De mujeres y cuerpos

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¿Cómo tomas posesión de un cuerpo que siempre ha pertenecido a otros? Las mujeres y su largo camino hacia una liberación real, un cuerpo a la vez. 

Ciudad de México.- ‘¿Quien podría saber mejor lo que significa ser mujer que un hombre?’ En la ópera China estaba prohibido que las mujeres de nacimiento actuaran en el escenario… y no importaba porque los hombres cumplían a la perfección el papel femenino ¿por que? Como argumenta la protagonista de M. Butterfly -un masculino que se hacía pasar por mujer de nombre Song- los hombres son quienes determinan el ‘correcto’ comportamiento de las mujeres, su forma de vestir en orden a lucir visualmente más llamativas, su forma de actuar en orden a ser más atractivas, cómo caminan, hablan, se expresan o sus gustos y aspiraciones.

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No, esta, no es una guerra contra los hombres; más bien una evidencia de la cultura de patriarcado bajo la cual vivimos -y que nos afecta a todos por igual, sin importar que muchos y muchas piensen en que la masculinidad está en el lado más amable de la balanza-. Todas estas son prácticas de control que se han instaurado desde tiempo inmemoriables, y que al no ser recordadas como tal, se mantienen constantes en el imaginario colectivo y fungen como ideal para millones que buscan ser “ese tipo de mujer” y para muchos otros que buscan encontrarla.

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Marcela Lagarde dice que las mujeres poseen el poder del subalterno, es decir, aún cuando no pueden escoger libremente, sí pueden elegir entre la ”gama de posibilidades” que se les otorga y la diferenciación básica recae entre aquellos cuerpos que emanan pureza, pulcritud y bienestar (el cuerpo de la madre-esposa) y aquellos que son conferidos a un orden mucho más erótico, estigmatizado y maligno (el cuerpo de la puta). Todas las mujeres mantienen el potencial de ser ambas, aunque no al mismo tiempo y no para las mismas personas.

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El poder de la mujer se desprende de la valoración social y cultural de su cuerpo y de su sexualidad. Como explica el teórico francés Michelle Foucault “el cuerpo -masculino y femenino por igual- esta inmerso en un campo político, las relaciones de poder existentes en la culturan lo marcan, lo doman, lo someten, lo obligan a realizar ceremonias y exigen de él ciertos signos.”

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Es por eso que las tres horas diarias que tardas en depilarte hasta la conciencia, maquillarte, apretujarte en una falda talla 2, entaconarte y perfumarte con aromas florales, no son mera coincidencia… ¡y mucho menos son un gusto! Pero muchas mujeres afirman que preferirían salir de casa sin dinero antes que hacerlo sin mascara para pestañas y todo esto tiene relación con el concepto de lo que es ser mujer y las arbitrarias características que justifican el mantenimiento de ese título.

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Para Franca Ongaro Basaglia, el cuerpo femenino es la base para definir la condición de la mujer, ellas encuentran fundamento a su sometimiento en su cuerpo. Los artilugios empleados para convertir a una mujer en mujer son sumamente delimitantes -tacones para no caminar, medias para mantenerlas alejadas de cualquier actividad brusca, sostenes para encubrir su gravisima falta de tener senos, corsets para aminorar su aliento- lo imaginario se junta con lo real y las mujeres en verdad “no pueden hacer lo mismo que los hombres” porque su indumentaria se las limita, e igual que la historia del elefante cuya pata amarraron a una estaca cuando bebé, crecimos creyendo que realmente había un algo más poderoso que impedía que fuéramos igual que nuestra contra parte masculina.

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A través de actos tan ‘simples’ como los que responden al deseo de querer insertarse en la figura femenina popular -joven, delgada, de gran trasero y busto amplio, pestañas largas, labios carnosos, complaciente, amable, con aroma agradable, cabellos largos, pasos tambaleantes y faldas cortas- las mujeres mantenemos nuestra condición génerica y la opresión. Estos son los principios que las mantienen en la dependencia y son también los espacios en los cuales se funda y se desarrolla la opresión que totaliza sus vidas, como grupo social y como particulares, asegura Lagarde.

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La mujer vive en un cuerpo al que siempre le ocurre algo directamente sexual -al final de cuentas es un cuerpo para otros en el cual se depositan: miradas lascivas, comentarios (algunos los llaman piropos), manos, silbidos, etc.- y ocasionalmente erótico; además de un sinfín de cosas que le ocurren. Para Lagarde, la mujer vive el mundo desde su cuerpo pues su ciclo de vida se despliega en torno a un ciclo profundamente corporal; su esencia política, identidad y enemistad con otras mujeres se vive desde aquí.

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El cuerpo femenino ha sido despojado de su sensibilidad -la depilación no arde, los tacones no duelen, las fajas no cortan la respiración, el maquillaje no daña la piel- es visto como depositario de las pasiones y en todo caso se mantiene como una coraza a la que se le rechaza, oculta e incluso niega -por ellos y por nosotras mismas-.

Así que la próxima vez que te digan -y te llegues a creer- que eres demasiado grande para ser mujer, demasiado fuerte o alta, demasiado rápida y ágil, demasiado ruda o descuidada; recuerda las palabras de Rosa María Rodríguez Magda en cuanto a los retos de la nueva época: “Se trata de recuperar una palabra y una imagen que por tanto tiempo nos habían sido usurpadas. Hablar desde el lugar preciso para reconstruir una geografía propia, ese debe ser el común punto de partida. “

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