Concierto de medianías

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Siendo todavía adolescente, aprendí a abominar de ciertas preguntas que –en ese entonces– me solían colocar en un verdadero predicamento, al asumir que una respuesta inadecuada sería interpretada por mi interlocutor como sinónimo de ignorancia. Ya en mi edad adulta, este tipo de cuestionamientos francamente me provocan cierto escozor, porque en el mejor de los casos creo que resultan reduccionistas y banales, amén de evidenciar una poco presumible apreciación de la cultura, el arte o el conocimiento, por parte de quienes las formulan.

¿A qué tipo de preguntas me refiero? Ejemplos sobran, desde la muy socorrida: “¿qué tipo de música prefieres?”, hasta las no menos comunes “¿cuáles son tus libros favoritos?” o, en el mismo tenor, “¿cuál es la película que más te ha gustado?”, las cuales son, en mi opinión, ese tipo de consultas que no dan oportunidad de plantear una respuesta lógica, aceptable…

¿Por qué? Por la sencilla razón de que la experiencia del disfrute en prácticamente ningún ámbito –mucho menos, en el concerniente a las artes o las letras– puede o debe circunscribirse a límites o fronteras; por el contrario, es la variedad, la multiplicación de experiencias de experimentación, las que nos permiten enriquecer nuestra capacidad para apreciar cada nueva lectura o deleitarnos con las notas de una obra musical.

Es decir, no es una, dos o diez las obras literarias que nos marcan, si en realidad apreciamos la lectura, sino que es la suma de todas ellas las que nos definen como lector, y nos permiten y condicionan la manera en que abordo cada nueva obra que llega a nuestras manos. De igual manera, si en realidad apreciamos la música, sabremos deleitarnos con una buena creación, sea cual fuere el ritmo: no me imagino a un melómano que, de entrada, abomine de tajo algún género. El que más y el que menos de los mortales, gustamos un poco de esto y aquello, y es ahí precisamente en donde estriba el espíritu del verdadero aprecio por la música.

Por ello, debo confesar que, en más de las veces, tengo la impresión de que este tipo de cuestionamientos me parece que desnuda en primerísima instancia a quien los formula –por su simplista concepción de lo que la lectura o la melomanía pueden o deben representar– y no a quien es objeto de tal cuestionamiento.

Sirva todo lo anterior para explicar que, en lo personal, no creo que alguien deba precisar cuáles son los tres libros “que más lo han marcado” para demostrar nada y que, en realidad, recelo más de las verdaderas cualidades intelectuales de aquél que dé respuesta a tal interrogante, que de quien guarde silencio ante ella.

Sin embargo, me pareció verdaderamente inquietante que –en el transcurso de unos cuantos días– tres encumbrados personajes de la vida política nacional, dos de ellos con serias aspiraciones de conducir los destinos del país a partir de 2012, se encontraran en un verdadero brete al no poder dar respuesta a una interrogante de esta naturaleza, y no sólo por el hecho de hacer evidente su ignorancia literaria –que, dicho sea de paso, no es ni debe ser limitante para acceder a Los Pinos o a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal–, sino por su falta de capacidad, de astucia o incluso de agilidad mental para solventar una situación cuya complejidad dista mucho de la que encierran las muchas responsabilidades a las que –dicen– podrían hacer frente en caso de acceder a los puestos políticos a los que aspiran.

Lo que más sorprende –y, en lo personal, decepciona– es percatarse de la medianía, no sólo intelectual, de aquellos que aspiran nada menos que a presidir los destinos del país o a dirigir el gobierno de la ciudad más importante, aquellos de quienes esperaríamos –ya no se diga estatura de estadistas– la mínima destreza para tomar decisiones difíciles y, sin embargo, actúan como presas del pánico ante una pregunta por demás simplona e incluso rebatible. Esperemos que esto no resulte un anticipo, un botón de muestra de la pobreza de ideas y cualidades que campeen en las campañas que ya asoman o, peor aún, del siguiente sexenio.

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