De cómo el teatro me salvó la vida…

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Amigos queridos:

Acaba de pasar el día de las madres y recordé los odiosos festivales. Eran insufribles. Invariablemente tenía dos: el de la Academia de Ballet, arte para el cual era tan graciosa, que siempre me ponían de árbol, por ahí atrasito en donde me viera poco. Y por supuesto los del Colegio, que me parecían ya desde aquella temprana edad de tan mala calidad, que me daba pena invitar a mi mamá. Gesto que por cierto, nunca valoró remontando gran drama cuando encontraba la circular dos semanas después, olvidada por ahí.

Hasta aquél mágico día en que nos presentamos con La Cenicienta, cursaba preprimaria y el festival fue en el Polyforum Cultural Siqueiros; estaba lleno. Como no le caía muy bien a la maestra, me castigó con el papel de la madrastra. Obvio, como no era una “niña normal,” para mí fue el gran premio. Tomé el personaje y lo hice mío. Al final de la obra todos los niños nos tomábamos de la mano y agradecíamos haciendo una reverencia al público. Supe que había realizado una gran actuación, así que no me presente en la tan ensayada formación. Esperé tras bambalinas a que saliera el último ratón para recibir una ovación del respetable para mí solita. Aún recuerdo la cara de la frustrada directora al escuchar los vítores de varios padres que juro, no eran los míos. Ellos estaban igualmente sorprendidos, indagando cuál de mis familiares me había “mal aconsejado,” si ése era el término. No creían que yo hubiera ideado tal desplante sola… inocentes.

Ese día supe que el teatro era una vocación de vida, pero era una actividad nada común en la clase media sateluca en que crecí. Ni siquiera había escuelas de arte dramático por el rumbo. Y así se me fue muriendo en el recuerdo aquel disparo de adrenalina que te brinda el aplauso; el escenario se fue opacando con la pésima calidad de las representaciones escolares. Sólo me quedo el gusto por ver teatro.

Hará unos cinco años, paseando por el barrio y del brazo de Fer, mi marido, vi una gran manta en la esquina de Belisario Domínguez y Centenario que rezaba: “CADAC Centro de Arte Dramático, A.C. Inscripciones Abiertas.” Por curiosidad entramos a pedir informes. No supimos cómo, pero en vez de recibirlos, nos encontramos llenando una interesante solicitud en la que lejos de preguntarte los generales, te cuestionaban sobre las obras de arte que habían marcado tu vida, las problemáticas de la ciudad que más te impactaran y demás cuestionamientos que más que preguntas te iban desvelando el carácter del lugar.

Acto seguido, vino la entrevista. Sí, no les bastó con las solicitudes que más que eso eran verdaderos ensayos. Marcela Bourges iba cuestionando nuestro interés por estudiar teatro. Me sentí pequeña, realmente tuve una regresión a la infancia, me colgaban los pies del piso y escuchaba el elocuente discurso de mi marido, a quién por cierto… ni le interesaba el curso. Para finalizar, ella volteó a verme con sus profundos ojos verdes y lanzó: “De todas las escuelas de arte dramático, ¿Por qué CADAC?” A lo que muy seria respondí: “porque está a tres cuadras de mi casa.” Fer  moría de risa al recordar cómo di al traste con su brillante presentación. Quedamos a la espera de que nos confirmaran el veredicto, resulta que aquí no te inscribías así nada más, te tenían que aceptar tras una concienzuda valoración. Lo que representó todo un reto para nuestro ego.

Al cabo de unos días, nos encontramos tomando el curso uno, que estuvo lleno de sorpresas. Lo primero fue convivir con tres talentosos jóvenes que morían por estudiar teatro y a quienes sus padres no los habían dejado. Así, tras concluir una carrera “normal” por fin estaban realizando su sueño. Nosotros estábamos jugando, pero no me malinterpreten era un juego muy serio. La escuela marca una disciplina formal, sólo que no teníamos grandes aspiraciones más allá de divertirnos.

Nos sorprendió lo completo del programa y más lo hizo el enorme gusto que le encontramos a todo: el lugar, las clases, los maestros y sobretodo el espíritu infundido por el Maestro Héctor Azar; reconocido intelectual, dramaturgo, ensayista, director, pero sobretodo formador, no sólo de actores, sino de personas. No tuve el gusto de conocerle en vida, puedo leer su obra, ver sus entrevistas, leer su biografía, esto me permite intuirlo. Sin embargo, lo conozco y más allá de eso, lo quiero y lo admiro, gracias al legado que dejó en este instituto.

En pocos lugares se respira una libertad como la que inhalas ahí, en pocos lugares se vive una vocación de servicio tan profunda hacia el otro, hacia el arte, hacia la creación de ámbitos de expresión del espíritu humano. No buscan enseñarte a crear, sino guiarte al interior de tu propio ser creador.

Me concebía como una persona amorosa y sensible; pero al cabo de unas cuantas clases de teatro, me di cuenta que quería y sentía con la cabeza. Solía racionalizar las emociones. Descubrí esto cuando algo se destapó y empezaron a brotar del corazón, sin intelecto de por medio. En realidad empezaron a fluir por todo mí ser y me descubrí más plena, más feliz. Nunca pretendí tal experiencia de un curso de teatro.

Cuando falleció mi querido Fer, lo que me salvó la vida fue contactar con el dolor dejarlo fluir, sacarlo de mi alma para permitir la llegada del consuelo, luego la paz y después el amor. No sé si hubiera logrado este proceso sin conocer mi sistema emocional como aprendí a hacerlo gracias al teatro. Tal vez sí, pero seguro no tan rápido.

Hoy me enteré que el gobierno no quiere renovar el contrato de comodato del CADAC, que venció a 10 años de la muerte del Maestro. Cambió la ley del Instituto que administra los inmuebles de los bienes nacionales y por supuesto, el arte y la cultura no son prioritarios, como no lo es el desarrollo integral de la persona.

Ojalá que la sociedad civil, los círculos de intelectuales, la comunidad de vecinos de Coyoacán y en fin, los amantes del teatro, nos unamos para evitar tal atropello. Sería muy triste pasear por el barrio y ver una oficina gubernamental ocupando la entrañable esquina.

 

 

Les mando un largo y apretado abrazo,

Claudia

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