nuevas manifestaciones artísticas (el arte efímero, el performance, la instalación), y a la evolución y a la redefinición de la obra en el tiempo. Puesto que en nuestra era la presencia de Marina Abramovic’ en una sala de museo es una manifestación artística y teniendo en cuenta que la gente suele afearse conforme avanza la jornada, el restaurador que trabaja con performances debe saber muy bien cómo se maquilla a una mujer yugoslava.

El primer paso para proceder a la conservación de obras artísticas, nos ha dicho hasta el cansancio el irrefutable Cesare Brandi, es “conocer los materiales y las técnicas empleadas”. El restaurador de arte contemporáneo debe estar familiarizado con la información relativa a una variedad amplísima de materiales: los componentes de la pintura al óleo, la densidad de la tinta, el espesor del pergamino, la porosidad del ébano (muy poca), la porosidad de la madera de palmera (mucha más), la rugosidad del cartón, lo punzocortante de un pedazo de vidrio, la capacidad astillativa de un pedazo arrancado a una mesa de cocina, y el abanico de resquicios de ingredientes alimenticios que puede contener un mojón de excremento.

Si el profesional quiere restaurar un óleo sobre tabla pintado en la Europa del Norte en el siglo XVII, éste tiene que entender a cabalidad cómo es que actúa el óleo sobre un determinado tipo de madera, por decir algo. Y quien quiera restaurar un fresco, tiene que saber qué cosa es el estuco y debe poder identificar una filtración, una grieta y una cuarteadura. En el arte contemporáneo, el restaurador se enfrenta con una tarea infinitamente más compleja. Si un coleccionista que se ha atrevido a abrir una de las latas de merda d’artista de Manzoni encuentra el mojón algo aguado y quiere que se le restituya su antigua lozanía, el restaurador contratado deberá saber cómo regresar dicha materia al estado de frescura en el que lo produjo Manzoni en su tiempo, amén de estar bien enterado de los hábitos alimenticios del artista, para efectos de poder alcanzar los óptimos resultados en su tarea. Aquel a quien se le comisione la restauración de Las cien naranjas viejas del Rincón (instalación que por haber durado expuesta demasiados días en el Museo de Arte Contemporáneo del Azoro dio como resultado que varias de ellas se pudrieran sin salvación y otras tantas se volvieran de otro color y todas ellas dejaran definitivamente de ser comestibles) tendrá que conocer de química, entender por qué una naranja vieja en un rincón puede pudrirse, en cuánto tiempo se pudre, qué injerencia tiene en ello la temperatura a la cuál está el museo, y eventualmente saber dónde queda el mercado de abastos para ir por otro cargamento si de plano la restauración no deja otra salida que la sustitución.

Pero la cosa no se detiene ahí. La tarea del restaurador de arte contemporáneo, ya se ha dicho, es dificilísima. Aquel restaurador que se enfoca en la atención a instalaciones producidas con objetos poco ortodoxos para la producción artística (como las botellas de vino vacías, los empaques de celofán arrugados, los harapos de colores desgastados, los retazos de papel manchado de tinta o las colillas de cigarro) o con aquellos destinados a muertes veloces (como las cáscaras de los plátanos, los duraznos maduros y las moscas agonizantes) se enfrenta, además de todo, con un enemigo acérrimo: la señora de la limpieza.

Sara Goldshmied y Eleonora Chiari Where Shall We Go Dancing Tonight?
Sara Goldshmied y Eleonora Chiari Where Shall We Go Dancing Tonight?

Y es que la señora de la limpieza no entiende nada. No entiende nada porque se la ponen muy compleja. Le dicen: “vaya usted y limpie allá”, y pues ella limpia lo que para ella merece ser limpiado. Claro que la señora de limpieza no conoció a Germano Celant ni a Yannis Kounellis, y no entiende que el cuarto donde yace lo que parece el cadáver de una farra (confeti, botellas de vino vacías, ceniza de tabaco y una que otra corcholata) no es precisamente el que hay que limpiar.

Por ello, los restauradores de arte contemporáneo que se enfocan en la conservación – preventiva y curativa – y en la restauración de instalaciones compuestas con elementos en principio ajenos al mundo del arte más tradicional, deben trabajar infatigablemente y estar al pendiente de las exposiciones todo el rato (sobre todo en los horarios más inverosímiles, aquellos de la madrugada), porque la señora de la limpieza es personaje muy sigiloso que suele aparecer sin que nadie le note y arrasar con todo el trabajo creativo de cualquier genio en cosa de segundos, armada tan sólo de una escoba y un recogedor.

Bansky The Cleaning Lady
Bansky The Cleaning Lady

Restaurar obras de arte siempre ha sido trabajo delicado. Al principio implicaba tan sólo atención a los detalles, minuciosidad y delicadeza. Hoy, amén de todos los conocimientos técnicos, la buena mano, la capacidad multidisciplinar, el profesionalismo y el amor de los objetos, a la labor restauradora hay que agregar la vigilancia constante contra el enemigo más temido: la señora de la limpieza.

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