Los niños que vinieron de probeta

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¿Hemos detenido el proceso de creación natural o solo lo mejoramos? La fertilización asistida se convierte rápidamente en el futuro de la concepción humana. 

Este año tan sólo cerca de siete millones de mujeres y hombres en los estados unidos experimentarán algún tipo de tratamiento de fertilidad asistida, de acuerdo a la Society for Assited Reproductive Technology y la cifra de 175 000 ciclos de fertilización invitro que fueron conducidos durante el 2013 aumenta en un 6% cada año. ¿Por qué hemos dejado de tener familia de manera ‘normal’?

La reproducción y la fertilidad fueron temas que, en cualquier época, contexto o episteme, interesaron a la raza humana. La capacidad de procrear a nuestro antojo -o evitar hacerlo- fue uno de los factores que nos permitió construir una sociedad regulada. Cuando la tierra estuvo completamente poblada y el ser humano dejo de pensar en la multiplicación como una prioridad, los procesos de reproducción tomaron un nuevo giro. Métodos anticonceptivos e interrupciones en el embarazo se volvieron algo legal -porque aunque existieron desde que el mundo fue mundo, siempre fueron considerados algo que era necesario ocultar- y la tasa de natalidad comenzó a disminuir. Esta se vio aún más afectada cuando la cultura de consumo nos llevo a cambiar nuestra percepción respecto a la edad perfecta para tener hijos o comenzar una familia y,  poco a poco, comenzamos a entrar en una era que nos invita a esperar para cumplir con todo aquello de nacer, crecer, reproducirse y morir; el supuesto orden natural de la vida. No obstante, nuestro cuerpo no estaba habilitado para seguirnos en la espera… hasta ahora.

Probablemente no exista otro mundo que cuente con una capacidad creativa igual a la de este planeta. Pocos de los elementos que lo componen nacen con plena consciencia de esa capacidad de creación y son todavía menos aquellos que trabajan activamente para transgredir sus límites y dominarla.

Crear, después de todo, es tan sólo producir algo de la nada, realizarlo partiendo de las propias capacidades, mezclar la masa del maíz con sangre, en fin, es solamente encontrarnos de frente con nuestro alcance divino.

Construimos un espacio para los nuestros, proliferamos lo mismo en desiertos que en montañas, encontramos placer en controlar esa orbe a nuestro antojo y solucionamos las limitantes de un mundo ineficazmente natural. Ningún clima o catástrofe natural pudo con nosotros y aprendimos a modular a nuestra conveniencia cuanto ciclo de procreación existió. Aspectos agrícolas, ganaderos, de vivienda o alimentación se encontraron a nuestra entera disposición y era cuestión de tiempo para que comenzáramos a manipular también todo lo que atañe a nuestra reproducción y proliferación. Al contrario de como proclama Nietzsche, Dios no ha muerto, solo cambió de cuerpo, y en pleno siglo XXI el ser humano llegó a la completa valía de sí mismo tanto en guía, como en origen.

En México, por ejemplo, la reproducción asistida rebasó la cifra promedio de 433 procedimientos que se manejo hasta el año 2010 para convertirse en 82, 000 procedimientos, de acuerdo con el informe que la farmacéutica Merck Serono realizó durante el 2012. Por su parte, el Sistema Nacional de Información en Salud indica que hasta el 2011 se han registrado 24, 468 egresos hospitalarios de instituciones públicas de salud por infertilidad femenina y 1,528 por infertilidad masculina.

Como si fuéramos todos parte del mundo feliz que Huxley dibujo para nosotros, hemos llegado por fin y a la formación de embriones perfectamente constituidos, capaces de convertirse en adultos normales y desarrollados fuera de la unión carnal entre hombre y mujer lo que, en palabras del autor, “nos lleva, al fin, fuera del reino de la servil imitación de la Naturaleza, para entrar en el campo, mucho más interesante, de la intervención humana.”

La edad ya no es un obstáculo, tampoco lo son los pequeños desperfectos naturales que una persona pueda presentar. Prácticamente no hay nada que nos impida germinar un nuevo ser cuando contamos con la fertilización invitro, la inseminación artificial, la transferencia intratubárica. No con todos esos donantes y frigoríficos especiales capaces de mantener óvulos y esperma en perfectas condiciones hasta el fin de los tiempos. “Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía uno. Progreso.”

Del impacto que estas nuevas tecnologías puedan tener sobre nosotros aún no sabemos nada. Desconocemos por completo la forma en la que podrá alterar los procesos normativos de creación, concepción y existencia del ser humano. Por el momento, cumplen con una de las funciones más importantes que la ciencia tiene sobre la vida del individuo: brindan un espacio de esperanza. Y es que, después de todo, como diría el filósofo, moralista y escritor suizo, Henri-Fréderic Amiella sociedad vive gracias a la fe y se desarrolla a partir de la ciencia.”

Por Diana Caballero

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